Con voz firme, teatralmente (por no decir cómicamente), el presidente pidió que su partido retirara a Manuel Giordano como miembro de su bancada, pero, como entre gitanos no se leen la mano, todos a una, como en Fuenteovejuna, los diputados de FCN le dijeron lero lero candelero y se fueron a buscar a qué funcionario pueden apretar para que les deje comisión. Ellos están allí para eso. Y si la CSJ no agiliza el trámite de antejuicio, tendrán negocios redondos de aquí a cuando terminen su período.
El presidente se ha quedado solo. Su bancada no le responde, y él no tiene mecanismos políticos para construir amplios acuerdos nacionales. Formado en la escuela de la conspiración de los Avemilguas, es incapaz de construir diálogos con sectores que no sean aduladores o chantajistas. Feliz y contento, se compró el pleito con el embajador estadounidense, usando para ello a un apagado señor que, vestido de rojo púrpura, imaginó que, a cambio de su perorata, ahora sí podría imponer sus trasnochadas visiones conservadoras. El presidente Morales supuso que con ello aseguraba a sus aliados conservadores, pero, siendo actores de poca influencia social, el descrédito de su extrema inanición supera en grande el apoyo que puedan brindarle. La patada le resultó sin vuelta y, dueño de discursos dobles y contradictorios, a la nota verbal en la que pedía a los embajadores no meterse en los asuntos internos le siguieron palabras dulces y melosas para los estadounidenses, a quienes ni siquiera ha llegado a pedirles que den un trato humano a nuestros connacionales.
Giordano, con sus veintipocos años, miró de reojo al presidente y le asestó el primer par de banderillas. No tuvo que ser a pie firme, pues Manuel no es de los grandes. Fueron banderillas a la media vuelta, pero el presidente quedó sangrando, humillado, aun antes de empezar la corrida. Pero, más que eso, Morales está evidentemente aislado. Él, que por todos lados quiere ser el Ferdinando de Munro, oler flores, sonreír, contar historias, al dárselas de valiente se ha tenido que conformar con la realidad de su política: nadie le hace caso ni lo toma en cuenta. Y eso que apenas lleva 100 días en el cargo.
Así que se fue de paseo. Ya no a los mercados ni a las escuelas porque en estas los niños resultan un poco complicados, lo cuestionan y no le creen sus cuentos chinos. Apacible y sonriente como Ferdinando, se fue a las Naciones Unidas, entusiasmado con el olor a flores que la primavera neoyorquina le prometía. Sin preocupaciones ni disculpas se recetó una semana de viaje, pues al final de cuentas, pensaría, la vida es corta y el tratamiento VIP solo le durará cuatro años. Y los gastos corren por cuenta y riesgo de quienes lo eligieron, pero también a cargo de los que no lo hicieron.
Todo iba muy bien, pues en el asunto de los narcóticos, como en todos los demás temas, aún no tiene opinión firme. Pero sus generalidades y banalidades sobre el asunto son las de todos los gobernantes, por lo que cumplió con sus cinco minutos de discurso y se fue de paseo y entrevistas. Solo que, cuando le tocó hablar del muro de míster Trump, muy a lo Nito y Neto le salió el cobre y ofreció mano de obra barata. Posiblemente imaginó que el muro fronterizo podría ser para él lo que TCQ fue para su antecesor: un negocio redondo, con abrazos y besos con los más grandes millonarios del mundo y sin tener que pasar por las denuncias que hoy cubren de vergüenza y rubor a Pérez y a su vicepresidenta. Él es bueno, y no corrupto, dice, pero si le regalan unos dólares por llevar trabajadores baratos nada pierde y mucho gana.
Morales, en realidad, no ha podido asumir su papel de presidente. Por un lado, porque no entiende aún que la función es de suma responsabilidad y exige no solo tomar decisiones, sino informarse y formarse para actuar en consecuencia. Y por otro lado, porque quienes lo rodean le dicen que pueden pensar y actuar por él sin que se manche, sin que se despeine, y a él —por lo que parece— es lo que más le gusta.
Cien días de gobierno y no hay ideas claras sobre salud, educación, comunicaciones y medioambiente, aunque en su verborreico proceder afirme que, como «no se puede educar a niños desnutridos, entonces [va] a hacer que el sistema hospitalario funcione». Para él la desnutrición es una cuestión de hospitales, y con hacer funcionar hospitales espera impactar en la educación. Tres Patines o su imitador aldeano Plantillas del Zapato habrían razonado mucho más cuerdamente en este asunto.
En realidad urge que alguien le diga al señor presidente que ya no está en un programa cómico para audiencias sin otras opciones de entretenimiento, que dirige un país que se resquebraja de sequía y de miseria. Es necesario que tenga claro que llegó al poder con el menor porcentaje de votos en el primer turno de todos los que lo han precedido, por lo que el apoyo social no es para nada amplio, mucho menos incondicional. Debe construir cuanto antes apoyos serios, basados en propuestas claras y concretas.
Los diputados de su bancada ya actúan por la libre. Sus ministros aún no tienen norte. Es urgente que deje de pasear y de dar descabelladas opiniones. El país lo demanda y la responsabilidad es solo de él.
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