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El presidente del Congreso, Allan Rodríguez, durante su discurso antes de la presentación del I Informe de Gobierno por parte del Presidente de la República. Simone Dalmasso

Allan Rodríguez y la vacuna de amor en un "país oveja" contagiado por la fe en Dios

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Allan Rodríguez y la vacuna de amor en un "país oveja" contagiado por la fe en Dios

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El discurso del presidente del Congreso, Allan Rodríguez, durante la Sesión solemne de presentación de la junta directiva y del Informe 2020 del Gobierno, evadió referencias a logros concretos alcanzados por el poder legislativo durante el año pasado, para enfocarse en un mensaje esperanzador fundado en la fe en Dios, la paz y el amor al prójimo.

El 18 de marzo 2020 el mercado de la Terminal amanecía en una atmósfera surreal: pocos días antes, el Gobierno había anunciado el primer caso de contagio por Covid19 en el país y la preocupación se filtraba a las entrañas de la sociedad, alarmada por las noticias catastróficas provenientes del Europa, China y Estados Unidos, ya devastados por miles de lutos, restricciones económicas y medidas de emergencia para limitar los efectos mortiferos del virus.

Desde un rincón pegado a la tomatera, medio desierta, doña Simona Chamalej seguía ocupando su espacio de venta de pollos, tal como solía hacer desde cuando era una niña: a sus 75 años, no podía darse el lujo de protegerse del peligro del contagio en casa, ya que su supervivencia económica dependía de la venta cotidiana de las aves. Viuda de un pastor evangélico que en la Terminal solía ofrecer sus sermones, estaba perfectamente convencida de que el coronavirus era una claro mensaje de Dios, una calamidad que el Todopoderoso estaba enviando a sus devotos, la última de una larga serie comenzada con las sagas bíblicas, para poner a prueba la fe de sus creyentes, el Pueblo Elegido.

Ayer buena parte del discurso del presidente del Congreso, Allan Rodríguez, se enfocó en confirmar la tesis de la señora Chamalej, añadiendo, a casi un año de distancia, un alentador final.

Desde el púlpito del más importante teatro constitucional del país, en compañía de sus colegas, a los que definió como “artesanos de la paz”, recordó a la ciudadanía entera que, en efecto, los guatemaltecos conformamos un “país oveja”, devoto y sumiso en la fe, y que gracias a eso logramos avanzar en el medio de las dificultades.

La vacuna no es aquel invento de la ciencia por cuya compra otros países en el mundo ya invirtieron dinero y que algunos, los más ricos, ya tienen a disposición, mientras Guatemala ni sabe cómo adquirir todavía; es el Amor entre las personas, aquel antídoto que todo lo puede en contra de cualquier mal.

Y el contagio mayor no es lo que se llevó la vida de 5.151 paisanos, hasta la fecha –y que casi estuvo a punto de llevarse a la tumba al ilustre diputado– sino el contagio de la Fe, ese recurso místico que en Guatemala trasciende la espiritualidad para volverse materia, desde la Terminal hasta el Congreso de la República, la verdadera medida de análisis, válida sea para el consuelo de humildes devotos en la esquina de un mercado, sea para la presentación de un informe de gobierno a la nación.

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