En 2009 llegué a ciudad de Guatemala y, en aquellos primeros meses, quizás como forma de ocio alternativa a una calle peligrosa intentamos hacer sesiones de video forum en casa.
La vida se sucede en círculos, como los anillos concéntricos de los árboles.
El primer recuerdo que tengo de El Viaje, cuando aún no sabía que “ese viaje” es una maravillosa película de 1993 del argentino Pino Solanas, es la de una noche de invierno de hace muchos años. Una noche que creo que me cambió la vida.
Digo de invierno porque llevo puesta una vieja bata de estar por casa bien acolchada, y estoy encogida sobre mí misma, sentada encima de la me...
El primer recuerdo que tengo de El Viaje, cuando aún no sabía que “ese viaje” es una maravillosa película de 1993 del argentino Pino Solanas, es la de una noche de invierno de hace muchos años. Una noche que creo que me cambió la vida.
Digo de invierno porque llevo puesta una vieja bata de estar por casa bien acolchada, y estoy encogida sobre mí misma, sentada encima de la mesa de una cocina que ya no existe. Si era de noche y tenía el permiso de estar en aquella cocina es porque debí quedarme estudiando para los exámenes de la universidad, pero eso no fue lo que hice. Los ojos los tengo fijos en la pantalla de un pequeño televisor, las manos entrelazadas, y escuchando las notas de un entonces desconocido Astor Piazzolla, se me está olvidando respirar.
Esa fue la noche en que conocí a Martín Nunca.
Martín vive en Ushuaia, una isla en el fin del mundo que se mueve como un barco y donde nieva dentro de una escuela con aspecto de cárcel. El padre de Martín está lejos pero le dibuja y manda historietas por correo, y un día Martín se decide y sale a buscarlo en bicicleta mientras Fito Páez canta eso de Usuhaia quiero irme y me da miedo, quizás es porque te quiero y no quiero abandonarte. Ushuaia yo daré la vuelta al mundo, y a tu olor de mar profundo volveré…
Martín llega a Buenos Aires, un lugar donde los muertos navegan, y la gente vive, literalmente, entre la mierda y con el agua hasta el pecho o hasta el cuello, en función del nivel de inversión extranjera en el país. En su camino, Martín va encontrado a los personajes que su padre dibuja en las historietas. Viaja con Américo Inconcluso, un camionero con setenta y no sé cuantos dictadores, que “no hay camino que no haya hecho, ni pueblo que no haya unido”, y conoce a Tito, “El “Esperanzador”, que golpea sin cesar un enorme bombo que suena como el latir de todos los represaliados. Martín pedalea hacia el norte, a través de Indoamérica, donde las selvas son ahora desiertos, y las gentes cargan en canastos sobre la cabeza y aguayos sobre la espalda su parte correspondiente al pago de la deuda externa. En Brasil, Martín encuentra nuevas pistas de su padre, y una extraña moda de vestir apretados cinturones por todo el cuerpo propuesta por el FMI. Martín sigue su viaje, y en él aparece, en varias y distintas ocasiones, una muchacha con el cabello largo, rizado y castaño, y un vestido y unos zapatos rojos. La muchacha nunca habla, solo le sonríe, y Martín la lleva en su bicicleta, le cuenta cosas y una tarde hacen el amor en el vaivén de una hamaca. Martín no sabe si la encuentra o la sueña. Y siempre que Martín llega a una ciudad, su padre ya no está allí, así que sigue adelante, en su bicicleta.
Martín Nunca se quedó conmigo desde esa noche de invierno, impreso en las hojas de mi diario. El porqué de semejante impacto solo pueden explicarlo los preciosos ojos de Martín, un carácter enamoradizo algo exagerado en aquella época de mi vida y, quizás, cierto revuelo inconsciente entre las surrealistas imágenes de la película y los recuerdos personales, también algo absurdos, de un viaje realizado muchas años antes, siendo todavía una niña, con mi padre y mis hermanos a parte de esas tierras por las que Martín pedaleó. No fue ninguna epifanía, los significados profundos de aquella historia, las realidades contenidas en aquellos dos viajes, continuaron ignoradas; a lo sumo, en esta segunda ocasión, se instaló una inquietud, una sospecha de importancia, algo emocional difícil de definir.
El tiempo fue borrando las imágenes, las etapas del viaje de aquella película de la que nunca supe el nombre, de manera que cuando, años más tarde, ya adulta y sola, viajé sucesivamente a distintos países de América Latina no recordé que Martín Nunca había pasado por aquellas mismas ciudades. De Martín solo me quedaba su nombre, el deseo de tener un vestido rojo y una frase, apuntada y memorizada después de tantos años:
Contigo, Martín Nunca, contigo, que ya no buscas a tu padre pues lo fuiste encontrando por el camino.
