Estar conectado, todo el tiempo con el celular en la mano, pendiente eternamente del mensaje que puede llegar, de las redes sociales o del chat es un hecho culturalmente novedoso. Esto va más allá de una circunstancial moda: constituye un cambio profundo, un hecho civilizatorio, una modificación en la conformación misma del sujeto.
La penetración de las TIC depende de dos características: a) ligadas a la imagen, y b) permiten interactividad perpetua.
Lo visual es masivo e inmediato. Atrapa, no dando mayores posibilidades de reflexión. El discurso y la lógica del relato por imágenes modificaron la forma de percibir y procesar la realidad. Similar importancia presenta la respuesta inmediata, que permite estar conectado y en interactividad siempre, recibiendo y enviando todo tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad está así presente, con la promesa de una comunicación continua.
Estamos sobrecargados de referencias. La suma de datos disponible es fabulosa, pero tanta información acumulada, sin mayores criterios con que procesarla, puede resultar contraproducente. Esta saturación de ¿información? y su posible banalización, se ha trasladado a las TIC inundándolo todo.
Quienes más se contactan con las TIC son los jóvenes. La globalización en curso les uniforma criterios. Surgen así las redes sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo el tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información, aventura, etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por jóvenes, alguien puede tener infinitos amigos, o al menos la ilusión de una correspondencia infinita de amistades. La superficialidad no es ajena a buena parte de la cultura que generan las TIC. Ligereza, banalidad y falta de profundidad crítica pueden venir de la mano de ellas, siendo los jóvenes –sus principales usuarios– quienes repiten esas pautas (ahí están las y los influencers, por ejemplo). Pero si bien es cierto que esta cibercultura abre la posibilidad de esta cierta liviandad, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fenomenal reto.
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Los medios alternativos, haciendo uso de la red, son un granito de arena más en la larga y continuada lucha por un mundo mejor. La derecha también las usa, y ahí están los netcenter, los perfiles falsos (sin dudas, con más impacto que los medios alternativos). Hoy, caído el muro de Berlín, no hay dudas que el campo popular está bastante falto de ideas claras, de referentes precisos en la batalla por esas transformaciones. Los ideales de décadas atrás, si bien no desaparecieron, quedaron heridos. La ola neoliberal significó un golpe muy grande para la izquierda y el campo popular.
Así, la cultura digital, llegada con una fuerza fabulosa, abre un reto: en tanto tecnología, no es buena ni mala. No puede dejarse de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio y mecanismo de control social. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está abierta.
Se han abierto ciertos canales para una relativa democratización de la información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero no hay que olvidar que ese fabuloso espacio virtual también está hiper controlado por los enormes poderes de siempre, que el tráfico satelital no lo maneja el campo popular, que tecnológicamente dependemos de unos pocos servidores que manejan ese tráfico. La ilusión de creer que el cambio social se agota en una pantalla es un peligro.
Bienvenidas las tecnologías digitales, sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas en profundidad, saquémosles el máximo posible de provecho. Pero estemos conscientes de que la posible transformación no es una cuestión puramente técnica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del ser humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación.
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