Desde su ilegítima proclamación como el régimen de Israel el 14 de mayo de 1948, la historia de este Estado no ha sido sencilla. En realidad, si bien amparándose en el deseo histórico de un pueblo paria de tener su propio territorio, surge más que nada como estrategia geo-imperial de las grandes potencias occidentales, Gran Bretaña y Francia entre las principales, con los intereses petroleros como trasfondo.
En un primer momento el Estado de Israel no jugó el papel que actualmente se le conoce; por el contrario, trató de mantener una política de neutralidad entre los bloques de poder. Pero ello duró poco; para comienzos de los 50 comienza a alinearse con una de las potencias que libraban la Guerra Fría: los Estados Unidos, y la doctrina de la neutralidad es desechada. En 1951 el premier israelí David Ben Gurión propuso secretamente enviar tropas de su país a Corea del Sur como ayuda a la guerra librada por Washington contra la prosoviética Corea del Norte. Pero durante la década de 1950 Estados Unidos no estaba interesado en fomentar la inestabilidad del Medio Oriente, cuyas principales zonas de interés coincidían con los intereses inmediatos del mayor grupo petrolero norteamericano en el Golfo Pérsico y en la Península Arábiga. Por eso en esa época los aliados estratégicos del militarismo israelí fueron Francia y Gran Bretaña.
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Luego de la Guerra del Sinaí de 1956 la situación regional empezó a preocupar a la administración de Washington, con el presidente Eisenhower a la cabeza. Para ese entonces comienzan a caer los regímenes monárquicos apoyados por Gran Bretaña, y en su lugar se da el ascenso de proyectos militares antioccidentales que acudieron a la ayuda militar soviética. Kennedy fue el primer presidente estadounidense que le vendió armas al régimen de Israel, y a partir de 1963 comenzó a forjarse una alianza no oficial entre el Pentágono y los altos mandos del ejército israelí. Esta supeditación de los intereses nacionales a la lógica del enfrentamiento entre las, por ese entonces, dos superpotencias globales por zonas de influencia y control en el Medio Oriente no solo reprodujo la lógica del conflicto árabe-israelí, sino que echa mano de esa trágica historia del paso de víctima a victimario: «Los árabes», expresó el ultraderechista exmandatario israelí Ariel Sharon, «solo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen». Se repite la historia de los campos de exterminio europeos, pero ahora al revés.
Desde ese momento, el Estado de Israel pasa a ser la vanguardia estadounidense en esa convulsa región, importantísima para los intereses estratégicos de Washington (reserva petrolera y zona de contención de su archirrival, la Unión Soviética).
Para inicios de los 70, Estados Unidos se creía haber alcanzado su techo de producción petrolera doméstica (finalmente se alcanzó en 2006), por lo que las reservas de Medio Oriente pasan a ser, cada vez con mayor empeño, de importancia vital para su proyecto hegemónico. En esa lógica –lamentable para los judíos, importante para la estrategia expansionista israelí, que no es lo mismo– el régimen de Tel Aviv entrará a desempeñar un papel decisivo en la lógica estadounidense. Tanto, que comienza a ser –y lo sigue siendo hasta la fecha– su «niño mimado». Pero recordemos: judío no es igual que Estado de Israel.
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