Arzú no se va: prometen mantener su legado y su "lucha por la independencia de Guatemala"
Arzú no se va: prometen mantener su legado y su "lucha por la independencia de Guatemala"
Primero, el desconcierto. Luego, la reacción: un funeral de Estado con todos los honores para levantar el perfil de un alcalde y expresidente. Dos días de actos institucionales, sollozos y loas en los que se obviaron los señalamientos en su contra y se prometió continuar con sus esfuerzos por mantener “la soberanía de Guatemala”. Así fue la despedida en tres actos de Álvaro Enrique Arzú Irigoyen.
Acto 1. Lo inesperado, la reacción
Comenzó como un rumor que pronto se confirma. El cuerpo de Álvaro Arzú, alcalde de Ciudad de Guatemala y ex presidente del país en el período 1996-2000, se traslada al Sanatorio El Pilar, en la zona 15 de la capital, el viernes 27 de abril a las seis de la tarde. Una hora después, se sabe con certeza: ha muerto.
“El presidente Álvaro Enrique Arzú Irigoyen falleció de un paro cardiorespiratorio secundario de un infarto mientras practicaba deporte. Descanse en paz nuestro presidente. Hoy y siempre, alcalde de la Ciudad de Guatemala”. Con la voz quebrada, Carlos Sandoval, vocero de la comuna y mano derecha del alcalde, da una conferencia de prensa de 47 segundos en la que hace el anuncio.
Durante un par de horas, familiares y personas cercanas al jefe edil van llegando al hospital. Empleados municipales, miembros del Ejército, el ministro de Gobernación, Enrique Degenhart, y diputados como Felipe Alejos no pierden la oportunidad de acercarse.
A las 20:30 comienza el movimiento. La carroza fúnebre que se había estacionado frente al sanatorio arranca, rumbo a zona 16. Minutos después, se comenta que va vacía. Una segunda carroza sale poco más tarde, en dirección a una funeraria de zona 9.
Los agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) que esperan fuera del lugar confirman que el cuerpo del alcalde se trasladó a la funeraria para que lo embalsamen antes enviarlo a su casa. Al día siguiente, de nuevo, los rumores contarán que el segundo vehículo tampoco llevaba el cadáver. Que fue un tercer automóvil particular el que lo trasladó directamente a su domicilio.
Mientras todo esto pasa, en la entrada norte de la municipalidad, un grupo de personas se reúne para levantar un improvisado altar. Empleados municipales reparten café a las aproximadamente 60 personas que aguantan las lágrimas mientras encienden velas y dedican cantos religiosos al alcalde.
En el grupo hay varios perfiles. La mayoría son trabajadores municipales y sus familiares. Vilma de Aragón llegó hace una hora. Trata de aguantar las lágrimas, pero no lo consigue. Cuenta que Arzú fue el abuelo de sus cuatro hijos. Su esposo lleva años laborando en la comuna. “Fue el mejor jefe. Ningún otro político tuvo esa dicha de robarse nuestros corazones”.
Vilma no se olvida de hacer referencia a los procesos de investigación por financiamiento electoral ilícito que el Ministerio Público y la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) iniciaron en su contra. Claro, Vilma no los describe así. “Lo estaban acosando de una manera muy fuerte”, resume.
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Juan García, vecino del Barrio San Gaspar, de la zona 1, tampoco quiso perderse la oportunidad de llegar a recordar al alcalde. “Es un político único. Siempre luchó por la Ciudad de Guatemala”. Rápidamente, responde a la pregunta acerca de cómo ve los señalamientos en su contra. “Como ciudadano lo veo… lo veo como algo político”.
A pocos metros, Blanca Ordóñez cuida las velas que rodean el altar para que no se apaguen. Blanca es presidenta de la asociación de comerciantes y mercados de la capital. “Él dejó huella en el país. Dejó raíces. Un gran liderazgo y un ejemplo”, asegura. Ordóñez espera que la muerte de Arzú no entorpezca proyectos de mercados satelitales que habían comenzado con el alcalde.
Sobre los señalamientos del MP y la CICIG, lo tiene claro: “Si él era responsable de eso, ahí estaba la justicia para perseguirlo. Si había pruebas de lo que hablan, tenían que haberlas mostrado. Y a la fecha ya vio que no pudieron quitarle el antejuicio”.
