Ayudar luego de Eta sería menos difícil sin un estado fallido
Ayudar luego de Eta sería menos difícil sin un estado fallido
Escrita desde Cobán, esta carta narra lo difícil que ha sido llevar ayuda a las comunidades afectadas por Eta, y que ahora temen a los daños de Iota. En su recorrido la autora colecta testimonios e imágenes que cuentan los efectos finales de un estado fallido y gobernantes que no hacen su tarea.
Son casi las 7 de la mañana del martes 17 de noviembre mientras empiezo por enésima vez a intentar relatar lo que hemos vivido durante los últimos diez días; la angustia de oír la lluvia incesante desde ayer por la noche lo hace muy difícil.
ETA entró a Guatemala el 7 de noviembre, la lluvia en Alta Verapaz fue constante los días previos, era la cola de la tormenta. Cuando entró, el nivel del agua estaba alto y los suelos, cársticos la mayoría en la región, saturados.
Para ponernos en contexto: Alta Verapaz está ubicado al norte de Guatemala, las lluvias entre octubre y noviembre son lo normal; termina la época de cosecha más o menos a mediados de noviembre e inicia la época de siembra los primeros días de diciembre. Somos una región cuya economía está basada principalmente en la producción agrícola, pero las extensiones de monocultivos como el de la palma africana empezó a restar espacio para otros cultivos propios de la región, además de acabar poco a poco con las fuentes y flujo normal del agua, de la mano con la cantidad de hidroeléctricas asentadas en el departamento.
Somos, además, uno de los departamentos con mayor población indígena y mestiza. También uno de los más ricos pero más desiguales del país, con los más altos índices de pobreza, desigualdad, muerte materno-infantil, desnutrición, embarazos en niñas y adolescentes (que en términos penales, implica siempre una violación sexual) y cualquier otro indicador que se busque y que refleje lo que erradamente llamamos «ausencia total de Estado» - el ausente es en realidad el gobierno, el Estado está abandonado-.
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Las imágenes del desastre
Nuestro departamento prácticamente sufrió una de las mayores inundaciones en por lo menos, 40 años. La crecida de los ríos, principalmente el Cahabón, invadió y arrasó con todo tanto en zonas urbanas de los municipios como en las áreas periurbanas y, por supuesto, el área rural, que es siempre la más golpeada.
A pesar de los avisos y la inminencia de la tragedia, no hubo un solo plan de contingencia; mientras bajaba el nivel del agua a medida que la tormenta se debilitaba sobre el territorio, quienes quedamos aislados del centro de la ciudad de Cobán (cabecera departamental) podíamos volver a movilizarnos. Lo más notorio fue la incapacidad de respuesta y de coordinación de los gobiernos locales, del gobierno central y la inoperatividad del cooptado y mal utilizado Sistema de Consejos de Desarrollo Urbano y Rural, cuya esencia ha sido totalmente desnaturalizada.
Las imágenes del desastre en las zonas urbanas son terribles, barrios completamente inundados, sumergidos casi en su totalidad bajo el agua, barrios a los que una inundación nunca había llegado, esta vez, afectados por la crecida del río. Lodo, oscuridad y personas ubicándose en alberges gestionados, algunos por los gobiernos locales, en los que era evidente la poca capacidad de gestión y ejecución, otros por las iglesias (católica y evangélicas) en coordinación entre ellas y con algunos COCODES. Desde estos grupos organizados coordinaron el albergue en casas particulares, donde trataron de atender a las personas con dignidad y con donaciones en dinero o especie, y voluntariado de muchas personas que decidieron actuar ante la inoperatividad del sistema.
Mientras más nos acercamos a las zonas periurbanas y a las comunidades rurales, las imágenes son aún más impactantes: lagunetas formadas en lugares donde antes había comunidades; donde había siembras de café, cardamomo, maíz, frijol y otros productos para venta y autoconsumo; donde antes estaba la escuela primaria de la comunidad. Lo vimos en comunidades como Samac y finca Santa Anita (Cobán), por mencionar algunas de las visitadas para entregar víveres y kits con ropa, zapatos, mascarillas y productos de higiene personal; muchas comunidades que están «al otro lado de la crecida» y las que están más arriba en la montaña han quedado aisladas.
