Nada indica que con estas elecciones pueda cambiar algo. Como se ha dicho en alguna oportunidad: estamos ante «más de lo mismo». En realidad, es un show donde democracia es una mera palabra vacía. El Tribunal Supremo Electoral está volcado a ayudar a la derecha tradicional contra la izquierda y contra nuevas opciones también de derecha (Carlos Pineda), pero contrarias al guión ya escrito por ciertos poderes (alto empresariado, embajada), perdiendo su situación de supuesta objetividad. Todo sigue igual y nada parece poder cambiar eso el próximo 25 de junio.
La población votante está muy desesperanzada. Ya se llevan cerca de 40 años de retorno a la democracia, y con ningún gobierno que ha pasado en este período se ven cambios reales. Tampoco ahora se vislumbran. Es muy probable que haya una baja participación, porque la gente ya está cansada de esto, que más bien suena a burla. No hay ninguna esperanza de cambio. Los partidos de derecha no ofrecen nada nuevo, solo consignas, mucho menos programas reales adecuados a la realidad. Para la población votante, en definitiva, da lo mismo que gane cualquier candidato, porque no se esperan cambios de ninguna naturaleza. Y la izquierda prácticamente no existe. Alguien ganará y será el próximo presidente, pero seguramente sin mayor legitimidad popular. Esto muestra que el presidente no pasa de ser un administrador, un gerente de los grandes negocios que hacen los grandes capitales. La legislación es una forma de darles el beneplácito a esos sectores dominantes.
Por su parte la izquierda está muy fragmentada, sin ningún planteamiento profundo de cambio, sin rumbo. Al único partido de izquierda que podía dar batalla verdadera para la presidencia: el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP), partido con base campesina de origen maya, muy numerosa en el interior del país, la derecha en el poder se encargó de frenarlo a través de artimañas legales, impidiéndole su participación. Los pequeños grupos de izquierda que van a la contienda electoral no tienen mayor chance de hacer un buen papel. A duras penas podrán obtener algunas diputaciones y, eventualmente, algunas alcaldías municipales. No se pueden esperar cambios estructurales profundos con ninguna de sus acciones. Luego de la Firma de la Paz en 1996, terminando el sangriento conflicto armado interno que dejó secuelas que aún hoy persisten, la izquierda quedó muy debilitada, y en estos años aún no ha podido reaccionar adecuadamente.
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Las perspectivas reales para superar esta enorme crisis multifacética que vive el país, en realidad no se avizoran. La situación sigue empeorando día a día. En términos de macroeconomía, Guatemala no está mal. Tiene una economía próspera, entre las diez más grandes de Latinoamérica, pero muy inequitativamente repartida. Un pequeño grupo lo tiene todo, y una gran mayoría no tiene nada. Los problemas sobran. A la pobreza histórica (60 % de la población bajo el nivel de la pobreza) se suma una ola de violencia delincuencial imparable, producto de esa miseria generalizada y de la cultura de violencia que dejó la pasada guerra. Aunque suene patético, es una realidad: pueden llegar a matar por un teléfono celular. Eso tiene a la población sumamente asustada, maniatada, condenándola a ir de la casa al trabajo o estudio y viceversa, con miedo. Junto a todo eso, persisten otros problemas enormes, como el racismo contra los pueblos originarios (población de origen maya, que representan la mitad del país) y el machismo. Todo eso no se ve como elemento que algún gobierno enfrente con posibilidad, o voluntad, real de éxito. El panorama a futuro es más bien sombrío. ¿Nueva guerra civil en el horizonte? Quizá.
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