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«Vidas silenciadas» suicidio de adolescentes embarazadas

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«Vidas silenciadas» suicidio de adolescentes embarazadas

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Blanca, Diana, Juliana son algunos de los nombres de las adolescentes que se suicidaron porque no querían ser madres o, producto de la presión social o abusos, vivían atormentadas. Las suyas son parte de las 14 historias recopiladas en la investigación «Vidas Silenciadas, una tragedia de la que no se habla» publicada por FLACSO Guatemala, y evidencian la necesidad de tener una educación sexual integral.

«Mamita, ¿me perdona? ¿Dígame que sí me perdona?» repetía Dinora de 16 años el día de su suicidio. Su madre le preguntó «¿Estás embarazada?», a lo que ella contestó «yo le dije que nietos míos… no iba a conocer».

Dinora cursaba segundo básico y quería estudiar para ser policía. Asistió a una jornada médica y regresó diferente. El mismo día ingirió una pastilla, tuvo dolor de estómago y en el hospital murió en los brazos de su mamá, creen que estaba embarazada. Esta es una de las muchas historias que vinculan el suicidio y el embarazo adolescente en Guatemala.

Las familias que experimentan un suicidio requieren de apoyo psicológico, pero por la pobreza, discriminación social y poca información en las comunidades, especialmente las rurales, no se conoce la realidad de los hechos. No hay datos, ni instituciones que le den seguimiento a los casos, simplemente se ignora que existen jóvenes quienes, para evitar truncar su futuro, prefieren perder la vida.

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El embarazo adolescente, un riesgo

Blanca estudiaba primero básico, tenía 16 años, muchos la consideraban como una persona alegre y sociable. Cuando su mamá salía a trabajar quedaba a cargo de los quehaceres de la casa y del cuidado de su hermana menor. Murió ahorcada, tomó la decisión porque quedó embarazada de su padrastro, él abusó constantemente de ella, la madre al enterarse la trató mal y dejó de darle comida, pues «se le metió a su pareja».

El estudio de FLACSO señala que el proceso de gestación integra el desarrollo a nivel físico, psicológico y social, incluso puede implicar riesgos a la salud y vida. En el caso de las menores de 15 años se considera peligroso, especialmente porque su aparato reproductivo está en proceso de maduración, además que no se tiene un control emocional.

En los casos de embarazo adolescente donde hay abuso, como la padeció Blanca, hay un proceso de adaptación complejo, que implica riesgos biológicos y metales. A nivel físico se presentan complicaciones como presión arterial alta, parto prematuro, muerte materna, etc., entre los problemas psicológicos está el estrés o depresión.

Uno de los hallazgos del estudio demuestra que muchas de las jóvenes que toman la decisión de suicidarse, no necesariamente pasaron por un periodo de depresión, más bien, a raíz del embarazo ven como única salida su muerte. En los casos que registran problemas psicológicos previos, puede intensificarse la enfermedad y provocar un mayor daño físico y emocional.

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El suicidio, un tabú

Las estadísticas demuestran que las mujeres suelen planificar más el acto suicida motivado por conflictos y relaciones de pareja. De acuerdo con un estudio de Colombia, las relaciones tóxicas de dependencia provocan que muchas mujeres tengan baja autoestima y que, al estar embarazadas, producto de una violación sexual, sean más propensas a suicidarse.

Diana tenía 17 años y estaba a punto de graduarse de bachillerato, ella solía cortarse diversas partes del cuerpo, le preguntaban por qué lo hacía y nunca respondió, únicamente lloraba, tenía periodos de tristeza y estrés. Sus allegados piensan que fue en aumento luego de escuchar que posiblemente estaba embarazada a causa de una violación de un tío.

«Las adolescentes embarazadas tienen un riesgo de suicidio hasta tres veces mayor que las adolescentes no embarazadas, debido a la exposición a la violencia, el estigma, la violencia sexual, la falta de alternativas frente a la interferencia en sus proyectos de vida y la penalización del aborto» señala el ginecólogo Leonel Briozzo.

En el 57.14% de los casos estudiados, las adolescentes tenían sueños de continuar estudiando. No planeaban quedar embarazadas, por lo que la interrupción de sus metas es un motivo que las empujó a quitarse la vida. 

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Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el suicidio es un fenómeno que involucra elementos biológicos, sociales, psicológicos, etc., en 2018 al menos 800,000 personas se quitaron la vida. Los suicidios representan un 50% de todas las muertes violentas registradas entre hombres y un 71% en mujeres.