Por la necesidad de sobrevivir, también ha habido conflicto entre las comunidades y entre miembros de una misma comunidad, que quedaron a uno u otro lado de la crecida, el conflicto surge porque todos tienen la misma necesidad de la ayuda humanitaria que poco a poco va llegando.
La otra constante en todos lados: la lentitud de drenaje del agua. Algunas y algunos expertos indicaron que se debe, entre otros factores, a la saturación de los suelos (cársticos la mayoría), la obstrucción del sistema natural de drenaje de aguas en estos suelos, que son los siguanes. La mano humana los ha utilizado como basureros, y la cantidad de agua de correntía que estuvo bajando de las montañas, entre otros.
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El agua sube y la energía eléctrica es un peligro
Como si no pudiera ser peor, lo más impactante lo vimos en la aldea Campur, que administrativamente es parte del municipio de Carchá. Ahí el cuadro es dantesco, parece sacado de una pesadilla de la que no se puede despertar. Imposible dejar de preguntarse cómo lo estarán pasando en otras regiones, aunque hacer comparación sea una injusticia.
A Campur hemos ido dos veces a dejar ayuda humanitaria, la primera visita el 13 de noviembre, con 45 bolsas de víveres que pudimos entregar a dos grupos de personas de dos áreas afectadas, las primeros de algunas comunidades que están del otro lado de la inundación, y el segundo grupo de personas que venían del lado de la carretera hacia Sebol. Ese día había presencia de más miembros del concejo municipal tratando de coordinar la ayuda que llegaba.
No se pudo cruzar al otro lado de la inundación para llevar ayuda ni movilizar personas pues, aunque un miembro de Cruz Roja Guatemalteca (CRG) estuvo desde la mañana haciendo la gestión en las oficinas de Deorsa, en Cobán, para que se hiciera el corte de energía, no consiguieron que la cortaran y eso hacía peligroso el corto trayecto en lancha.
El agua estaba casi a nivel de los cables de alta tensión, algo muy riesgoso según coincidieron miembros de CRG y del Concejo Municipal al preguntarles.
Ese día por la noche tuvimos la suerte de poder contactar con una persona que ha trabajado en la Comisión Nacional de Energía Eléctrica, gracias a su ayuda, desde el 14 se logró hacer los cortes de energía. A esta persona, de corazón muchas gracias.
A partir de ese momento la ayuda ha empezado a fluir de forma constante hacia los otros damnificados; el 15 se vieron obligados a hacer corte permanente debido a que el nivel del agua siguió subiendo.
El centro quedó completamente bajo el agua (aproximadamente 35-40 metros de profundidad) ahí debajo del agua quedaron la escuela primaria, el centro de salud, la iglesia católica de la que puede verse ahora solo la cruz que la identificaba en su frontispicio, una iglesia evangélica aún en construcción, casas y comercios. Las casas, tiendas, el mercado y demás infraestructura que está en alto, está toda dañada.
La carretera que lleva hacia Sebol se partió en dos, transversalmente; queda una casita en lo que en algún momento fue un terreno «al lado de la carretera». Detrás, el agua baja torrencialmente desde la montaña, brota a borbotones y cae en cascada hacia la falla donde el agua hizo camino para seguir aumentando, poco a poco, el nivel del agua en la inundación del centro.
Al otro lado, a donde solo es posible llegar en lancha, hay personas incomunicadas que han tenido que abrir brecha en la montaña para pasar al lado de la inundación. Para recibir ayuda deben llegar a los albergues que están a lo largo del camino desde otras aldeas de Carchá en la ruta hacia Campur.
La desesperación, el temor, la desesperanza y la incertidumbre de las personas se refleja en su rostro. Queda la sensación de que Campur no volverá a ser habitable y eso provoca angustia.
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¿Cómo priorizar la ayuda si muchos la pasan mal?
Cuando ocurren desastres como el provocado por el paso de Eta, toca identificar quiénes son los más afectados para dirigir hacia ellos la mayor cantidad de ayuda posible; es un ejercicio que cuesta pues, por el hecho que haya un grupo muy afectado, no significa que otros no lo estén pasando mal, pero toca canalizar y distribuir la ayuda de la forma más justa y equitativamente posible.
