Hace cuatro años tuve el privilegio de entrar a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia en la Usac. Estaba en la segunda o tercera semana de clases de primer año y eran más o menos las diez de la mañana cuando el grupo de encapuchados, con su vestido y capucha color blanco y verde tocaron la puerta y pidieron permiso a la Licenciada para dar un anuncio. La Licenciada accedió y el grupo de encapuchados tomó la palabra:
(Parafraseando) “Qué onda, muchá. Bienvenidos a la Facultad. Sólo pasamos a contarles que la bienvenida va a ser la otra semana y a quienes quieran participar, ese día tienen que venir disfrazados de algún animal. Pero no vayan a gastar mucho porque su disfraz va a parar hecho mierda”.
Entre otras cosas, nos pidieron un cuaderno y un lápiz que luego sería llevado a alguna escuela en un área marginal y Q25 que servirían para la fiesta de bienvenida, la playera conmemorativa y la foto del grupo de “nuevos”. Nos dijeron también que si alguno tenía algún problema de salud que le impidiera participar, pero que aun así quería hacer presencia, sólo tenía que presentar una constancia médica.
Mi primera reacción fue de intriga. No sabía si quería participar o no, por lo que se suele hablar de los bautizos (ahora los bautizos están prohibidos y se llaman “bienvenidas”). Cuando llegué a mi casa le comenté a mi mamá y lo primero que me preguntó fue: “¿Y de qué te vas a disfrazar?”
Decidí participar. Preparé mi disfraz (una máscara hecha de una caja de cartón que simulaba un oso panda) y una muda de ropa limpia.
La actividad inició alrededor de las 9 de la mañana cuando los alumnos de primer año nos reunimos en el salón donde normalmente recibíamos clases y los disfraces variaban en color y creatividad. Desde abejas (el que más abundó, de hecho) hasta vacas y osos. Todo lo que se escuchaba eran las conjeturas acerca de lo que nos iban a poner a hacer pero nadie estaba nervioso (al menos no por miedo) o nadie estaba allí contra su voluntad. Una minoría de mis compañeros no llegó. Finalmente, se oyeron una o dos ametralladoras en el pasillo del edificio y el grupo de encapuchados entró al salón. No recuerdo exactamente qué fue lo que nos dijeron, pero lo que sí que sus palabras no iban dirigidas a infundir miedo o sumisión sino más bien fue algo similar a un discurso motivacional acerca de lo que significa estudiar en la Facultad y en la Universidad.
Acto seguido, uno de ellos preguntó: “¿Hay alguien que esté enfermo y que no pueda participar?”. Sólo una mano se levantó. Un compañero, que venía de Honduras y se había disfrazado de perro, entregó su constancia médica. El compañero encapuchado leyó la nota y le dio una palmada en el hombro mientras se dirigía a los demás encapuchados: “Muchá, ahí tienen cuidado con él porque está enfermo”. Uno de ellos hacía voluntariado (o trabajaba) con los bomberos y ese día él y uno o dos bomberos más estuvieron pendientes de cualquier imprevisto. Nos pidieron a cada uno de los alumnos subiera al frente, se presentara, dijera de qué iba disfrazado y repitiera “…Y soy un nuevo shuco”.
Cuando la presentación terminó, nos pidieron salir en parejas, de la mano, haciendo “sapitos” mientras llegábamos al lugar en el que iba a ser la bienvenida. Mientras ellos preguntaban “¿Qué son?”, nosotros respondíamos “¡Nuevos shucos!” y otros juegos de palabras. Uno de ellos me vio forcejeando con mi máscara de cartón mientras saltaba sujetado de la mano con uno de mis compañeros. Me detuvo y me dijo: “Mirá, mejor llévatela en la mano porque te vas a lastimar” mientras me quitaba la máscara y la dejaba tirada en el pasillo.
Luego nos echaron una solución con Dios sabe qué cosas –lo único que supe diferenciar fue el fuerte olor a ajo-, y pasamos a través de un rally donde besamos a un mono araña disecado, para luego tirarnos de un resbaladero con solución jabonosa; dar vueltas con la cabeza sobre un bate para marearnos y así recorrer un tramo corto hasta un pasadizo por el que debíamos arrastrarnos en el lodo y heces de vaca: nada que a un estudiante de Veterinaria o Zootecnia no le toque hacer durante la carrera o vida profesional. Luego había que saltar en un charco de fango, y así terminaba la primera parte de la bienvenida.
Recorrimos la universidad sucios como estábamos mientras vociferábamos “¡Con espíritu combatiente, Veterinaria está presente!”. Frente al edificio de rectoría nos detuvimos y tomaron la foto de la promoción. Luego regresamos a la Facultad donde escuchamos al Rey Feo y sus gracias y otro discurso más de motivación. Para finalizar la actividad llegó un camión cisterna con el que nos dimos un chapuzón, suficiente como para limpiar el exceso de suciedad, porque desde ese momento ya no fuimos nuevos shucos.
Una semana después, nos entregaron la playera, la fotografía que tomaron frente a Rectoría y un ticket para la comida de la fiesta. Poco después también subieron las fotos de los encapuchados entregando los útiles a una escuela. Ni mis compañeros ni yo recordamos haber sufrido algún tipo de maltrato o humillación durante la actividad ni que alguno se haya arrepentido de participar. Tampoco hubo represalias o un “segundo bautizo peor que el primero” para los que no llegaron.
Ignoro cómo fueron los bautizos en el pasado. Pero accedí a compartir mi punto de vista porque cada año se habla de lo mismo, y sinceramente es un poco tedioso cuando las cosas han cambiado bastante, al menos en mi Facultad. Estoy de acuerdo en que se debería regular este tipo de actividades a fin de que se evite cualquier maltrato físico o psicológico para los alumnos. Pero también estoy en contra que se use como una excusa para desprestigiar la Universidad, cuando hay tanto más en qué fijarse: bueno que aplaudir, y malo que corregir, por supuesto. Entiendo que existan opiniones encontradas respecto a los bautizos o bienvenidas y respeto cada punto de vista. Sin embargo, cada uno deberá analizar su experiencia y juzgar a partir de ella, pero se debe evitar generalizar, en ambos extremos. A un año de cerrar pensum, ese recuerdo es grato y forma parte de toda la hermosa experiencia que ha sido ser parte de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia y de la Universidad de San Carlos de Guatemala.