Capítulo 6. El expolicía que llegó a decano. Vitalino, 1 de septiembre de 1982
Capítulo 6. El expolicía que llegó a decano. Vitalino, 1 de septiembre de 1982
Como una enredadera, la guerra se entrelazó con la vida. Algunos murieron asfixiados por ella. Otros supieron trepar. Esta es la historia de dos hombres, la Universidad de San Carlos y un crimen. Las vidas de Vitalino Girón, un expolicía que acabó siendo uno de los últimos intelectuales del partido comunista, y del rector Eduardo Meyer se entrecruzaron en 1984, cuando el Ejército aún decidía quién podía vivir en Guatemala y quién no. Documentos del Archivo Histórico de la Policía Nacional permiten comprender la lógica de una de las últimas campañas de “control social” contra el movimiento sindical ejecutadas por la dictadura militar.
Vitalino subió cada escalón que el Partido le marcó, pero cuando llegó al final de la escalera, miró a un lado y descubrió que ya eran muy pocos los que le acompañaban.
Vitalino Girón había sido electo representante de los estudiantes en la Junta Directiva de la Facultad de Económicas en 1973. Antes de graduarse en 1975 era ya profesor auxiliar. Había acudido cada sábado al círculo de estudio de El Capital que organizaba Alfonso Figueroa para formar a los docentes que militaban.
En su trabajo en el Banco Nacional de Desarrollo Agrícola había cumplido con las funciones clandestinas que la organización le había impuesto: había prestado vehículos del banco para operativos del Partido y había realizado trabajo ideológico con las cooperativas con las que Bandesa trabajaba. Tras la llegada a la rectoría de Saúl Osorio, sus responsabilidades eran mayores. Pese a que se había graduado hacía tres años y tenía una experiencia docente muy limitada, se convirtió en coordinador de varios cursos del Área Común, los dieciséis cursos que servían de formación básica para los alumnos de primer y segundo año.
Vitalino fue siempre un hombre de bajo perfil. Callado y reservado. Trabajador y coherente, pero sin un gran liderazgo personal. Algunos compañeros lo veían todavía como un chico recién llegado del pueblo. Hacían chistes con su nombre. Lo consideraban uno de esos nombres anticuados que sólo los campesinos seguían utilizando.
Pero ahora que había subido todos los peldaños a Vitalino Girón le tocaba ponerse en primera fila.
Los cuatro años anteriores los había visto pasar como una tormenta que había acabado con todo. La rectoría de Saúl Osorio duró menos de dos años. Al principio, el Partido organizaba cada día un operativo para introducirlo y sacarlo de la Ciudad Universitaria. El rector tenía que llegar a su oficina en el maletero de un carro. Después, apostaron por hacerle vivir siempre en su despacho. Jorge Conde, profesor de Económicas y enlace del Partido con la Usac, recuerda que le asignaban a camaradas armados para que durmiesen con él. Mantener a Osorio vivo se había convertido en un problema ante la ola de crímenes políticos que se había desatado desde octubre de 1978. Carecía de sentido tener un rector que no pudiese participar en la vida pública. El terrorismo de Estado había vuelto inútil la estrategia del Partido. En mayo de 1980 no quedó otra opción que el exilio de Saúl Osorio.
En esos dos años, las estructuras en las que había trabajado el PGT fueron desmanteladas. La inteligencia militar, la Policía Judicial, y los escuadrones de la muerte cazaron uno a uno al círculo de militantes que rodeaban a Saúl Osorio. Fueron asesinados los principales dirigentes estudiantiles que formaron la alianza Frente: Oliverio Castañeda de León, Antonio Ciani, Ricardo Martínez Solórzano, Julio César Cortez, Marco Antonio Urízar Mota, Julio César del Valle, Iván Alfonso Bravo y Marco Tulio Pereira. También hombres de confianza de Osorio como Manuel Andrade Roca, secretario general de la Usac, Hugo Rolando Melgar, asesor jurídico del rector, y Alfonso Figueroa, director del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales. Los tres eran destacados intelectuales del Partido y fueron ametrallados en la calle.
Estas muertes llevaron al exilio a la mayor parte de los camaradas de Vitalino en la Facultad. Se fueron Severo Martínez, Rafael Piedrasanta, Saúl Hernández, Norma Cabrera, y muchos otros. Antes ya se habían retirado Alfredo Guerra Borges y Alfonso Bauer.
La Facultad perdió a todos sus profesores veteranos. Los estudiantes de último año asumieron la docencia. Eduardo Velázquez, alumno en esa época y que posteriormente llegaría a ser decano de la Facultad, recuerda que, antes de graduarse, tuvo que dar clases en cinco cursos distintos.