En 2009 llegué a ciudad de Guatemala y, en aquellos primeros meses, quizás como forma de ocio alternativa a una calle peligrosa intentamos hacer sesiones de video forum en casa. Todos teníamos que traer una película para los demás. Y así fue como, de repente, sentí la necesidad de buscar a Martín Nunca después de tantos años. Pero, ¿dónde hallarlo? Yo no sabía el nombre de la película, ni el año, ni de quién, ni si era película o documental. A nadie le sonaba aquel argumento difuso y extraño, y el google solo me hablaba de Martín (Hache), hasta que un día, o una noche, en una infumable tesis doctoral colgada en la red: su nombre y el de Fernando Solanas y una fecha y, entonces, el cartel de una película llamada El viaje en el que, por fin, se ve a Martín, y a la muchacha del vestido rojo, y la bicicleta.
El tiempo en Guatemala ha sido rápido y de una intensidad tal, que el recuerdo de aquella noche de video forum en la que vi a Martín Nunca por segunda vez no es de las cosas que más fuerte se me han quedado grabadas. Recuperé a Martín cuando el papel silencioso y pasivo de la muchacha de rojo ya no me parecía atractivo, cuando ya era capaz de entender casi todas las realidades escritas en todas esas imágenes absurdas, cuando, de hecho, yo misma vivía inserta en un cuadro bastante surrealista.
De Guatemala, las imágenes se me suceden sin aliento, y entre las secuencias apenas puedo destacar que comencé a escribir algunas cosas, que mi padre enfermó, que conocí a un chico al que le gusta montar en bicicleta, que mi padre murió, y que le encargué a una modista un vestido rojo.
Se puede saber la edad de un árbol por los círculos concéntricos de su tronco. A mí varios de ellos se me han superpuesto en este último año en que, por fin, acabé de escribir una historia y comencé un viaje en bicicleta por Centroamérica con aquel muchacho. Un viaje que me llevó a lugares desconocidos en los que había estado de niña, y ciudades o pueblos en los que no estuve jamás pero en los que igualmente traté de reconstruir los pasos perdidos de mi padre. Y después de ese viaje, otra vez a este lado del Atlántico, en una cocina nueva, volví a recuperar El Viaje de Martín Nunca y me di cuenta de que a él, como a nosotros, también le preguntaban todo el tiempo: ¿de dónde viene?, ¿de allí?, ¿y en bicicleta?, y queMartín también se preguntaba ¿y qué hago yo en medio de todo esto?, y que también escribía un diario y sentía que no hay nada que te dé más fuerza que una linda historia. Solo que él fue encontró a su padre por el camino y yo lo sigo buscando mientras se acaba la película y la voz de una mujer, al acordeón de Astor Piazzolla, canta:
Voy, hacia mi viaje voy, y soñando partiré… sé que ya no sé quién soy, y no sé ni a dónde voy, sé que un viaje es descubrir, que vivir es elegir, sé que busco mi verdad y que un viaje es soledad…
Soy como una bicicleta, rueda, rueda mi historieta, sé que al fin voy a llegar, siempre, siempre regresar.. soy todo lo que viví mas las dudas sobre mí, sé que siempre será igual sino arriesgo hasta el final..
Pilar Crespo
Autor
Pilar Crespo
/ Autor
(Madrid, 1979) Creció en Alcalá de Henares, a 30 km de la capital de España. Primero estudió una carrera de ciencias y trabajó varios años en Europa, pero la inquietud siempre había estado ahí y en 2005 volvió a la facultad y se licenció en Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Trabajó un tiempo en prensa económica hasta que descubrió que ese campo no era el suyo, y el posgrado Información internacional y países del Sur la llevó hasta Guatemala. Allí empezó escribiendo en Inforpress Centroamericana. Luego colaboró con algunos medios a uno y otro lado del Atlántico y participó en un proyecto de comunicación local.
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Pilar Crespo
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(Madrid, 1979) Creció en Alcalá de Henares, a 30 km de la capital de España. Primero estudió una carrera de ciencias y trabajó varios años en Europa, pero la inquietud siempre había estado ahí y en 2005 volvió a la facultad y se licenció en Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Trabajó un tiempo en prensa económica hasta que descubrió que ese campo no era el suyo, y el posgrado Información internacional y países del Sur la llevó hasta Guatemala. Allí empezó escribiendo en Inforpress Centroamericana. Luego colaboró con algunos medios a uno y otro lado del Atlántico y participó en un proyecto de comunicación local.
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