El estudio describe cómo las distintas religiones comprenden el suicidio, en el cristianismo lo consideran un pecado, una negación a los planes de Dios; «conversarlo dentro de la comunidad religiosa es un acto egoísta e incorrecto» indica el estudio. En los casos identificados el 78.57% de las adolescentes pertenecían a la religión cristiana.

Según una investigación de Planned Parenthood Global (PPGlobal) en Guatemala muchas de las mujeres que sufren una violación sexual y un embarazo forzoso tienen problemas emocionales, en ese estudio se entrevistó a 20 adolescentes embarazadas entre 12 y 14 años, de las cuales 12 (60%) señalaron tener daño psicológico, miedo e intranquilidad después del parto.

Un ejemplo claro del problema es el Hospital Nacional de Cobán, que hasta 2015 registraban el suicidio por intoxicación como la tercera causa de muerte materna. Además, desde el Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva (OSAR) registran casos de suicidios por embarazo en Quetzaltenango, Jalapa y Chiquimula.

Dinora, la joven de la primera historia de este reportaje, presentó fuertes dolores y su mamá, angustiada, trató de hacerla vomitar dándole leche y sacar el veneno. Los bomberos estaban atendiendo una emergencia en el río, no había ambulancias; su madre logró llevarla al centro de salud y de ahí fue trasladada al hospital, fue muy tarde, ella murió.

En 2017 Jutiapa tuvo un repunte de suicidios en adolescentes, reportaron 40 suicidios por múltiples causas. La tendencia es la utilización del phostoxín, que se usa para combatir los gorgojos en el maíz y frijol, le llaman «la pastilla del amor», y posiblemente la que uso Dinora para quitarse la vida.

El estudio refleja que el suicidio por intoxicación se ha dado en casos de jóvenes de siete a nueve meses de embarazo. Esperanza, de 17 años, tenía más de ocho meses, ingirió phostoxín y dejó una nota pidiendo perdón a su mamá. Solo la hija sobrevivió, pero tiene daño cerebral, no habla y su desarrollo motriz es limitado.

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Las historias descritas en la investigación muestran que los suicidios ocurren en su domicilio y en los primeros meses de gestación, provocando que con frecuencia no haya indicio visible del embarazo y, por tanto, pasa desapercibido. Debido al estigma y tabú, las mismas familias son las que piden un certificado de defunción con una causa de muerte general, no quieren ser expuestos socialmente.

El suicidio, por tanto, provoca deshonra a la familia y señalamientos fuertes de la comunidad, aunque en realidad sea el producto del poco apoyo e información de las jóvenes, especialmente en aquellas que por la violencia de género se ven limitadas de autonomía y poder. En los casos narrados, en ninguno continuó con investigaciones a los hombres vinculados con abuso.

Nadia tenía 18 años, cursaba tercero primaria. Su cuñado la violó y embarazó, él la amenazaba constantemente con matar a su hermana si decía algo a su familia. Ella fue con un curandero para abortar, pero no hizo efecto el tratamiento, así que tomó veneno. Falleció en el hospital, la familia hizo la denuncia al Ministerio Público (MP), pero la desestimó porque «no había delito que perseguir».

La culpa es de otra mujer

«Por tu culpa se mató mi hermana… Por tu culpa mi hermana no está con nosotros… si te hubieras envenenado vos tal vez la Dinora no se hubiera envenenado» reclamaba el hermano de la joven a su madre.

Estos reproches muestran cómo, desde la perspectiva de género, la culpa recae en la madre porque es considerada, por la propia familia y su comunidad, como una «mala mamá» al tener una hija adolescente embarazada que atentó contra su propia vida. Sin considerar otros factores, la mujer es acusada por los hechos trágicos que suceden en su familia.

«La comunidad dijo que todo fue porque yo me había ido a trabajar… O sea, que la culpa había sido mía. Y no fue así. Yo todavía le platiqué… yo me quería salir (del trabajo) por lo que pasaba, pero por los gastos del estudio, lo que gana mi esposo, no alcanza para cubrir todo» narra la madre de Diana.

