Pero solo nos mostró la punta del iceberg. Por debajo, las dinámicas de corrupción se propagaban en toda la administración pública. A partir de entonces, el número de órdenes de captura sigue creciendo y los implicados aumentan, pero a la par de esto crecen los esfuerzos por frenar e interrumpir todo lo alcanzado.
Así, el 2018 es el punto de inflexión, un año en el que el presidente Jimmy Morales debe elegir al próximo fiscal general. A eso se le debe sumar el impasse que existe para aprobar las propuestas de reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos consensuadas por varias organizaciones de la sociedad civil y que traen consigo los mecanismos para garantizar un proceso electoral que dé apertura a una mayor oferta de candidatos, quizá incluso que permitan la inclusión de nuevos actores. Sin embargo, la incertidumbre de estos acontecimientos políticos arrastra consigo una oportunidad.
Cifras y voces se titula el estudio que publicó el Instituto Nacional Demócrata (NDI, por sus siglas en inglés), en el cual se elaboró una encuesta para «arrojar datos empíricos como fuente de primer orden para el estudio académico». Lo interesante es que tiene como objetivo medir la opinión pública de la ciudadanía durante el movimiento social del 2015.
La encuesta lanza preguntas clave para entender qué sucedió, por ejemplo el hecho de que más del 90 % de los encuestados dicen que se enteraron de las protestas, pero solo alrededor del 12 % participaron. También demuestra que, ante la posibilidad, el 80 % dicen que acudirían a protestar a favor de la Cicig y el MP. Asimismo, se indaga sobre las consecuencias, de manera que se preguntó: «¿Cree que el año pasado la población logró sus objetivos con las protestas?». La relación de esta pregunta con el número de veces que el individuo acudió a las plazas presenta hallazgos interesantes.
Elaboración propia con datos de la encuesta Cambio en cultura política recabados en junio de 2016. La gráfica no incluye las respuestas en blanco de los encuestados.
Por un lado, los encuestados que dicen «nunca» haber asistido a las protestas creen, en su mayoría, que las protestas sí lograron sus objetivos. Su falta de movilización no les contuvo de evaluar de manera positiva lo que sucedió. Este también es el caso de los que acudieron «una vez» y «varias veces» a las distintas plazas del país.
Pero lo interesante aquí es el último grupo. Aquellos que acudieron consecutivamente a las plazas, los integrantes de ese grupo heterogéneo y disperso que de una u otra manera optó por apoyar el movimiento social, tienen la perspectiva más crítica de los resultados de las protestas. Este grupo es el único que cree que las protestas no lograron sus objetivos. Claro, es importante destacar que este dato por si solo no ofrece explicación de causalidad. No sabemos las motivaciones de los encuestados para acudir o no a las protestas ni cómo definen ellos los objetivos. Esta clase de análisis requiere un examen más exhaustivo del instrumento. A pesar de eso, los datos nos ofrecen una invitación a la reflexión.
En las protestas se gestó un pensamiento contra la inconformidad, un repudio al sistema político actual que nos encaminó a sentirnos decepcionados con el acontecer nacional. Al mismo tiempo, estas exaltaron nuestras expectativas de qué queríamos lograr: vislumbrar un país sin corrupción, con una administración pública idónea que trabaje por el interés de sus ciudadanos. Esa dualidad entre la repulsión y la esperanza fue en gran medida el catalizador de la acción política. No es de extrañar que los que participamos «muchas veces» sintamos que aún no se han logrado los objetivos.
Regresando al punto de inflexión, este es el momento cuando la indignación se debe contagiar. Debemos mantener a la ciudadanía informada y despierta. No es momento de aflojar la cuerda y volver a casa. Por el contrario, tomemos las calles y unamos las voces para impulsar cambios que den origen a otro sistema político en el que no imperen el clientelismo y la corrupción. Es hora de apropiarse de las palabras de la célebre frase de Jefferson que dice: «El precio de la libertad es la eterna vigilancia».
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