Las sociedades a las que no puede aplicarse tal descripción por supuesto adolecen de esas lacras: pobreza, represión, débil institucionalidad estatal. Ahora bien: ¿todo eso es nuevo? ¿Cuándo comenzaron esos Estados a «fallar»? Lo que hoy día, por ejemplo –según la vara con que estos centros imperiales miden el mundo– se puede expresar de, digamos, Haití, Uganda, o Nicaragua, no se decía hace algunas décadas atrás, cuando eran gobernados por déspotas funcionales a la geoestrategia imperial de ...
Las sociedades a las que no puede aplicarse tal descripción por supuesto adolecen de esas lacras: pobreza, represión, débil institucionalidad estatal. Ahora bien: ¿todo eso es nuevo? ¿Cuándo comenzaron esos Estados a «fallar»? Lo que hoy día, por ejemplo –según la vara con que estos centros imperiales miden el mundo– se puede expresar de, digamos, Haití, Uganda, o Nicaragua, no se decía hace algunas décadas atrás, cuando eran gobernados por déspotas funcionales a la geoestrategia imperial de Washington. Entonces la pobreza, la represión o la debilidad de la institucionalidad estatal eran moneda corriente. ¿No eran «fallidos» algunos años atrás? Esta idea de «Estado fallido» es una noción que implica mucho riesgo en términos ideológicos, pues conlleva una carga peyorativa. Es discutible, nada seria en cuanto formulación de ciencias sociales, asimilable, en todo caso, a los listados de transparencia y corrupción con que las potencias (Estados Unidos ante todo) evalúan al resto del mundo. O las igualmente discutibles mediciones de cumplimiento de derechos humanos, o la certificación/descertificación en el combate al narcotráfico. «Estados fallidos» es una caracterización muy reciente creada por tanques de pensamiento neoconservadores de los Estados Unidos y que se empezó a usar con mayor frecuencia a partir de los atentados en Nueva York del 11 de septiembre del 2001. Recorriendo la historia política moderna vemos que se acuñaron diferentes acepciones para calificar a algunos Estados contrarios a las políticas de la Casa Blanca, justificando así el uso de la fuerza. Antes el término de moda era «Estados comunistas». Con este pretexto Washington justificaba la Guerra Fría. Luego la administración Reagan desarrolla un nuevo término: «Estados terroristas», para defenderse de esa «plaga moderna». Posteriormente, con Bush hijo, el término cobra especial relevancia nuevamente. Durante la administración Clinton se creó el calificativo de «Estados villanos o forajidos». Es así como a lo largo de la historia, Washington concibió diferentes términos de acuerdo con la ocasión, recubriéndolos con un presunto aire de seriedad científica. Ninguno de estos conceptos ha logrado sustentarse con fundamentos teóricos sólidos. Son construcciones ideológicas para uso político. El Estado como control de clase no falla, ni en los países pobres ni en los ricos. Y eso es lo que cuenta para el sistema. Si en el sur no se prestan servicios públicos decorosos, al sistema no le importa: mientras estén aseguradas las ganancias del gran capital, las cosas marchan. ¿Por qué, entonces, esta nueva preocupación de los poderes imperiales por las «fallas» que se ven en los países pobres? ¿Qué se persigue con esta novedosa designación? Con esta prédica neoliberal en relación a que el Estado no funciona (el Estado sería así intrínsecamente corrupto, ineficiente, inservible, etc.), se persiguen varios objetivos: 1) la privatización de los servicios de estos Estados a favor de capitales privados, en muchos casos transnacionales, y que en buena medida son de origen estadounidense; 2) invasiones militares a supuestos «Estados fallidos» que, según esa lógica en juego, atentan contra la seguridad o la democracia en el mundo, tras lo cual se oculta el negocio de las armas (uno de los principales ingresos del país norteamericano) y la rapiña descarada de recursos vitales para la geoestrategia imperial: petróleo, agua dulce, minerales estratégicos, biodiversidad. Por último, 3) fin no declarado, pero presente, es que luego de la destrucción viene la reconstrucción de estos Estados, en general por compañías de capitales estadounidenses, a veces en relación con socios europeos menores.
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