EL AÑO 81
Al iniciarse el año 81, la guerra duraba ya cinco años. Durante este nuevo intento de las fuerzas revolucionarias, los primeros disparos habían resonado en las montañas de Quiché, un día del mes de junio de 1975. Desde entonces, el trueno de la guerra retumbaba en el noroccidente y en las calles de la ciudad de Guatemala. Bajo las banderas de tres organizaciones revolucionarias se libraban combates guerrilleros en Los Cuchumatanes, en la Sierra Madre y en las selvas del norte, mientras en la capital, en la Costa Sur y en otras partes del país las fuerzas insurgentes desplegaban distintas formas de guerra irregular. En 1974, tras años de repliegue y preparación clandestina, luego de la derrota del alzamiento de Luis Turcios y Marco Antonio Yon Sosa en las sierras del nororiente, las huestes guerrilleras se habían hecho fuertes en las selvas lluviosas de los ríos fronterizos del norte, en las áreas boscosas del Sistema de Los Cuchumatanes y en los contrafuertes nublados de la Sierra Madre occidental. En los años siguientes extendieron la guerra a las planicies del Pacífico, a las Verapaces y al altiplano central. En 1979, en Nicaragua, el Frente Sandinista había derrocado a la dictadura de Anastasio Somoza, instaurando el poder revolucionario. En El Salvador, al iniciarse el año 81, las guerrillas revolucionarias se aprestaban a lanzar la primera gran ofensiva militar contra el gobierno. El istmo comenzaba a arder.
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La ciudad donde por segunda vez en las últimas dos décadas librábamos la guerra de guerrillas, es una pequeña urbe moderna en un país montañoso. Trazada a cordel por sus constructores a finales del siglo XVIII, luego del arrasamiento de la antigua capital por los terremotos de Santa Marta, en 1773, las calles rectas y la arquitectura extensa del antiguo casco urbano no resultan favorables para la guerra de guerrillas. Al edificarla en un valle apacible, protegido de los vientos por cadenas de montañas, a 1,500 metros de altura sobre el nivel mar, las construcción de adobe y tejas se extendieron en orden a partir de la vieja Plaza de Armas, dominada por el formidable espinazo de la catedral. La Reforma Liberal de 1871, al hacer de Guatemala un país productor de café para el mercado mundial, introdujo el ferrocarril y otros inventos de la revolución industrial, transformando la provinciana capital en una pequeña urbe capitalista, en la cual comenzaba a surgir la industria manufacturera. Las formas de lucha en la ciudad estuvieron determinadas entonces por esas circunstancias. Durante un siglo, dos grandes fortalezas de mampostería, edificadas en prominencias del terreno, fueron la llave militar de la ciudad. Ambas fueron tomadas por las masas insurrectas urbanas durante las revoluciones de 1920 y 1944. A partir de 1954, tras la intervención imperialista que derrocó al gobierno democrático de Jacobo Árbenz y anuló su reforma agraria, la población rural depauperada comenzó a emigrar a la ciudad en búsqueda de empleo, aglomerándose en las barriadas populares y a orillas de los barrancos, acrecentando las filas del ejército industrial de reserva. La ciudad se transformó en un complejo mosaico de ámbitos urbanos mucho más favorable para la actividad clandestina y para el despliegue de tácticas irregulares de lucha. Las zonas populosas fueron escenarios frecuentes de la guerra de guerrillas urbana en los años 60. Al iniciarse el año 81 habitaba la ciudad alrededor de un millón de personas.
