Estrategia guerrillera y contrainsurgencia (1970-1984)
A partir de 1981, el factor militar se convirtió en el decisivo de la guerra popular revolucionaria guatemalteca. Aquel año, las estrategias de los adversarios enfrentados en el escenario de la lucha de clases nacional —la guerra popular revolucionaria y la contrainsurgencia—, llegaron a su maduración, y el problema militar pasó a constituirse en eje de las contradicciones político-militares. En el plano del enfrentamiento armado se formó entonces lo que Engels, en uno de sus escritos sobre la guerra civil norteamericana,[1] caracterizaba como situación estratégica de la guerra. Es decir, el teatro de operaciones ha quedado conformado como totalidad, y el desenlace de la situación en su conjunto depende a partir de ese momento del resultado propiamente militar del enfrentamiento. El papel de los factores estratégicos de carácter político depende entonces del factor mi-litar.
Actualmente, al interior del movimiento revolucionario guatemalteco no existe una valoración coherente de la situación de la correlación de fuerzas, por lo cual resulta difícil avizorar con certeza la perspectiva. La valoración del problema militar en el balance de fuerzas es a nuestro juicio una de las claves de la explicación, tanto más apremiante por cuanto que de la ponderación de este factor depende, en medida determinante, el papel que han de jugar los restantes factores estratégicos en el cuadro global de tareas que nos plantea ya la recomposición del proceso. En el presente artículo intentamos un primer acercamiento a esta crucial problemática del movimiento revolucionario guatemalteco.
La estrategia guerrillera
Aunque su preparación data del final de los años sesenta, la segunda década guerrillera en Guatemala se inaugura alrededor de 1972, año del ingreso al país del primer destacamento del que luego se denominaría Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). La penetración de esta pequeña guerrilla a territorio nacional tiene lugar en la zona selvática de Ixcán, fronteriza con México, en la ver-tiente norte del Sistema de Los Cuchumatanes. Por los mismos años, sobre la base de lo que fue el Regional de Occidente de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), nuevos núcleos de revolucionarios inician el trabajo de reorganización en las áreas boscosas de la Sierra Madre occidental —también en la frontera con México—, constituyendo el embrión de la fuerza guerrillera que en 1979 se incorpora a la guerra bajo el nombre de Organización del Pueblo en Armas (ORPA). Los combatientes de las FAR, mientras tanto, se reagrupan en las regiones selváticas de los ríos La Pasión y Usumacinta, en Petén, aprestándose a emprender procesos de reconstrucción que trascienden la zona geográfica adonde las vicisitudes de la lucha los habían circunscrito involuntariamente.[2]
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Tras la derrota precedente de finales de los años sesenta, las fuerzas insurgentes inician un viraje estratégico que no se reduce al cambio del gran escenario geográfico (de la Sierra de Las Minas a los territorios mencionados). Sus concepciones sobre la organización, sobre las fuerzas motrices y sobre la geoestrategia experimentan cambios cualitativos, representando en conjunto la superación dialéctica del modelo de lucha armada guerrillera vigente en la década anterior. Tomando nosotros como referencia la expresión más elaborada de dichas concepciones —la que se expresa en la línea y en la práctica del EGP—, podemos distinguir cuatro nuevos planteamientos centrales.
El primero consiste en que el desarrollo coherente de la lucha armada guerrillera exige que la conducción de la misma recaiga en una organización que resuelva la contradicción existente entre lo político y lo militar, entre el partido y la guerrilla, dando lugar a una nueva síntesis: la organización político-militar. El segundo plan-tea-miento es que los nuevos escenarios de lucha deben buscarse en función de incorporar a la fuerza motriz principal de la revolución, el campesinado pobre indígena, superando así el determinismo geográfico que en la experiencia anterior llevó a privilegiar los aspectos topográficos y geoestratégicos por encima de las características económicas, sociales y políticas de la población. El tercero es que la implantación guerrillera debe iniciarse en territorios con débil presencia enemiga, donde se facilite el asentamiento y la consolidación de núcleos guerrilleros inicialmente muy débiles, en vez de pretender el inicio en territorios donde el enemigo es fuerte desde el principio y donde se asientan intereses vitales suyos que lo empujan desde el comienzo a concentrarse en su defensa. Combinando el segundo y el tercer planteamiento, las nuevas áreas de implantación representan una síntesis socio-geográfica que ahora le permite a las fuerzas revolucionarias incorporar como base del proyecto al campesinado pobre indígena, aprovechando a la vez las formidables ventajas militares que ofrecen los sistemas montañosos del occidente y del noroccidente. El cuarto planteamiento consiste en la necesidad de remontar el esquema estratégico de una guerrilla rural respaldada en aparatos urbanos de retaguardia, esquema que hacía depender a la fuerza militar del suministro citadino, mediante líneas logísticas que resultaban además extremadamente vulnerables. La nueva concepción divide al país en tres planos estratégicos (montaña, ciudad, llano), categorías de-finidas a partir de criterios topográficos, económicos y sociales, en función político-militar.
