La primera imagen que Ulf Aneer tuvo de Guatemala fue de fiesta. A este fotógrafo sueco que llegó al país por mar en 1978, lo recibió la fiesta garífuna de fin de año en Livingston, Izabal. Pero la alegre bienvenida le duró pocos minutos: el muelle en el que descendió estaba rodeado de personas armadas. Así se percató de que llegaba a un país en guerra.
Ese paisaje lo siguió viendo durante los 15 años siguientes en que continúo visitando Guatemala; los años más cruentos del enfrentamiento armado. Durante esos recorridos, en cientos de rollos de fotografía fue acumulando escenas de la trágica historia de este país. Desde la semana pasada, una muestra de su trabajo de documentación fotográfica “Y desde siempre fuimos hacia la vida”, se expone en la Casa de la Memoria Kaji Tulam.
Como fotógrafo independiente, Aneer recorrió Centroamérica entre 1978 a 1992, primero tomando fotografías, y luego complementando su trabajo con entrevistas y artículos.
Fue seleccionado en un plan educativo del Ministerio de Asuntos Exteriores sueco en América Latina; una opción para no prestar el servicio militar obligatorio en su país. Mientras sus compañeros optaron por Chile, Argentina o Bolivia; Anner lo hizo por Norte y Centroamérica.
El proceso de digitalizar su trabajo fotográfico, le hizo recordar sus años como fotoperiodista en la región. En 2014 recibió apoyo de Diakonia, la agencia sueca de cooperación internacional, para revelar y digitalizar el extenso cuerpo de trabajo que tenía sobre Guatemala.
¿Qué le permitió tener acceso a personas de espectros ideológicos opuestos durante sus viajes a Guatemala?
Para el periodismo y fotoperiodismo verdadero, hay que traspasar las fronteras. Tú vas con Ricardo Méndez Ruiz y él te dice su verdad. Y así, con muchas personas. Intenté entrevistar a Otto Pérez Molina estos días y tenía un regalo para él por su cumpleaños, el 1 de diciembre. Y un amigo me dice: ¿Por qué le quieres dar regalos a él? Porque me toca socializar. Es como la pesca, tengo que poner algo en el gancho. Si no tienes nada en el gancho, no pescas.
Yo tengo que conocer, tener cierta relación con la gente, para tomarle fotos y acercarme. Algunos espacios no son difíciles, pero si vas a lugares más cerrados, necesitas tener algún tipo de relación que te abra esas puertas. Ser extremadamente social. Yo puedo analizar qué me parece que está bien y qué está mal, pero para tener acceso, respeto a todos los que entrevisto y les saco fotos.
Es un juego social. ¿Por qué es un juego? Porque no muestro todo lo que pienso.
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Ulf Aneer muestra una foto de uno de los refugiados de Salquil Grande, en Nebaj, señalando a lo lejos el humo que salía de la aldea Uchuc, cerca de Tzalbal. “Aquí el Ejército está quemando esa aldea”, le dijeron. Luego, el fotógrafo bajaría a la comandancia, con el general Tito Arias (alias de Otto Pérez) a preguntar si era cierto. Le contestó que “El Ejército no se dedica a quemar aldeas”.
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En sus fotos se ven bloqueos, retenes, escenas de operativos policiales y balaceras. Al recordar esos años, dice que si bien había muchos controles de las autoridades, éstas no le hacían muchas preguntas. “Como supuesto gringo me iba bien”, recuerda.
Su trabajo lo llevó también a El Salvador. “Nadie me quería comprar una nota sobre Monseñor (Arnulfo) Romero”, dice. En Nicaragua, “llegué en los últimos meses del régimen de Somoza y la gente llegaba y me decía ¡Por favor! Cuenta al mundo que está pasando aquí”. También en México, con los refugiados guatemaltecos.
Llegó a la frontera de México, al otro lado de Jacaltenango, en donde llovía siempre y se establecieron algunas comunidades de personas que huían de Guatemala. En el exilio no se hablaba. “La gente salía hacia México y era difícil tomarles fotos porque tenían mucho miedo a los visitantes. Temían el control de los grupos guerrilleros. Preferirían no hablar, no mostrar nada”.
“Lo mejor de este trabajo es tener la oportunidad de regresar. Conlleva una calidad enorme regresar a la misma gente”.
—¿Cómo ve el panorama ahora con respecto a lo que vio hace 30 años?
Nebaj era como Xibalbá. Es una zona en la que ha habido poco interés de parte de las autoridades por el desarrollo de su zona y su gente. Sin ganas de comparar, los ixiles son de los que más sufrieron.
—Algunas de sus fotos de aquellos tiempos muestran los interiores de casas muy pobres, similares a como se observan hoy día.
El campo está muy detenido, lejos de los centros. En el campo hay muy poca educación. En la mayoría de mis textos, hablo de cómo la gente ha sido castigada con mínimas reformas sociales. El vicepresidente de ese entonces también admitió eso, que operaba un sistema de castigo a la gente que consideran rebeldes, pero que yo veía como víctimas.
— ¿Cómo lograba acompañar a los militares en sus rondas en helicóptero?
Yo pregunté si era posible y me dijeron que sí. Hasta después entendí el riesgo de eso. Por ejemplo, tengo muchas entrevistas con Tiburcio Hernández Utuy, un catequista de Chajul que torturaron y transportaron en helicóptero en 1982.
—De las entrevistas que hizo ¿Cuál fue la que más le impactó?
La que hice hace dos días. Fue alrededor del embalse de la hidroeléctrica Chixoy; yo estuve allí en la inauguración, en 1984, sin poder salir a ver lo que había pasado en el valle. Fui a conocer a Carlos Chen Osorio, de la Asociación para el Desarrollo Integral de las Víctimas de las Verapaces Maya Achí (ADIVIMA). Le enseñé una foto de murales de víctimas desaparecidas y él conocía a casi todos, eran gente del valle. Hay muchos casos, como el suyo, en los que si uno regresa va a encontrar muchas conexiones. Con cada viaje, la historia se vuelve más profunda.
—¿Capas sobre capas?
Reflejos del pasado… Allí está Tito Arias —y señala una de sus fotos en las que se ve a un miembro del Ejército, colocho, de espaldas.
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“Lo que más me interesa, mi ángulo de mirar lo ocurrido en Guatemala, es ver a esta supuesta guerra y enfocar a los que no estaban peleando, a los que quedaron entre fuegos, metidos en los lugares en donde las cosas pasaron”, explica Aneer. “Es un costo muy alto el de una lucha… Como cualquier guerra, la mayoría de los que sufren no son los que luchan. Los que por mala suerte vivían en donde la guerra pasó y eran empujados por los dos lados del enfrentamiento. La cuestión es que un lado empujó mucho más… Esa fue la guerra”.