En la ciudad vivíamos entonces días decisivos. El esfuerzo de guerra emprendido por la organización en tres vastos escenarios sociales y geográficos reclamaba de la estructura clandestina urbana multiplicar sus empeños. Al mismo tiempo que teníamos como tarea desplegar la guerra de guerrillas en el centro nervioso principal del enemigo, sobre el frente recaían crecientes y complejas funciones de retaguardia para la guerra en su conjunto. En el último trimestre del año anterior, la primera columna guerrillera regular había sido formada en las montañas del Quiché y había entrando en campaña. Desde sus baluartes en el ramal oriental de Los Cuchumatanes, la columna había descendido a las selvas de Ixcán, completando durante la marcha su adiestramiento militar y abasteciéndose de las bases de apoyo con que contaba en el itinerario. En enero de 1981, varias semanas después de su partida de la sierra, libraba su primer y único combate. El 19 de aquel mes atacó el cuartel del ejército en Cuarto Pueblo, junto a la frontera mexicana. Tanto la constitución de esta columna guerrillera como su primer combate fueron victorias pírricas. Durante el cruento ataque, en efecto, nuestras fuerzas le ocasionaron a la tropa enemiga sitiada cerca de cien bajas. Sin embargo, el arribo de la aviación enemiga, insuficientemente previsto por el comandante, obligó a éste a ordenar la retirada cuando el asalto a la posición estaba a punto de iniciarse. En el repliegue cayó el teniente Élder, uno de nuestros más aguerridos oficiales guerrilleros, hijo de campesinos ladinos que se habían incorporado a la revolución desde los primeros años. Naturalmente, no recuperamos armas, y el cuantioso gasto de parque por nuestra parte no pudo ser compensado. Sin embargo, no era éste el error principal. Nuestra equivocación había consistido en formar la columna a expensas de la mayor parte de oficiales, combatientes y armas con que contábamos en el frente de la sierra, y en haber enviado a esta fuerza a combatir a la selva. Durante semanas cruciales, el frente serrano quedó virtualmente inerme y el enemigo aprovechó las circunstancias. Pocos días después de que partiera la columna hacia el norte, el ejército lanzó en el área ixil una feroz campaña de exterminio que diezmó muchas de las bases de apoyo y puso a la defensiva a nuestras escasas fuerzas. El 5 de diciembre, en medio de la ofensiva, cayó en combate el comandante Mariano. La muerte de quien en ese momento era el virtual jefe militar de los frentes del noroccidente fue un duro revés para la organización. En un páramo de Xolchichén, acompañado por una escuadra de combatientes mal armados, chocó con una unidad del ejército y pereció en el enfrentamiento. Su inesperada caída nos forzó a variar los planes. Dos pelotones de la efímera columna volvieron a marchas forzadas a apuntalar el frente serrano, interrumpiéndose así nuestro primer proyecto de constituir fuerzas regulares. El frente de Huehuetenango se hallaba todavía en fase preparatoria, con extrema penuria de pertechos, por lo que poco podía pesar en aquellos momentos en la balanza de la guerra. El frente de la Costa Sur estaba también en incapacidad efectiva de jugar su papel en los acontecimientos. Las unidades del llano estaban siendo reorganizadas, y hacíamos denodados esfuerzos por asentarnos en las montañas de la bocacosta, buscando equilibrar de mejor forma la actividad guerrillera en los distintos territorios. Todo esto impedía la articulación de un verdadero plan militar estratégico. La ciudad seguía siendo la principal retaguardia, y los oscuros nubarrones que se avizoraban en el horizonte exigían que aceleráramos los preparativos para modificar esa situación y para hacer del área urbana un frente de guerra efectivo.
De ahí que el año 81 nos hallara abocados a las dos grandes tareas de evacuar de la urbe la vieja y aparatosa infraestructura de retaguardia, acumulada allí a lo largo de los años, y a la vez poner en jaque al adversario en su principal baluarte. Ambos eran propósitos difíciles de cumplir, debido a antiguos errores nuestros y a vicios originarios de la organización en el trabajo urbano. No obstante los años de combate y las hazañas militares realizadas en ese lapso por la guerrilla de la ciudad, al iniciarse el año 81 sólo contábamos allí con una bisoña unidad militar, aunque al mando de un jefe veterano y capaz. Decisiones diversas dictadas por la necesidad, por la prolongación de la guerra y por las complejas condiciones de clandestinidad que la lucha urbana impone, pero también nuestros errores en la conducción política de la organización, habían llevado a que varias generaciones de guerrilleros urbanos se hallaran entonces dispersos en distintos frentes de trabajo. Hasta entonces, la guerrilla de la ciudad no había sufrido bajas en combate. Esa era, por cierto, una de nuestras hazañas. La efectiva táctica militar utilizada y un riguroso arte operativo habían permitido que en decenas de operaciones la unidad militar urbana saliera indemne. Sin embargo, tanto esta guerrilla de élite, como en general la estructura clandestina urbana, tenían un talón de Aquiles: su estructura y su funcionamiento no se asentaban en verdaderas bases de apoyo populares sino en la peligrosa artificialidad de sus propios recursos. Pocos meses después, la vida iba a demostrar las letales consecuencias de este vicio originario.
