Envalentonados con el respiro otorgado a Jimmy Morales por el manejo oscuro y dudoso de los fondos de su campaña, las mafias de altos vuelos intentaron un golpe magistral: conceder amnistía a los diversos crímenes por los que se juzga a exfuncionarios y a sus comparsas. Sacarlos del encierro era la consigna, y para ello no importaba si con ellos salía la Patrona o el Taquero, difusor activo de los propósitos de Jimmy y compañía.
Las últimas iniciativas, aprobadas de urgencia nacional, tienen un fuerte hedor a impunidad. Si la primera podría entenderse como una profundización en las sanciones electorales, liberar a los secretarios generales de responsabilidad evidenciaba la tendencia de blindar no solo a Morales y a su FCN, sino a todos los demás secretarios generales que están bajo investigación.
La segunda, en cambio, estaba clara y llanamente dedicada a liberar a la gavilla de corruptos actualmente detenidos o prófugos y, junto con ellos, a toda una variedad de criminales. Resulta curioso que, siendo reformas al Código Penal, la inmensa mayoría de los diputados no haya cuestionado el procedimiento y solicitado tiempo para estudiar las iniciativas. Entusiasmados los unos en salvar a sus secretarios, convencidos los otros de que era oportuno el cambio, la votación sucedió en un tris. Tal parece que los jefes de bancada no tuvieron que explicar mucho a sus diputados, y apenas unos cuantos, como Ixcamey, de la UNE, votaron por una, pero no por la otra.
De esa cuenta, la primera batalla que se libra en Guatemala es la de la honestidad y la transparencia de los partidos. No es posible que más de cien personas no analicen con seriedad una decisión que están por aprobar de urgencia. El Congreso, con escasa credibilidad, no puede ser un agujero oscuro en el que las cuestiones fundamentales no se conocen. Fue necesaria una amplia movilización social, desde distintos sectores de clase e ideológicos, para que, ¡como por arte de magia!, los diputados vieran el craso error cometido. Los golpes de pecho vistos a través de los canales no comprometidos con la impunidad son muestra fehaciente de que los diputados, en particular los distritales, son expresión clara de prácticas populistas y oportunistas.
Tenemos aquí la otra batalla que en el país se libra en estos días: la ruptura con el populismo y la demagogia. Sectores amplios de la población han protestado contra el Congreso, pero lo hacen en abstracto. No han existido, ni en la capital ni en los departamentos, acciones concretas de cuestionamiento y crítica a los diputados del distrito. El Congreso es una cueva de ladrones, se dice, incluyendo en ello a los 158 electos. Pero, puestos a escoger, como gritaba a todo pulmón Estuardo Galdámez en la sesión del 15 de septiembre, ellos son reelegidos «porque la población sabe que son honestos y no necesitan aportes económicos anónimos». Galdámez, como todos los que con él se eligen y reeligen, no tienen proyecto partidario, mucho menos de país, sino de enriquecimiento personal. Lamentablemente, esta batalla, la de la clarificación política, la de la construcción de una cultura democrática responsable, no se inicia. Por ende, es más que seguro que los Galdámez y las Bac seguirán siendo elegidos sin que se modernice y democratice efectivamente la política.
Pero la peor de las batallas que en este momento estamos librando es la ideológica. No hay un proyecto de nación en beneficio de la mayoría de los ciudadanos que se haya puesto en debate. Las discusiones circulan alrededor de la corrupción, cuestión que, si bien es urgente, no es la que tendría que tenernos preocupados. Si hubiese una clara agenda de país, la corrupción no tendría posibilidades, pues cada uno de los actos de gobierno estaría siendo fiscalizado para confirmar que las metas y los beneficios propuestos están llegando a la población.
La ultraderecha conservadora y neofascista trata de ocultar todas estas batallas y se centra en su trasnochado discurso anticomunista, del que se desprende que, si los corruptos, mafiosos, tramposos y demagogos son, según ellos, anticomunistas, hay que defenderlos a capa y espada. Esa derecha no es democrática, mucho menos transparente y honesta, y lamentablemente es el único apoyo político que le queda al presidente Morales, pues su partido está directamente vinculado a esa ideología y a sus principales promotores.
No podremos ganar la batalla contra la corrupción si no construimos un proyecto político democrático ampliamente incluyente. No se podrá derrotar la corrupción si no cuestionamos y superamos la demagogia y el clientelismo político en los distritos electorales. Pero tampoco podremos derrotar la corrupción si no desenmascaramos a la ultraderecha neofascista, que antepone todo sus intereses de viejo cuño a los del país.
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