De esa cuenta tuvimos que focalizar más las donaciones que nos están haciendo llegar y ha sido necesario aceptar que, de todos los sectores visitados, quiénes necesitan un poco más de acompañamiento son los damnificados de Campur.
Así, la segunda visita la realizamos el 15 de noviembre, en esta ocasión viajamos con un grupo de amigos que, desde Baja Verapaz, traían un pickup lleno de donaciones realizadas por personas anónimas. Al fin de cuentas la Verapaz del Norte y la Verapaz del Sur somos una sola Tezulutlán que fue dividida por estrategia en un momento histórico determinado («divide y vencerás»).
Tuvimos la suerte de conseguir autorización para acompañar al equipo de CRG en su viaje de reconocimiento y diagnóstico durante ese día. Las donaciones que llevamos las dejamos en el albergue administrado por ellos, donde tienen también ubicado su campamento base en la escuela que está antes de llegar al centro. Ellos se encargarán de distribuirla entre nueve y diez albergues que hay a lo largo del camino de Carchá hacia Campur, y entre damnificados del otro lado de la inundación; y de ahí partimos en lancha hacia el otro lado del desastre.
De ese otro lado de la inundación, hay más aldeas con sus respectivas comunidades, las más cercanas y en orden de aparición son Setaña, San José Toni Tzul y Sepur Senimlaha’.
A Setaña se llega en un viaje corto desde Campur (alrededor de cinco minutos en pickup, microbús o en mototaxi, de esos que abundan en toda la región sin ningún tipo de control). Ahí se hizo la primera entrevista para diagnóstico, a hombres y mujeres de la aldea. Las entrevistadas y el equipo de CRG nos permitieron grabar la entrevista, lo cual agradecemos pues la información recabada es valiosa para tener una visión real de la situación y saber cómo canalizar mejor las ayudas que están llegando de todos lados.
El alcalde auxiliar de Setaña nos acompañó no solo en la visita a su aldea, también en el recorrido hacia San José Toni Tzul en donde se hizo diagnóstico con ayuda del alcalde auxiliar y a donde se acercó el alcalde auxiliar de Sepur Senimlaha’, que es la siguiente aldea en el camino balastrado hacia Chisec.
En Setaña, de la entrevista a las mujeres y del diálogo con el alcalde auxiliar durante todo el día, resumo lo encontrado: el agua formó lagunetas en toda la parte baja del territorio, entre valles y montañas, bajo el agua quedaron algunas casas, las siembras de café, cardamomo, pimienta, plátano, maíz, frijol, malanga y hortalizas, todas para venta y autoconsumo; perdieron toda la cosecha, e incluso los granos que servirían para la siembra en diciembre.
La preocupación al respecto es que, aunque les hubiera quedado grano para sembrar, la tierra está inundada.
El 14 de noviembre recibieron la primera visita en helicóptero -no saben si del gobierno local o de parte de quién- que llevó un poco de ayuda humanitaria (la que pueda caber sin sobrecargar un helicóptero pequeño). Les quedan víveres para alrededor de una semana, después de eso, no saben qué harán.
El diagnóstico en las otras dos aldeas es exactamente el mismo, en las tres indican que el gobierno local no les ha visitado, a mi criterio, no es por no querer llegar, sino porque aunque desde el Concejo Municipal y personal administrativo, están coordinando apoyo en el municipio, el territorio es tan grande en población y kilómetros cuadrados que es casi imposible atender integralmente una emergencia de esta naturaleza cuando los recursos en general son escasos.
En San José Toni Tzul nos tocó ver cómo en la Comunidad Nueva Esperanza -a mitad de camino hacia Sepur Senimlaha’- la crecida del río se llevó las casas de madera y las pocas que quedaron, están destrozadas. Las personas se vieron forzadas a subir la montaña y armar champitas temporales con palos y plástico.
La ruta de estas dos aldeas (y las que están más adelante en el camino hacia Chisec), con aldea Setaña y, por lo tanto, con el centro de Campur, a donde deben acudir para recibir los servicios básicos, como el de salud, por mencionar uno, se encuentra totalmente bloqueado por la inundación.
De momento solo se puede pasar en lancha, pero solo una vez han conseguido que les llegue una. De esa cuenta, les ha quedado como única ruta de acceso un camino en el que cabe apenas una persona en la ladera de la montaña, debajo, el precipicio y la inundación.