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En el modelo de referencia, la concepción y práctica del EGP, el desarrollo se produce a través de etapas que se miden en relación a los factores estratégicos del proyecto: implantación, generalización de la guerra de guerrillas, disputa de masas, terreno y poder local. Cada etapa, a su vez, se subdivide en fases, determinadas de acuerdo a las tareas que es preciso resolver en cada lapso para cambiar la correlación de fuerzas existente: propaganda armada, autodefensa, hostigamiento o aniquilamiento de la fuerza viva enemiga, construcción del poder local revolucionario, etcétera, bajo el criterio de que la lucha armada guerrillera en las montañas es el eje de la concepción estratégica y el factor militar el decisivo en última instancia.
Durante la etapa de implantación en sus fases secreta y pública (1972-1979), el problema central fue el de la sobrevivencia y el desarrollo organizativo en secreto, y esto dependía en lo fundamental de un objetivo que determinó a su vez el carácter y la duración de las distintas fases de la etapa: la vinculación en términos político organizativos con las fuerzas motrices, con la base social del proyecto.
En la montaña, desde el punto de vista orgánico, la incorporación del campesinado pobre se tradujo en la aparición de una nueva categoría político-militar: la base de apoyo.[3] En el área de implantación del EGP —las zonas selváticas y serranas del tramo quichelense de Los Cuchumatanes—, esta vinculación representó, además, el abordamiento en términos teórico-prácticos de la cuestión étnico-nacional. Las correctas soluciones de línea que la organización le encontró a esta cuestión, así como a la problemática clasista del campesinado pobre minifundista y migratorio (semiproletariado), fueron la clave del acelerado y masivo desarrollo de las fuerzas guerrilleras en las montañas del noroccidente. La información, el suministro y el reclutamiento para las fuerzas militares fue-ron resueltos entonces a partir de la base de apoyo, salvo en aquellos renglones logísticos imposibles de cubrir por el campesinado pobre: artículos industriales, medicinas, armas, municiones, etc. El despliegue de la propaganda armada propició la propagación de la organización, y la implementación de métodos y tácticas de autodefensa permitió su preservación.
En la ciudad y en el llano, el problema de la sobrevivencia y el desarrollo de núcleos clandestinos que tratan de asentarse en medios desfavorables, no se resolvió mediante la organización de bases de apoyo.[4] A diferencia de la montaña, en los medios urbanos y suburbanos la sobrevivencia de núcleos clandestinos no depende en medida tan determinante del apoyo popular, pudiendo resolverse de hecho a partir de los propios recursos eco-nómicos de la organización y de la capacidad conspirativa de los miembros de aquélla. De ahí que en ambos planos estratégicos la problemática de la implantación se resolviera creando un aparato político-militar, autosuficiente relativamente, que en la práctica sustituyó a las masas en su calidad de protagonistas del proyecto, y que se alimentó y reprodujo a sí mismo.
[1] Al analizar el curso de la guerra civil norteamericana —la lucha armada entre los Estados del norte de EEUU y los del sur esclavistas que se alzaron en rebelión, entre 1861 y 1865—, Engels subrayó acertadamente el punto en el que la guerra, tras largos meses de indecisión, se acercó a su momento de viraje, al cristalizar ciertas condiciones militares: “Como consecuencia de la limpieza del Missouri y de la reconquista de Kentucky, el teatro de operaciones se ha estrechado tanto, que los diferentes ejércitos pueden colaborar, hasta cierto punto, a lo largo de la línea de operaciones y lograr determinados resultados. En otras palabras, la guerra adquiere ahora, por primera vez, un carácter estratégico, y la configuración geográfica del país cobra nuevo interés. La tarea de los generales del Norte consiste ahora en hallar el talón de Aquiles de los Estados algodoneros”. F. Engels, La guerra civil en Norteamérica, Temas Militares, Akal Editor, Madrid, 1975, pp. 136-7.
