El proceso de elección de cortes terminó, y los resultados aún se siguen debatiendo entre los diversos analistas del país. ¿Fue una repetición de lo que ha ocurrido incontables veces en el pasado y las nuevas cortes defenderán a las redes de corrupción?, o, por el contrario, ¿Hay algo que celebrar, entendiendo que los actores más nefastos quedaron al margen? La evaluación parece ubicarse en medio, no se lograron Cortes de Justicia que tengan como meta la justicia en abstracto —lo ideal—, pero al menos, los más declarados partidarios de la clica de Gerona quedaron fuera: la lógica de elegir lo menos malo volvió a funcionar a la perfección, esta vez, con la decidida anuencia de quienes prometieron un cambio, el Movimiento Semilla.
Pocos días después de la vorágine de las comisiones de postulación, ocurrió la elección de la nueva junta directiva del Congreso para el período 2025-2026. De la misma forma como se articularon los consensos para aprobar la ampliación al presupuesto 2024 y para elegir magistrados, se formó nuevamente una abrumadora mayoría que, sin aspavientos ni conflictos, eligió una planilla de consenso en donde muchos de las actuales autoridades del legislativo, volvieron a repetir, tal como el flamante presidente, por segunda ocasión, Nery Ramos. La lectura sobre lo que ha ocurrido sigue objeto de debate: ¿Las negociaciones del partido Semilla y su alianza con actores de dudosa reputación implican un reconocimiento de que el nuevo gobierno no es tan diferente a los del pasado?, o, por el contrario, ¿Bernardo Arévalo está empezando a desplegar una estrategia de cambio que pasa por consolidarse, para luego desplegar sus promesas de cambio?
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Los defensores del nuevo gobierno hablan de la real politik. En el mundo real, la negociación política con los adversarios es la forma «normal» de actuar, y es cierto. Pero hay una delgada línea que divide las negociaciones legítimas que resguardan principios (la ética de la convicción), y aquellas que simplemente siguen la vieja fórmula de «el fin justifica los medios» que hizo famoso a Maquiavelo (la ética de la responsabilidad). Solo con el paso del tiempo, podremos visualizar si el gobierno de Arévalo y su bancada en el Congreso, vendieron su alma al diablo para mantenerse en el poder, o, si en cambio, la promesa de la nueva primavera que entusiasmó a tantos, sigue tan vigente como siempre.
Personalmente, pienso que, aunque muchas personas en altos cargos dentro del gobierno son tan preparadas e inteligentes como el propio presidente, la falta de experiencia política les está pasando factura. La institucionalidad de Guatemala, lejos de estar «sobre diagnosticada» como muchos afirman, sigue guardando sus más oscuros secretos a la comprensión de la población, que sigue viviendo en una suerte de realismo mágico, en el que todavía se sueña con que de la noche a la mañana, los actores en el poder «tomaran conciencia» del deber ser, de repente, todo cambiará.
En el día a día de cada institución, existe una maraña de leyes, disposiciones administrativas, vetos sindicales, intereses corporativos y redes de interés corporativo que se han acumulado por décadas, haciendo que cada funcionario público dedique buena parte de sus energías en «apagar fuegos», dejando poco espacio para la planificación estratégica, que es casi nula en las instituciones del Estado. Por eso, pasan los días, los meses y los años, y el panorama de desolación, muerte y destrucción sigue su inexorable camino, sin que haya algo que detenga el devenir nefasto que hemos construido por décadas.
Al principio, pensé que, siendo Arévalo un académico, pondría mucho acento en documentar y divulgar la calamitosa situación que se vive en cada institución pública, con miras a su transformación, Sin embargo, a estas alturas, parece que el presidente está más preocupado por rescatar su imagen de estadista, elaborando afamados discursos y posando para la foto, que en entrarle en serio a la reforma profunda del sistema.
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