Alrededor de las diez y media de la noche, Sandoval —el vocero— aparece entre la multitud. “Esperamos paz en el corazón de toda la familia del alcalde Álvaro Enrique Arzú Irigoyen —dice, antes de levantar la voz:— Nuestro presidente, nuestro alcalde, el único político que jamás perdió una elección ”. El dato es erróneo: en 1990 se postuló a presidente por el Partido de Avanzada Nacional (PAN) y quedó en cuarto lugar, en unas elecciones que ganó Jorge Serrano Elías. Pero aquí no importa: se jalea como si fuera cierto.
Sandoval continúa: “Estuvo presente, luchando...”. “¡Vive!”, le interrumpen los asistentes. Alguien grita: “¡Que viva Álvaro Arzú! (“¡¡Que viva!!”) ¡Que viva el mejor alcalde que ha tenido Guatemala! ¡El mejor presidente de la Historia! ¡Él defendió a su Guatemala! (¡¡Que viva!!) ¡El único líder que dio la cara!”.
El vocero agradece a las personas su asistencia y les recomienda ir a descansar. Mañana será otro día. El cuerpo del alcalde de la Ciudad de Guatemala será velado en el Palacio Nacional.
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Acto 2. Honras para el presidente
Frente a la bandera a media asta, once filas de cadetes, ingenieros de combate, policías militares y kaibiles se mantienen de pie, inamovibles, a la espera de que el acto empiece. El comandante de la división de honores da instrucciones de las actividades que comenzarán en pocos minutos.
La llegada del cadáver de Arzú al Palacio Nacional, prevista para las 10 de la mañana del sábado 28 de abril, se retrasa media hora. Una trompeta anuncia la cercanía del cortejo fúnebre y el lugar se queda inmediatamente en un tenso silencio. La sirena de una patrulla, los latigazos de un pastor de cabras y algunos murmullos aislados son los únicos sonidos perceptibles.
“Dan comienzo los honores al excelentísimo Presidente Constitucional y Comandante General del Ejército de Guatemala del período 1996-2000, don Álvaro Enrique Arzú Irigoyen”, clama una voz por los altavoces.
El féretro llega subido a un jeep verde olivo del Estado Mayor de la Defensa, custodiado por tres patrullas de la Policía Nacional Civil, diez motocicletas de la Policía Municipal de Tránsito (PMT) y dos camiones del Cuerpo de Bomberos Municipales.
El jeep se estaciona frente al Palacio Nacional. Una pintada escrita con letras rojas lo recibe. “Jimmy a la guillotina”, se lee bajo las botas de los militares.
En la agenda de un funeral de Estado laico no faltó la invocación a Dios, por parte del capellán del Ejército. Antes de un padrenuestro y una bendición del ataúd, el capellán lee un extracto de la carta del Apóstol San Pablo a los Corintios: “Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo”, cita, con la ironía de saber que Arzú ya nunca será juzgado por un tribunal terrenal.
El ataúd se introduce en el Palacio, acompañado de un breve aplauso de los asistentes que quedan atrás, de pie tras las vallas ubicadas en la Plaza de la Constitución.
En el Salón Banderas, en el segundo nivel, comienzan los honores por parte de los funcionarios. Morales, más solo hoy que ayer, da un discurso breve, con la voz engolada, inquebrantable.
En nueve minutos tiene tiempo de personificar en Arzú al caminante de Antonio Machado; de citar una oración a San Agustín; de jactarse de continuar el trabajo de reparación de carreteras del ex presidente y, por supuesto, de llamar la atención a la comunidad internacional. “Guatemala es una república soberana. Nosotros los respetamos. Respétennos ustedes a nosotros”. La oportunidad no la podía perder.
“Nunca tuvo un doble discurso. Su ‘sí’, fue ‘sí’, su ‘no’ fue ‘no’. Luchó hasta el final. Y vivió y murió a su manera”, remarca Morales, quien encontró en Arzú un aliado en su batalla personal por sacar a Iván Velásquez, jefe Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) del país.
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Luego, comienza el desfile de fotos, de “vallas” a los costados del féretro, de pésames, abrazos y llanto desconsolado. Ministros, diputados, magistrados de diferentes instituciones… todos reservan unos minutos para permanecer de pie al lado del ataúd, guardando una distancia prudencial con la caja que contiene los restos de Álvaro Arzú.
En su turno, Carlos Sandoval se apoya ligeramente en una esquina del ataúd. Mira su mano, toma aire y levanta la vista. Los ojos hinchados delatan a una persona que lleva toda la mañana del sábado llorando.
