Exterminados casi por completo, en algunos casos, sometidos en denigrantes reservaciones, en otros, incorporados al capitalismo como mano de obra semiesclava y/o confinados a las tierras más inhóspitas para magras sobrevivencias, esos pueblos fueron y siguen siendo considerados por las clases dominantes (capitalistas con idiosincrasia eurocéntrica) como un «problema». Se aprovechan de ellos como trabajadores/as poco calificados, pero descalificándoles en términos de ciudadanía. Sus culturas, para esa visión dominante no pasan de «pintoresquismo folclórico», olvidando los maravillosos desarrollos de las grandes civilizaciones prehispánicas.
Los aires izquierdizantes de décadas pasadas no abordaron con profundidad estos aspectos. El racismo histórico no terminó de ser procesado. Dijo Carlos Guzmán Böckler: «Echamos por la borda las teorías racistas y/o paternalistas que, con distinto nombre y en épocas sucesivas, presentaban a las poblaciones indígenas (...) como un problema irresoluto al que había que darle una solución definitiva, por el exterminio o por el mestizaje programado, amén de la proletarización que exigían los pensadores estalinistas de las izquierdas ortodoxas para limpiar el camino que conduciría a la revolución. (…). Sin embargo, en el último tercio del siglo XX todas esas teorías fueron perdiendo terreno ante un hecho real: “la indiada” no solo no se acababa sino había crecido en número y en la toma de conciencia de su situación. Alzó la voz, participó en los movimientos revolucionarios y exigió derechos, respeto y participación activa en la vida social global».
Actualmente el imperialismo estadounidense ve en esos pueblos originarios, que luchan por sus territorios ancestrales, la principal preocupación para su hegemonía continental. Hoy el capitalismo global está despojando, en forma creciente, a países del Sur de recursos naturales, justamente en los territorios donde asientan muchos de estos grupos: petróleo, minerales estratégicos, biodiversidad de las selvas tropicales, agua dulce, o terrenos para agricultura extensiva dedicados al agronegocio para un mercado internacional (biocomustible). Esos pueblos protestan alzándose contra esa avalancha de despojos en sus ancestrales territorios.
En el marco de esas luchas e inspirados por su atávico sentido del cuidado de la naturaleza –cosa que no hace en absoluto el capitalismo– ha venido surgiendo, desde las culturas aymara y quechua, en Bolivia y Ecuador, el concepto de «Buen vivir». El gobierno ecuatoriano, con la presidencia de Rafael Correa, lo define así: «La satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas. El Buen Vivir supone tener tiempo libre para la contemplación y la emancipación, y que las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos se amplíen y florezcan de modo que permitan lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno –visto como un ser humano universal y particular a la vez– valora como objetivo de vida deseable (tanto material como subjetivamente y sin producir ningún tipo de dominación a un otro)».
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Se ha dicho que el marxismo es una producción intelectual europea, hija de la modernidad industrializante, que desconoce la cuestión de los pueblos originarios de América. Esa teoría y práctica política es una profunda reflexión sobre la historia de la humanidad concebida en términos dialécticos sobre la base material que posibilita la vida humana. Sus formulaciones, como en cualquier ciencia, no tienen bandería nacional, no tienen patria; sirven para operar sobre la realidad independientemente de las formas culturales existentes. El marxismo habla de la lucha de clases como motor de la historia, cuestión válida en cualquier latitud. A ello se le articula el infame problema del racismo.
El concepto de «Buen vivir», leído y comparado exhaustivamente su sentido con el ideario socialista, habla de lo mismo, de la búsqueda de una sociedad sin injusticias, de ningún tipo. Dijo el marxista latinoamericano José Carlos Mariátegui: «Al racismo de los que desprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano».
Todos los sectores marginalizados en conjunto, articuladamente, unidos, podrán encontrar los caminos para superar esas injusticias. El «divide y reinarás» impuesto por los poderes es milenario. Por tanto, el camino es la unidad, sumar y no restar.
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