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Las operaciones militares en la ciudad, aquel año decisivo, siguieron entonces a cargo de una nueva generación de guerrilleros. La tarea encomendada y nuestra propia impaciencia no nos dejaban respiro, y la joven guerrilla salió a las calles vigiladas a hacer su propia experiencia. Una de sus primeras operaciones consistió en atentar contra la vida del comandante de la Brigada Guardia de Honor, de la capital, el general Horacio Maldonado Schaad. Algunas semanas antes habíamos obtenido información respecto a sus rutinas; pero no conociendo de actividades represivas de las fuerzas a sus órdenes, de manera directa, no habíamos tomado aún una determinación. La decisión política de hacerlo se tomó al comprobar que tropas bajo su mando eran las responsables de las primeras masacres que ocurrieron en Chimaltenango. A partir de ese momento, la información con que contábamos fue puesta al día y procedimos a montar el atentado. Aficionado a la equitación, el alto jefe militar solía efectuar cabalgatas dos o tres veces por semana, en los terrenos del hipódromo que se halla al sur de la ciudad, haciéndose acompañar de un asistente. Ambos jinetes salían del establo de La Aurora, cerca del antiguo acueducto, tomaban una solitaria calle de tierra y por una calle perpendicular salían al Boulevard del Aeropuerto, a lo largo del cual realizaban el paseo. Desde el punto de vista operativo era una zona difícil, pues esa calzada corre junto a las alambradas que protegen por el lado oeste la base militar de La Aurora, la principal instalación aérea del país. Cada doscientos metros se levanta una casamata de concreto, en cuyo interior hay permanentemente un hombre armado. Aunque la información inicial era cierta, el reconocimiento directo arrojó nuevos datos. El general llegaba a las instalaciones hípicas en un auto blindado, y al iniciar la cabalgata, tras los jinetes, a unos cien metros de distancia iba siempre un vehículo de escolta con hombres fuertemente armados. Los otros datos en nuestro poder provenían de informaciones de prensa. Por las fotografías de las crónicas sociales, en las que con alguna frecuencia aparecía, teníamos su descripción física. Era un hombre de expresión adusta, de unos 54 años, más bien fornido que obeso, cuyo pelo entrecano y una baja estatura, compensada por el enérgico porte, lo hacían destacar entre diplomáticos y hombres de negocios.
Ediciones del Pensativo, 2014, 130 páginas.
Mario Payeras, (Guatemala, 1940-México, 1995). Estudió filosofía en la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), en laUniversidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y en la Universidad de Leipzig, Alemania. Fue miembro de la juventud del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), y formó parte de las filas del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Se dio a conocer como escritor al ganar en 1980 el Premio Casa de las Américas por su obra testimonial Los días de la selva. Escribió además El trueno en la ciudad (testimonio), El mundo como flor y como invento (cuentos), Latitud de la flor y el granizo (ensayo ecológico), Los fusiles de octubre (ensayos político- militares), Asedio a la utopía (ensayos políticos), Poemas de la zona reina, Fragmento sobre la poesía, las ballenas y la música (ensayos literarios, musicales y ecológicos), Los pueblos indígenas y la revolución guatemalteca (ensayos étnicos-culturales), Al este de la flora apacible(novela) y los cuentos infantiles: El monstruo de la calle de colores y Travesuras de los gigantes Morgante y Caraculiambro.
Presentaciones: Jueves 5,19:00 horas en Librería Sophos, con Rodrigo Veliz, Mayarí de León y Yolanda Colom.
Jueves 12 de febrero,18:00 horas en Casa Pensativa, con Lucía Ixchíu, Mayarí de León y Yolanda Colom. Martes 17 de febrero,18:00 horas en Centro Cultural de España, con Marta Gutiérrez, Lucía Ixchíu y Yolanda Colom.