En 9 de los 14 casos narrados, la madre no estaba enterada del embarazo de su hija hasta el momento del suicidio, en ocasiones por la falta de confianza. El estudio resalta que esta es una práctica inducida por el sistema patriarcal que dicta que las mujeres no pueden tener una relación armoniosa, ya que deben competir por el afecto, especialmente el de los hombres, como sucedió con Blanca y su mamá.

En ninguno de los casos estudiados, las madres han tenido acompañamiento psicológico para sobrellevar su duelo, esto a pesar de que el suicidio afecta a relaciones familiares, personales o laborales. Muchas familias no pueden recibir terapia porque se encuentran en condición de pobreza, haciendo imposible viajar al casco urbano de sus departamentos en búsqueda de ayuda especializada.

Por otro lado, es importante que además de las madres o padres, los mismos hermanos, hermanas o familiares cercanos tengan ayuda psicológica. En la mayoría de los suicidios son allegados los que encuentran a la persona, causando que sea un factor de trauma y riesgo futuro. En el caso de Dinora, una prima se suicidó a los16 años, no se saben las razones.

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Lo que no se registra, no existe 

Uno de los mayores desafíos para Guatemala en el registro de los intentos o casos de suicidios en mujeres en edad fértil, es que no se hace una prueba de embarazo. El Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) no tiene protocolos o reglas que obliguen a la aplicación de una prueba, porque ellos solo identificarán la muerte, pero no tendrán que declarar el hecho como suicidio, esa tarea le corresponde al Ministerio Público (MP).

El proceso oficial que realiza el INACIF es una necropsia y, por medio de una observación ocular se revisa el útero. Se debe identificar si hubo gestación, pero de acuerdo con la experticia del perito quedará escrito en el dictamen, porque de lo contrario el mismo Sistema Informático Nacional Forense no tiene una casilla para describir que estaba embarazada.

El MP al establecer la muerte como suicidio, no continua con la ruta de investigación y seguimiento. Es decir, no se investiga si pudo estar asociado a un embarazo no deseado o forzado.

En la ciudad de Guatemala, durante el 2017 la Fiscalía de la Mujer reportó nueve casos de muerte por suicidios en adolescentes y dos de ellas embarazadas. De acuerdo con la Liga de Higiene Mental hay una falla a nivel institucional, porque los suicidios son recurrentes en las áreas rurales, pero no tiene una atención o registro adecuado, provocando que sea invisible el problema.

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¿Alguna solución?

El suicidio tiene un impacto a nivel social, por tanto, el abordaje comunitario, familiar y escolar es muy importante. «Han pasado casos en la comunidad, y ahora, aunque mis hijos se enojen conmigo, yo trato la manera de entablar plática con ellos y preguntarles si algo les molesta, a ver qué hacen, si los molestan, por lo que pasó… yo no sabía nada de mi hija» menciona la madre de Ana, una niña de 13 años que falleció ahorcada.

Los Consejos Comunitarios de Desarrollo Urbano y Rural (COCODES) jugaron un papel relevante dentro de dos casos, acompañaron a la familia desde el hospital o funeral. En la investigación se detecta que ellos son los que emiten un mensaje de prevención y atención para las familias y jóvenes, pero por la cultura patriarcal tratan de educar únicamente a las mujeres.

«Hemos tratado la manera de explicar a las jovencitas, pero la realidad es que no podemos hacer nada porque cada quien, la familia, sabe cómo educa a sus hijas, de la familia viene la educación» señala la autoridad dentro del COCODE que acompañó a la familia de Nadia.

Al invisibilizar a los hombres vinculados en los casos no se podrá avanzar en la educación respecto al tema de suicidio, porque muchos han sido afectados o han sido violentos contra las mujeres. En el caso de Juliana, una chica de 17 años, que falleció envenenada, su pareja ingresó al hospital por ingerir plaguicida después de saber sobre su muerte. Él sobrevivió y tuvo tratamiento psicológico.

El 71% de las fallecidas estaba dentro del sistema escolar, por lo que implementar educación sexual integral desde los programas del Ministerio de Educación sería vital para informar a los jóvenes. Se debe comprender que la sexualidad es más que sexo, sino que implica relaciones de respeto, compromiso, igualdad, comunicación, entre otros.

Como menciona el padre de Flor, una joven de 15 años que falleció ahorcada. «Sería bonito que hubiera educación sexual en la escuela».

Los nombres de las adolescentes fallecidas son ficticios y sus historias fueron construidas por medio de autopsias verbales de sus familiares, maestros, miembros o medios de la comunidad. 

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