¿Por qué usan esta herramienta de comunicación política?
Los humanos dejaríamos de ser animales y nos convertiríamos en inhumanos, bestias o robots si no demostráramos emociones. Pero ciertos políticos usan sus emociones como recurso para esconder su demagogia, su radicalismo o su populismo. Por ejemplo, Adolf Hitler utilizaba ademanes autoritarios e inspiraba miedo en las multitudes. Pero además lograba anclar mensajes verbales de amenaza, algunos de verdadera apelación al odio contra judíos y homosexuales.
Haciendo una analogía, eso proyectó el 27 de mayo pasado, en el Palacio Nacional, Alejandro Giammattei, presidente de Guatemala, al mostrar en su rostro los característicos signos de un hombre bravo. Pero además manejó una narrativa de odio contra los ancianos que prefieren no vacunarse contra el covid-19. Seguramente lo hizo pretendiendo lavarse las manos del rotundo fracaso gubernamental de su fallido proceso de vacunación en este país y, de paso, echar responsabilidades sobre los ciudadanos, pues advirtió que no era de él la culpa de esta errática vacunación nacional.
Lo que sí logró Giammattei fue impactar sobremanera con su rostro adusto. Esa mañana se presentó muy molesto, notablemente disgustado. Y esa imagen (real o forzada) de un presidente enojado fue patética. Para mí, su exposición pública fue un montaje, pero con un registro exagerado. Antes y después de su presentación se la pasó texteando con su teléfono y no borró la cara de pocos amigos con la que llegó y con la que se fue.
Creo que hubo una magnificación innecesaria de ese lenguaje corporal, cargado de negativismo. Pero, si lo analizamos, es de uso común entre la mayoría de los líderes populistas de extrema derecha, como los citados. Y estos han logrado relativos éxitos, ya que dicha fórmula populista les permite conectarse con las masas ignaras, que son su potencial electoral. Esa frustración popular, causada por el malestar y la angustia por el futuro, los populistas (partidos radicales y extremistas) la han sabido capitalizar con creces. Curioso, pero real. Por eso estos políticos exageran el discurso hablado y la gestualidad del miedo, la ira o la frustración: lo que habría intentado Giammattei esa mañana.
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Y es que los expertos dicen que para llegar al público a través de sentimientos positivos se precisa que estos sean auténticos. Si no, resultarán poco creíbles, falsos, y serán rechazados. Entonces les resulta más conveniente manejar un eterno rostro enfadado. Eso lo puso en práctica Trump, quien llegaba al paroxismo de parecer un viejo amargado buscando humillar a las minorías étnicas y, de paso, sembrando odio en las audiencias. La gente enojona parece siempre más fuerte de lo que es, lo que implica una buena estrategia política: si anda de mal humor, nadie la fastidia. Esa actitud ha asumido Giammattei en las últimas semanas al mostrar expresiones de enojo permanente, que se caracterizan por la mirada fija, unos ojos feroces, las cejas juntas y hacia abajo y una tendencia a andar con los dientes apretados. Pero también da muy mal aspecto porque la ira provoca que algunos músculos se tuerzan y deformen el rostro.
También puede ser que Giammattei esté padeciendo del síndrome del pitufo gruñón o de irritabilidad masculina, que puede generar síntomas —físicos y psíquicos— de profundos sufrimientos de confusión y de malestar, ya que, por su edad, sus hormonas varoniles le están causando altos niveles de ansiedad.
La otra posibilidad ante ese semblante de fastidio y de mal humor puede ser el haber tropezado con la próxima visita de Kamala Harris, pues presiente que será sometido al orden para que abandone el Pacto de Corruptos. Y, aunque hasta hoy siguen exitosas las tácticas para apoderarse de las instituciones del Estado de Guatemala, seguramente siente pasos de animal grande. ¿Tal vez intuye que serán sus últimos meses gozando las mieles del poder, como le sucedió a Otto Pérez? ¿Se imagina salir presuroso hacia Panamá o Brasil una noche de estas?
Con este subtexto confuso, los códigos gestuales de Giammattei son preocupantes.
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