La situación había llegado a tal punto que las asociaciones de estudiantes tuvieron que convertirse en organizaciones clandestinas. Ya no existía el trabajo “amplio” del Partido, todo transcurría en las sombras. En las elecciones de febrero de 1981, para designar a los estudiantes y profesores que deberían elegir al nuevo rector tras el exilio de Saúl Osorio, la Facultad de Económicas no presentó candidatos. En los comicios de marzo de ese año para nombrar representantes de catedráticos en el Consejo Superior Universitario, la Facultad no presentó candidatos.
Por qué decidió el Partido llevar a Vitalino a la lucha por la decanatura de la Facultad en una situación como aquella es motivo de debate. Virgilio Álvarez, militante en 1982, asegura que fue un error impulsado por simpatizantes más que por el propio PGT. Otros militantes como Jorge Conde o Edgar Pape aseguran que fue una orientación directa del Partido. Vitalino aceptó porque el PGT consideró necesario recuperar la Facultad después de que el último decano, Alfonso Velásquez, hubiese sido electo sin pertenecer a la organización.
La victoria de Vitalino Girón evidenció que, a pesar de todo, el discurso de los comunistas era el único capaz de movilizar a estudiantes, profesores y profesionales. A pesar de que, para ese momento, las organizaciones político militares de la izquierda ya habían abandonado su trabajo directo en la universidad, y se concentraban en los frentes guerrilleros. A pesar de que la posición de seguir ocupando espacios legales era inviable, y el Partido comenzaba a tomarse más en serio la militarización, incluso su ingreso en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, de la que se había resistido a formar parte. A pesar de que la mayoría de estudiantes y profesores jóvenes que militaban en el Partido, poco más de un año después, formarían el PGT 6 de Enero para apostar directamente por la lucha armada, y algunos de ellos ya habían participado en el asesinato del rector Mario Dary. A pesar de todo ello, resultaba evidente que había sectores de la sociedad que necesitaban espacios públicos en los que participar y debatir.
Vitalino y los pocos profesores comunistas que aún le rodeaban (Julio Estévez, César Augusto Régil, Tristán Melendreras, Jorge Conde, Edgar Pape o Carlos de León) creían en ello. Pero estaban muy solos. En sentido físico, pero también intelectual. A finales de 1984, sólo uno de ellos seguiría vivo y en Guatemala.
Como decano, Vitalino Girón hizo lo que los profesores del Partido siempre hicieron. Mantener a los camaradas en los puestos más políticos, que eran también los mejor pagados por ser de jornada completa, y no perder los vínculos con los movimientos sociales con los que se debía seguir trabajando, como el sindicato de la Usac. Edgar Pape fue nombrado jefe del Departamento de Estudio de los Problemas Nacionales, y Tristán Melendreras director del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales.
Vitalino se había estado preparando las últimas semanas para asumir el cargo de decano. Renunció a su puesto directivo en Bandesa. Sus compañeros nunca entendieron por qué abandonó una carrera estable y con un futuro próspero, para centrarse en una institución que le ponía en el punto de mira. Para ellos, Vitalino era un hombre que acababa de mudarse de una casa humilde en la Colonia Primero de Julio a una amplia y nueva en Monte Real, que manejaba un Mercedes Benz resplandeciente y que siempre sonreía a las secretarias jóvenes. No tenía ninguna necesidad de dejarlo todo por la Usac, le había dicho su esposa. Ella insistió en que no abandonase el banco, pero la decisión estaba ya tomada.
Vitalino salió una última noche a hacer pintas por la zona 6 con su compañero de comité de base, Jorge Conde. Fue su forma de despedirse de la militancia. A partir de entonces, el Partido designó a un enlace para trabajar con él. Sería su única conexión con la estructura partidaria.
El 1 de septiembre de 1982, cuando acababa de cumplir 40 años, comenzó su última misión. En su discurso de investidura dijo: “los autores, actores, sujetos y objetos de la historia somos nosotros. Somos responsables de la historia, de lo que ocurre en el presente y de lo que ocurrirá en el futuro. Conscientes de ello, asumimos la responsabilidad que la colectividad nos ha asignado”.
Vitalino Girón Collado. Primero por la derecha. Ésta es una de las pocas fotografías que su familia conserva de él. Está tomada en Costa Rica. Probablemente entre el 4 y el 9 de junio de 1984 durante el seminario Estado y Desarrollo Económico.
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El carácter científico de la enseñanza comenzó a perderse, y el aula se convirtió en una sala de discursos. Cuando yo regreso en el año 1990, veo que los catedráticos que estaban ahí no tenían cualidades. Yo llegué y pedí rápidamente la cabeza de ochos de ellos. Enseñaban marxismo casi con carácter religioso. Confundían todo. Le daban a uno la Teoría del Valor casi de manera caricaturesca. ¿Por qué? Porque la propia mística del catedrático se había perdido.
Edgar Pape, economista y militante del PGT.
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