La ecuación es simple: los muertos se acumulan y se acaba el espacio. Es por ello que el Cementerio General ha decidido exhumar restos para poder seguir celebrando nuevos entierros.
Durante un mes cada año, cinco trabajadores ingresan al cementerio público más grande de Guatemala para exhumar los cadáveres de unos cinco mil bebés y, junto con los objetos que se depositaron, lanzarlos a una fosa común lindante con el principal basurero de la capital del país. En el caso de adultos la cifra alcanza otros tres mil restos.
Las autoridades también decidieron que tendrían prioridad para mantenerse en su cripta los restos de aquellas personas cuyos familiares estén al día con las cuotas de renovación al cementerio.
Eso sí: después de 14 años, absolutamente todos los restos van a la misma fosa común, salvo aquellos que se encuentren en mausoleos, la clase pudiente del camposanto.
El criterio para vaciar criptas es, entonces, el de "más moroso va primero". Y el 98 por ciento de los familiares que enterraron a un menor de cuatro años no responden a los llamados para ponerse al día con las cuotas.
"En el caso de los adultos fallecidos, el nivel de respuesta por parte de los familiares es mayor", según comenta a Efe uno de los empleados del cementerio, que prefiere mantener el anonimato.
Una vez confirmada la ausencia del pago, los restos de los bebés son exhumados. Una cuadrilla de trabajadores, con martillos y máscaras que cubren su nariz y boca, proceden a desalojar las criptas.
Los restos de los cadáveres son envueltos en una bolsa plástica con su nombre. Las imágenes son conmovedoras: algunos bebés están mejor conservados que otros y parecen casi momificados. En muchos se distinguen matas de pelo, huesos y la ropa con la que fueron enterrados.
Los restos de los niños son apilados y transportados en carretas que funcionan con baterías. Finalmente son arrojados a fosas comunes, junto sus pertenencias, en el basurero. Éstas van desde osos de peluche hasta ropa y accesorios, además del mismo féretro en algunos casos.
La fosa común colinda, irónicamente, con el basurero más grande de la Ciudad de Guatemala, una urbe de 3.5 millones de personas.
Coutas impagadas y avisos en las lápidas
Las cuotas para mantenerse inmune de exhumaciones durante 14 años son, en promedio, de 4,5 dólares por año. "El problema es que casi nadie viene a renovar", agrega un miembro de la cuadrilla, mientras verifica el número de lápida que el equipo estaba a punto de romper.
El procedimiento, de acuerdo al cementerio, se inicia con el envío de un telegrama a los familiares para reclamar el pago de la cuota de renovación del espacio. Fallida esta negociación, se realiza una publicación en prensa de circulación nacional con el mismo fin.
Finalmente, se escriben números en las lápidas con pintura de color para que los familiares, al visitar al difunto, se vean obligados a acercarse a la administración para entender el origen de las pintadas.
María Elisa Estévez visitaba recientemente a su padre enterrado en el cementerio en un mausoleo perteneciente a su familia. "¡Veo tantas lápidas pintadas!", relata la señora a Efe. "¿Nadie planificó que así como crece la ciudad deben crecer los cementerios?", agregó.
Cada año, en las fechas de mayor afluencia al cementerio como el día de la madre, del padre, o de todos los santos, se despliegan mantas en varios puntos del lugar con mensajes alusivos a regularizar las cuotas de renovación por ocupación de espacios.
Muchas son las razones para que los familiares no se pongan al día con los nichos de sus bebés. "Los padres no abandonan a los niños, solo al cuerpo", explica a Efe la doctora Silvia Rivas de Verdugo, jefa de medicina de la Unidad Nacional de Oncología Pediátrica y Cuidados Paliativos Pediátricos.
"Los padres siguen soñando a sus hijos, viéndolos por la casa. Muchas veces eso da más consuelo que ir a un lugar frío como lo es un cementerio", advierte la doctora.
“Es muy interesante lo que sucede con los niños. Es mucho dolor para los padres recordarse de lo más amado. No hay nada que se demuestre que duela más que la pérdida de un hijo. Los padres cuentan que visitan al cementerio por lo menos una vez a la semana, luego lo van espaciando y probablemente al resolver el duelo dejan de ir”, apunta Rivas.
Los miembros de la cuadrilla encargada de las exhumaciones aseguraron que se despejan alrededor de 45 tumbas diarias de bebés, hasta alcanzar las cinco mil. Y durante el período que duran las exhumaciones no se aceptan nuevos entierros de niños, salvo de los que tengan espacio en mausoleos propios.
Si alguna persona se sorprende con la noticia de que su bebé fue exhumado y enviado a una fosa común puede, por cuenta propia, contratar los servicios de alguna de las personas que viven en el basurero y que se mantienen en los alrededores, para que ingrese a la fosa e intente encontrar la bolsa que contiene los restos.
Mario, de 50 años, trabaja dentro del cementerio tallando lápidas. “En todos los años que llevo trabajando en esto nunca vi una persona que, al venir a visitar a su niño, se encuentre con la noticia de que fue enviado a la fosa. Pero sí de personas que ya sabían y querían contratar a alguien que se los saque de ahí”, recuerda.
El cementerio fue creado con un trazado ajedrezado, similar al de la Ciudad de Guatemala, y con un área distribuida para mausoleos, otra para sepulturas colectivas y un tercer terreno reservado para los más pobres, según información de la Municipalidad de Guatemala.
El cementerio no posee crematorio. Todo aquel que desee llevar a cabo ese procedimiento debe hacerlo en forma privada.
En Guatemala mueren alrededor de 70 mil personas cada año, de acuerdo a datos oficiales.
Fotografías: Saúl Martínez
Texto: Natalia Sayed