[2]2 Al analizar críticamente el criterio originado en los años 60, en el sentido de que las fuerzas guerrilleras deben buscar sus áreas de implantación inicial en los territorios donde el enemigo es más débil, la dirección de las Fuerzas Armadas Rebeldes decía en 1971: “Es obvio que lo que se pretende es determinar una zona que brinde ventajas para el combate, que nos proporcione encubrimiento y abrigo y que dificulte la movilidad del ene-migo. Pero si nuestra tarea es incorporar al pueblo a la lucha armada y ligarnos con las masas, para nosotros la pita también es más delgada. Si en estas zonas tenemos montaña, pero no hay condiciones subjetivas en la población para el desarrollo de la guerra, si las contradicciones principales no se asientan en la zona montañosa, nuestro camino es buscar otra forma de aplicar la táctica guerrillera (...) Las condiciones topográficas son secundarias, deben ser aprovechadas en la táctica guerrillera cuando se cuente con una fuerza militar capaz de aprovecharlas pero en ningún caso deben influir para determinar la fuerza principal de la revolución”. Fundamentos teóricos de las Fuerzas Armadas Rebeldes, agosto de 1971, documento interno.
[3] No confundir nuestro concepto —colaboradores organizados— con el concepto de base de apoyo utilizado por Mao Tse-tung, equivalente a zona liberada, como era la Región Fronteriza de Junán-Chiangsí o como la base de apoyo antijaponesa del Sureste de Shensí, en la zona de las montañas Taijang. N. del A.
[4] Un trasfondo conceptual de esta importantísima deficiencia, que a la larga se convirtió en uno de los flancos vulnerables del EGP, se remonta a una confusión provocada por el esquematismo con que se plantearon en el documento Situación y perspectivas del movimiento revolucionario guatemalteco (fundamento de la línea del EGP), diferentes problemas estratégicos. Respecto al trabajo de organización se afirma en dicho documento: “Por el hecho de estar construidas por el pueblo organizado, muchos compañeros de nuestro país y en otras partes, creen que las llamadas ‘bases’ deben ser construidas utilizando métodos tradicionales de ‘organización política’, y como preparativo previo e indispensable a la aparición de la lucha armada. (...) La superficialidad de los compañeros que han sustentado ese criterio les ha hecho ignorar que la llamada ‘base de apoyo’ es un concepto militar (retaguardia), que por el hecho de formar parte de la guerra popular revolucionaria, tiene que asentarse en un trabajo de gran profundidad política, como todo en esta guerra, pero no puede construirse con los métodos tradicionales y ‘en seco’ porque corresponden a una forma cualitativa distinta de enfrentamiento al enemigo que sólo aparece ante la acción militar concreta y real, no con la simple perspectiva abstracta. El resultado de actuar con el viejo criterio es que cuando el enemigo se percata de la actividad de preparación de base y reprime, la organización preparada en la paz, inadecuadamente, se derrumba, acarreando con ello pérdidas materiales y humanas (...) No podemos seguir cometiendo el mismo error. Los propios vietnamitas cuya experiencia en el problema de las bases es el mayor y más estudiado del movimiento revolucionario mundial, dicen: ‘La base de apoyo no tiene sentido si no existe una acción militar en desarrollo’.” Correcto quizás como criterio para zonas donde pueden asentarse y desarrollarse es-tablemente fuerzas militares revolucionarias, resulta erróneo al ser aplicado en zonas de dominio enemigo. Por lo demás, tal criterio entraña una con-fusión de fondo: equiparar base social con base de apoyo en el sentido de retaguardia. En la costa sur de Guatemala (el llano en la línea militar del EGP), ciertamente, no era ni es realista proponerse construir una base de retaguardia en el sentido aludido; pero ello no significa que la Organización no deba hacer lo posible por asentarse en las masas populares de la costa, por nutrirse de ellas. El esquematismo militar del documento citado salta a la vista.
*Ediciones del Pensativo, 2014, 294 páginas
**Mario Payeras nació en Chimaltenango en 1940 y murió en México en 1995. Se formó como maestro de educación primaria en el Instituto Rafael Aqueche. Estudió filosofía en la Universidad de San Carlos, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Universidad Karl Marx de Leipzing, Alemania. En 1968 viajó a Cuba y se integró al grupo que llegaría a ser el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) como uno de sus fundadores. En calidad de combatiente formó parte del destacamento que ingresó al país el 19 de enero de 1972, permaneciendo en las selvas del Ixcán y montañas de Los Cuchumatanes hasta finales de 1978. En 1974 fue promovido a la Dirección Nacional. De 1984 a 1992 fue dirigente de la organización Octubre Revolucionario.