La hilera de funcionarios, dignatarios, personal de la municipalidad y de diferentes instituciones no termina. Un sollozo a la entrada del salón se eleva entre el murmullo de los presentes. Es el de Ricardo De la Torre Gimeno, gerente municipal, que —el rostro enrojecido— recibe a alguno de los presentes con un abrazo acompañado de un gemido. Roberto Ardón, director ejecutivo del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF), se queda unos minutos consolando a De la Torre, antes de acercarse a la familia.
En los asientos delanteros, continúa el desfile. En un momento, Isabel Arzú, hija del alcalde, se echa hacia atrás, se sienta en una silla y hunde su rostro entre sus manos. El momento la sobrepasa. Su madre se acerca a consolarla. Algo le dice, y a los segundos vuelve a levantarse para seguir abrazando a los asistentes.
Poco después se decide mover el ataúd al Patio de la Paz, en el primer nivel del Palacio. Un espacio más amplio, para que la gente que quiera acercarse a despedirse pueda hacerlo con libertad.
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Una fila de personas camina, lentamente, hacia el féretro del expresidente. Algunas le dedican una breve mirada a la derecha, casi sin pausa, antes de continuar el recorrido. Otras se toman más tiempo. Un quejido, unas palabras imperceptibles de despedida, un gesto con los labios, una caricia al cordón que los separa del ataúd. Las coronas y arreglos florales no dejan de ingresar en todo el día.
Ya por la tarde, en la Plaza de la Constitución la gente hace cola para entrar. “¡A cinco la rosa!”, gritan dos mujeres, armadas con varios ramos de flores. Unas cincuenta personas esperan para firmar el libro de condolencias a la entrada del Palacio Nacional.
Dentro del Patio de la Paz, la gente continúa despidiéndose. Los familiares de Arzú, que se habían ausentado a mediodía, regresan a sus lugares. Las mujeres de la familia —hijas y nietas del alcalde— rodean el ataúd, con la mirada perdida. Patricia Escobar, viuda del expresidente, se sube para apoyar su mano en la caja y las mujeres se desmoronan. El eco de los sollozos se escucha en un salón en el que las personas asistentes solo pueden mirar la escena compungidas.
En unas sillas, tres mujeres mantienen una conversación entre susurros, mezcla de catarsis y pesimismo.
—Todo se va a caer, hasta el transmetro se va a caer. Era algo que él protegía.
—Y era el único transporte seguro.
— No creo que haya alguien así en la muni, pero ni siquiera parecido.
— Ahora van a estar sucias las calles, los parques, todo.
“¡Arzú!”, rompe el silencio de solemnidad la voz de un hombre. “¡Nos sorprendiste con tu muerte, pero aquí estamos!”. El hombre continúa el recorrido hacia la salida, y antes de dejar la sala se despide con un sonoro “¡Y fuera la Cicig!”.
Mientras, a dos kilómetros del Palacio Nacional, frente a la municipalidad de Guatemala, cientos de corredores esperan el banderazo de salida para iniciar la 10K, la carrera nocturna programada para las 19:00, que la organización se negó a cancelar (“es lo que hubiera querido el alcalde”). Minutos antes del comienzo, un animador vocifera detrás de un micrófono “¡Un aplauso! ¡Que llegue hasta el cielo!”. “¡Arzú! ¡Arzú! ¡Arzú! ¡Arzú!”, le responde la gente.
La reacción es otra al mencionar al presidente del Gobierno. “Nuestro alcalde está ahora acompañado de nuestro presidente, Jimmy Morales”, continúa el animador. Durante unos breves segundos los abucheos se escuchan en las primeras filas.
Cuenta atrás, un cañonazo, papeles de colores en el aire y la carrera inicia. En la línea de salida, sobre las personas que comienzan a correr, flotan dos cubos metálicos sobre los que se difunden imágenes de Álvaro Arzú en diferentes momentos de su gestión.
En varios puntos de la carrera, sobre pequeños escenarios que reproducen música a todo volumen, los animadores no pierden la oportunidad para recordar al alcalde al ritmo de las canciones: “¡Arzú, Arzú, nuestro líder eres tú!”
De vuelta en el Patio de la Paz, el personal empieza a limpiar el salón. Las puertas se cierran al público a las 20:30. Fuera, unas cien personas todavía esperan para poder entrar. Arzú pasa la noche del sábado en el Palacio Nacional, rodeado de 130 coronas de flores que instituciones y personas particulares llevaron a lo largo del día.
Acto 3. “La lucha continúa”
El domingo comienza parecido al sábado. Mismos honores en la Plaza de la Constitución, una bendición similar, y 21 salvas ensordecedoras que dan inicio a una marcha hacia la Municipalidad de Guatemala.
