El Pacto de Corruptos enquistado en todas las estructuras del Estado contaba con ganar las pasadas elecciones y poner a alguno de sus operadores en la presidencia. En la primera vuelta logró parte de su objetivo: mantener el control del Congreso y una gran cantidad de alcaldías. Pero en la segunda vuelta, para su sorpresa, no obtuvo el Ejecutivo. Contrariamente, la población votó hastiada contra su prepotencia e impunidad.
Ese contubernio mafioso está asustado por la posible «limpieza» que, llegado al sillón presidencial, Bernardo Arévalo podría impulsar. Es por eso que está haciendo lo imposible para impedir su asunción el próximo 14 de enero. O, si ello no es posible, intenta condicionarlo totalmente para lograr la impunidad absoluta y seguir sus oscuros negocios.
El Movimiento Semilla no es un partido revolucionario, ni de izquierda. Quizá, muy tibiamente, socialdemócrata. Su vocación fundacional es la lucha contra la corrupción; ello es importante, sin dudas, pero no asegura una mejor situación para las grandes masas populares, por siempre excluidas, ignoradas y, llegado el caso, reprimidas. Bernardo Arévalo, dado que su condición ideológica no le permite ir más allá, puede terminar siendo –si no lo está ya– cooptado por Washington. Son esas grandes masas, de los pueblos originarios básicamente, del pobrerío todo, las que ahora están teniendo un protagonismo fabuloso, movilizándose, protestando, poniendo barricadas por todo el país, alzando la voz.
Pidiendo que se respete el voto popular y que en enero pueda asumir Arévalo sin contratiempos, la población está manifestando para que se detengan las maniobras desestabilizadoras del gobierno, vehiculizadas a través del Ministerio Público. Es por eso que se exige la renuncia de la Fiscal General y algunos de sus adláteres, quienes aparecen ahora como los «malos de la película».
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Las movilizaciones fueron iniciadas por movimientos indígenas, aunque ahora están sumándose numerosos sectores populares, pobres urbanos, clase media, estudiantes universitarios, personal de salud, etc. La respuesta espontánea de la población muestra que el pueblo sigue de pie pese a tanta infamia, perdió el miedo que dejó la guerra interna de varias décadas y ahora expresa una bronca ancestral. La bronca no es solo por las sucias maniobras arteras que intentan bloquear a Semilla, sino que son expresión de un descontento profundo y acumulado por tanto avasallamiento, pobreza crónica histórica, exclusión, mentiras manipuladoras, represión brutal, por el racismo visceral y el patriarcado que siguen marcando el ritmo, por la falta de oportunidades, por la soberbia de los que tienen todo y miran con desprecio al «populacho». La gente de a pie pide la cabeza del actual chivo expiatorio, Consuelo Porras y compañía, pero expresa un profundo malestar que viene de siglos de humillación y ninguneo.
No hay, de momento, un proyecto transformador profundo consistente ni una fuerza política organizada que pueda conducir ese tremendo descontento popular hacia algo que trascienda la protesta contra el Ministerio Público. No hay, en sentido estricto, una propuesta clasista, un ideario socialista tras toda esta marea popular. En todo caso, es tarea de todas las organizaciones del campo social, sectores indígenas, fuerzas de izquierda, mujeres, jóvenes, empobrecidos, varios víctimas de un sistema opresor, aunarse en este momento para tratar de ir más allá de la destitución de un par de marionetas que usan los poderes –tradicionales y de nuevo cuño– buscando cambios más profundos. La situación lo puede permitir.
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