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El único lugar seco en Bulej, Huehuetenango, es el grifo de agua

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El único lugar seco en Bulej, Huehuetenango, es el grifo de agua

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Han pasado tres semanas y la ropa todavía no se ha secado. Los tendederos que cuelgan bajo los techos se bañan entre la neblina, los textiles absorben la humedad. Hay ropa en cada dirección, puesta en el suelo y sobre los techos, mientras que la lluvia aumenta y luego se reduce a neblina nuevamente.

Los huipiles, los calcetines de colores fuertes, las camisetas con eslóganes en inglés se convierten en clics de colores que lucen contra todo lo gris. Detrás de la neblina en la comunidad Bulej, ubicada 160 kilómetros al norte de Huehuetenango, gran parte de la vida tiene color de lodo.

«Llevo días lavando ropa y ni siquiera he llegado a la mitad».

Juana Gómez Hernández tiene 28 años, pero le duele la espalda y las piernas como si fuera una anciana. Hace 8 grados centígrados en el aire y el agua del río enfría sus pantorrillas. Ella ríe al tratar de balancearse entre el suelo de tierra resbaladizo y las piedras afiladas bajo el agua, en tanto que una cobija de lana la tira con la corriente de agua.

La corriente donde está lavando su ropa ya es conocida como Yolkuxmak, que significa «dentro del agua» en maya chuj. Antes de que llegara la tormenta Eta, era un cultivo.

«Más allá cultivé milpa y frijoles. Había sido mi único trabajo desde que tenía 13 años. Me siento desnuda, que he perdido todo».

En Bulej y sus alrededores, la mayoría de la gente trabaja en pequeños cultivos de maíz y frijoles para su propio consumo. Cada año llueve, a veces durante varias semanas, pero nunca antes había destruido todos los cultivos, según Juana Gómez Hernández.

Ella indica con su mano a la altura de su cintura.

«Aquí llegó el agua. Mi suegro nos despertó a las diez de la noche y gritó que nos estábamos inundando. No pudimos rescatar nada. Por lo menos la ropa se puede lavar»

***

Después de tres días de lluvia, corrió el pánico entre la población de la comunidad Yalambojoch, ubicada a las faldas de la montaña, se escuchaba un rumor, era el agua de Bulej bajando. Varias familias salieron de sus casas a refugiarse en las comunidades vecinas.

Pronto se dieron cuenta de que el agua de Bulej tomaba otros caminos, pero igual que ahí, prácticamente todos los cultivos se destruyeron. Así relata Pascual Gómez, 42 años de edad y conocido como un líder comunitario en Yalambojoch.

«Para sembrar otra vez tendríamos que esperar hasta febrero, para echarlo el mes de mayo o junio. Hasta entonces va a haber una escasez de alimentos. La gente trabaja para comer. Milpa, frijol, brócoli. Nosotros también cultivamos el café, pero se dañó. Tenemos que salir a buscar… a ver cómo alimentar a nuestros hijos», dice Pascual Gómez.

Pascual Gómez creció como refugiado en Chiapas, México, huyendo de la masacre en Yalambojoch en 1982. Regresó junto con sus vecinos en 1996, luego de que se firmaran los acuerdos de paz, para reconstruir sus casas quemadas por el ejército.

Ahora, todo el mundo dice lo mismo: Jamás había visto tanta destrucción desde que volvieron. E igual que durante el retorno en 1996, están dispuestos a reparar por sí mismos los daños entre la comunidad, la confianza al Estado sigue siendo baja.

«Apoyo por parte del gobierno no hay. Ahora parece que la ayuda se enfoca más en algunos lugares que fueron inundados, donde las casas se destruyeron. Y de los alimentos no sabemos, no tenemos noticia», dice Pascual Gómez.

***

Once días después de que comenzara la lluvia, Juana Gómez Hernández llamó a su esposo Lucas García, 35, quien se aloja en una habitación compartida con otros inmigrantes en Miami, Estados Unidos. «No te preocupes», le dijo a su esposo, «la lluvia en Bulej pronto va a pasar».

Al día siguiente, Juana Gómez Hernández no recibió ninguna llamada de su esposo. La tormenta Iota había vuelto a dejar sin efecto las redes eléctricas y telefónicas. Los caminos a Bulej estaban intransitables y los habitantes se encontraron aislados en el agua que volvió a subir.

«Me sentí triste, sentí que había dejado a mi familia sola. A la vez, agradezco a Dios que pude salir a Estados Unidos hace tres meses, que ahora puedo ayudar a mandar algo para que coman», dice Lucas García por videollamada desde el celular de Juana Gómez Hernández.

Los accesos a la comunidad abrieron de nuevo en la noche el 24 de noviembre, pero el repartidor de agua potable todavía no ha llegado. Las cañerías están dañadas y el único lugar seco en Bulej es el grifo de agua, como dice Juana Gómez Hernández, preocupada por los costos elevados del agua embotellada.

Lucas García dice que no puede mandar mucho dinero todavía, aún debe «por el viaje».

«Estoy pagando renta de la deuda, faltan probablemente ocho, nueve meses», explica Lucas García. «Y luego me quedo aquí un año o dos. Vine aquí por la pobreza, quiero que mis niños estudien, y que tengan una casita para que ellos no queden sin nada cuando yo parta de este mundo».

Sus dos hijos más pequeños, cinco y seis años, se cuelgan sobre el hombro de Juana Gómez Hernández para ver a su padre en la pantalla del teléfono celular. Ven a Lucas García sentado e inclinado hacia adelante con una gorra puesta. Él dice que los extraña mucho. Su hija María, de cinco años, responde que lo extraña también.

Juana Gómez Hernández teme una nueva tormenta, pero trata de esconder su preocupación frente a su hija quien ha estado ansiosa desde el día en que se fueron de su casa. «Tzin, tzin», dice María en chuj cuando la lluvia se fortalece. «Miedo, miedo».

«Tiene miedo que el agua entre a la casa igual que hizo antes. Mamá, dice, nos vamos de aquí, a dónde papi», relata Juana Gómez Hernández.

Para la mayoría de los residentes en Bulej y Yalambjoch afectados por la tormenta, la principal ayuda viene de algunos de los 620.000 guatemaltecos que residen indocumentados en los Estados Unidos[1]. En julio y agosto las remesas familiares a Guatemala alcanzaron valores arriba de 1 millardo de dólares, los más altos en la historia del país, a pesar de que el Banco Mundial había pronosticado una caída del 20%.

El 11 de noviembre, Guatemala solicitó al secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, que otorgue un Estatus de Protección Temporal a los inmigrantes guatemaltecos, para evitar que los deporten al desastre causado por la tormenta Eta. A la vez, los daños podrán llegar a crear una nueva ola de refugiados a Estados Unidos, alertan expertos.

Para Juana Gómez Hernández, salir de Bulej no es una opción.

«Por la edad de mis hijos no podemos ir a otro lugar. Estamos comiendo de la ayuda que ha llegado repartida por organizaciones. Va a quedar un mes o mes y medio. Pero más adelante no sé qué hacer, estoy en shock todavía».

[1] según estimaciones del Departamento de Seguridad Nacional del país
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