El féretro del alcalde se carga sobre un armón de artillería, una especie de caja metálica pintada de negro, que antiguamente se llenaba de munición. Del armón tira un jeep verde oscuro de la Segunda Guerra Mundial, que Estados Unidos donó a Guatemala durante el conflicto armado.
El vehículo recorre toda la sexta avenida de la zona uno, a paso lento, custodiado por agentes de la PMT y PNC y por miembros del Ejército. A los lados, un pasillo de vecinas y vecinos señala el camino.
“Hay rosas, hay banderas”, se escucha al inicio del recorrido. Un grupo de mujeres grita al paso del féretro, con los ojos llenos de lágrimas. “¡Que viva Álvaro Arzú!”. “¡El mejor alcalde de Guatemala!”. “¡Siempre vivirá en la memoria de todos!”. La voz de un hombre destaca por encima de la del resto de personas: “¡Acusado de delitos que él no cometió! ¡Thelma Aldana va a pagar muy caro lo que hizo!”. El vehículo continúa avanzando.
La gente camina en procesión. Algunos aplausos aislados, animados por gritos de “que viva Álvaro Arzú (que viva)”, “Arzú, Arzú, Arzú” y “que viva el mejor presidente de toda Guatemala”.
Un rodeo a la municipalidad y el féretro hace entrada por la 20 calle, con el estridente sonido de las alarmas de los Bomberos Municipales de fondo. Hay unos minutos de descontrol, en los que las personas asistentes —decenas, cientos— se acercan al ataúd. El personal de tránsito hace una barrera entrelazando los brazos y los restos del alcalde se acercan a la entrada del edificio municipal, a través de un pasillo de cadetes de la Guardia de Honor.
Sobre las gradas, la familia de Arzú ya está colocada para iniciar el acto. Las nietas del expresidente no han parado de llorar ante el público en todo el fin de semana. Isabel Arzú reparte pañuelos entre ellas, mientras el personal coloca una manta de flores en la parte superior del ataúd. Sobre ella, una bandera de la municipalidad y encima, el casco de primer comandante en jefe del Cuerpo de Bomberos Municipales, con el nombre de Álvaro Arzú impreso en letras mayúsculas.
Álvaro Enrique Arzú Escobar, hijo del alcalde y presidente del Congreso de la República, toma el micrófono por primera vez en estos dos días. Un par de anécdotas (el radio que siempre acompañaba a su padre, el tráfico que hicieron llevando el féretro al Palacio Nacional) y el diputado hace un discurso en la línea del que pronunció Jimmy Morales la jornada anterior: “Nos enseñó que un ‘sí’ es ‘sí’, un ‘no’ es ‘no’. No hay medias tintas. Eso es para cobardes. Y él no era cobarde. Él era guerrero”.
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Y también, al igual que Morales, Arzú no deja pasar la oportunidad de utilizar el homenaje a su padre como atril político. “Él comenzó una lucha en sus últimos meses de vida. Una lucha por la defensa de la soberanía de Guatemala, por la independencia de Guatemala. Pero sobre todo por la dignidad de Guatemala ('¡Bravo!', es interrumpido por los aplausos). Nos dio una gran lección de coraje, de valor, de amor, y determinación. Sacrificó su vida en esa lucha. Y, papi, te prometo que la vamos a continuar y la vamos a ganar.”.
De nuevo los aplausos.
La voz se le quiebra en un par de ocasiones, pero no deja que una lágrima le cruce el rostro. Al terminar, su madre se desmorona entre sus brazos. Él, rostro serio, mirada al frente, impasible.
Después, unas escuetas palabras de Ricardo Quiñónez, hasta ahora concejal primero y próximo alcalde de la ciudad (“Fue para mí un amigo, un mentor”, “Nos preparó para seguir adelante y mantener su legado”); una canción religiosa (no podía faltar); y un desapercibido acto del personal de la municipalidad: la liberación de un par de palomas, que no consiguen levantar vuelo. Algunas personas se acercan a Patricia Escobar que, con la mirada perdida y una media sonrisa que aparece y desaparece, las abraza.
El acto, de apenas una hora, culmina. El féretro vuelve a cargarse y se acerca, ahora sí, a un vehículo fúnebre. Dicen, lo llevan a Antigua Guatemala, la vieja capital, donde cerrarán las actividades con un acto familiar y un entierro privado.
Así se despide después de dos días a quien un perfil de Plaza Pública definió como el último cacique de los criollos. Murió un viernes a las cinco y media de la tarde mientras jugaba en un campo de golf.
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