Por ese camino peligroso deben pasar quienes tengan necesidad de conseguir combustible, agua, víveres, prestación de servicios de salud; por ese camino han tenido que llevar cargada entre dos personas a mujeres embarazadas en inicio de labor de parto.
Hace pocos días el alcalde auxiliar de una de las dos aldeas tuvo que llevar cargada a su esposa hacia Setaña, desde ahí en lancha hacia Campur al centro de salud temporal para ser atendida.
Ante este panorama y desde la esperanza ¿qué es lo que nos queda? Es necesario agradecer a todas las personas que se han volcado hacia nuestro territorio haciendo donaciones en dinero y en especie para intentar mitigar la angustia de tantas personas damnificadas, a todas las personas que están haciendo voluntariado en los centros de acopio, en los albergues, desde las cocinas de sus casas y de sus restaurantes, sirviendo tiempos de comida gratuitos o a muy bajo costo, a las iglesias católica y evangélicas que están ayudando, a quienes están llevando la ayuda humanitaria hacia donde se necesita, a quien nos gestionó el corte en energía desde la CNEE con Deorsa, y me permito hacer una especial mención al personal de Cruz Roja Guatemalteca que ha estado cubriendo ahí donde el Estado quedó en el abandono, donde no hay presencia del gobierno central, donde no ha podido llegar el gobierno local por falta de recursos. Su presencia ha sido vital para atender a las personas damnificadas.
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Señor presidente...
Pero no por ver desde la esperanza, cegarnos ante la realidad de la administración pública y del sistema en general, hay que olvidar algo importante: ha sido vergonzosa la poca o nula capacidad de coordinación y ejecución de los gobiernos locales y del gobierno central; ha sido un insulto la forma en que el presidente nos ha tratado como departamento, cómo viajó hasta acá solo para gritarnos en uno de sus tantos arrebatos que «si tan incomunicada está la gente, cómo le va a hacer para saber que necesita ayuda».
Señor presidente: de alguien a quien le tomó 20 años llegar al poder Ejecutivo que tanto deseaba, esperaría por lo menos capacidad de ejecución y su trabajo, así como el de todo el gabinete de gobierno ha sido una vergüenza para atender la crisis sanitaria y económica de la COVID19, así como el desastre por el paso de ETA. De la misma manera reclamo la incompetencia absoluta del gobernador departamental; ha sido vergonzoso ver desfilar unos pocos diputados que han venido a hacer nada, o solo a sacarse la foto para el recuerdo mientras el pueblo se salva a sí mismo -señores, mucho hace el que poco estorba- y de la desgracia en los territorios no se vale hacer turismo; así mismo la ausencia total de los diputados y diputadas del departamento; recordarle a ellas y ellos que, si bien la ejecución no es función pública que les competa (para eso está el Ejecutivo), una de las funciones de los diputados es la representación y deberían, por lo menos en tiempos de crisis, ejercer esa función.
De cara a esa realidad, a nosotros como pueblo deben quedarnos lecciones aprendidas, entre ellas, que la solidaridad y la alteridad debe ser el diario vivir; que somos capaces de echarnos el hombro. Como ciudadanos, debemos ser responsables a la hora de escoger a nuestros representantes y gobernantes; si no hemos sido capaces de ver que la cooptación del Estado y la corrupción son factores determinantes en la poca capacidad de respuesta del gobierno, entonces el camino a largo plazo va para peor, la lucha contra la corrupción es tarea de todas y todos.
Es el momento de la responsabilidad, de repensar la administración pública, y que los puestos de ejecución, representación, legislación y de administración de justicia sean ocupados por personas que tengan grabado a fuego que el fin del Estado y de gobernar es alcanzar el bien común.
Por último, no olvidemos que aún estamos en medio de la pandemia de la COVID19, y lo más probable es que vivamos un repunte de casos por el hacinamiento en los albergues y las aglomeraciones en las zonas afectadas por el paso de la tormenta Eta, tratemos, por lo tanto, de seguir cuidando las medidas de prevención en todo momento.
Juana M. Guerrero Garnica
Cobán, 17 de noviembre de 2020
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