En la entrada del cementerio de Santa Cruz Barillas, en Huehuetenango, hay dos hombres con violines. Se refrescan con un poco de agua mientras descansan. Llevan diez horas interpretando melodías suaves que acompañan a quienes llegan a visitar a sus muertos cada primero de noviembre.
«Si no hay música la gente se queda triste», dice Mateo Mateo, uno de los violinistas. En este territorio maya q’anjob’al, esta es la señal del día de Todos los Santos.
«El Mundo Prestado» se llama e...
En la entrada del cementerio de Santa Cruz Barillas, en Huehuetenango, hay dos hombres con violines. Se refrescan con un poco de agua mientras descansan. Llevan diez horas interpretando melodías suaves que acompañan a quienes llegan a visitar a sus muertos cada primero de noviembre.
«Si no hay música la gente se queda triste», dice Mateo Mateo, uno de los violinistas. En este territorio maya q’anjob’al, esta es la señal del día de Todos los Santos.
«El Mundo Prestado» se llama el dueto que, junto al otro violinista, conforma Mateo, como recordatorio de que la vida, como ellos la comprenden, es prestada. Los sonidos de violín y guitarra acompañan las velaciones, los entierros y cada noviembre, a manera de remover la nostalgia y las emociones que despiertan los recuerdos.
190 kilómetros más al sureste, la música se fusiona con veladoras y flores de cempasúchil que amanecen sobre los panteones del pueblo maya sacapulteco, en Sacapulas, Quiché.
Durante la madrugada del dos de noviembre las familias caminan hacia el cementerio. Mientras el sol aparece, ellos componen el adorno de los nichos, encienden candelas blancas y amarillas y colocan flores. Al amanecer la luz del sol ilumina el conjunto.
Son formas de mantener viva la memoria.