Cómo intenta Cabricán responder a la escasez de agua
Cómo intenta Cabricán responder a la escasez de agua
- Cabricán, en Quetzaltenango, es un territorio frío y seco que sufre por la escasez de agua. Cada día llueve menos. En 2019, hasta junio, ha llovido un tercio menos que en el mismo periodo de 2018.
- Sus habitantes están arrinconados por el crecimiento desordenado de la población, la falta de sistemas de gestión del recurso, la contaminación de los ríos y, la naturaleza fría y seca de su territorio.
- Algunas personas caminan varias horas para encontrar agua y otras la compran por pipas.
- La cosecha de lluvia se les ha vuelto una alternativa efectiva para hacer frente a ciertos problemas escasez. El proyecto es más asequible que otros y es ecológico.
- Sus usuarios se enferman menos, lo que les permite seguir estudiando y trabajando.
- La vida de los cabricanecos, sus cosechas y sus animales están en riesgo si las lluvias no continúan en invierno.
- La municipalidad, que insiste en construir pozos, más caros y contaminados, no da explicaciones.
- El alcalde electo de Cabricán tiene planes innovadores para el municipio, pero todo podría quedar en buenas intenciones por el raquítico presupuesto de la comuna.
Un proyecto utiliza el agua de lluvia para nutrir hogares y escuelas en Cabricán, en Quetzaltenango. La iniciativa, que empezó a convertirse en una tendencia en comunidades que sufren la escasez del líquido, es ecológica y barata. Pero tiene un problema: la irregularidad de las lluvias.
Cada mañana, Galindo López Temaj y su esposa Juliana Victoria Baten, de 42 años, y su familia de cinco integrantes, abren el chorro de la pila de su casa para lavarse la cara. Después de lavar los alimentos del desayuno, Baten sale a regar las verduras y a dar de beber a sus animales. No parece una rutina fuera de lo común, pero lo es: aquí, en Cabricán, escasea el agua.
Los López Baten pueden hacerlo porque usan reservas de lluvia.
Son la única familia en la aldea El Cerro que depende casi totalmente de ella. Tienen tres depósitos. Dos almacenan 10 mil litros y el tercero hasta 40 mil. Una ong, Intervida, instaló los primeros hace 15 años. El último llegó en 2019. Lo puso Innoverde, una empresa de tres ingenieros agrónomos de la Universidad San Carlos que dirige Rony Baxten. Tras cuatro años, han logrado instalar más de cincuenta sistemas de captación de lluvia entre escuelas públicas y hogares.
El prototipo consiste en depósitos resguardados bajo una cubierta de lámina, inclinada. En cada extremo de la lámina, hay una canaleta plástica que transporta la lluvia a una tubería de PVC que pasa por un filtro para evitar que ingrese basura a los depósitos. Lo almacenado puede conectarse a la tubería subterránea para obtenerla de un chorro, como hizo la familia López Baten.
Algo inusual en El Cerro, donde buena parte de las familias invierte en pipas de agua cuando los pozos se secan. Innoverde implementa los cosechadores con ayuda de la cooperación internacional, pero los López Baten pagaron el propio.
La familia, a veces, utiliza un pozo mecánico que está cerca de su casa, pero desde hace varios días está vacío. Así que viven principalmente de la reserva de lluvia: suficiente para beber, para lavar sus alimentos, dar a sus animales y hacer el aseo del hogar. Son cinco personas, así que la reserva les puede durar hasta cuatro meses, gracias a que se van llenando de forma intermitente con cada lluvia. Cuando está por acabarse, Galindo compra pipas suficientes para alargar la reserva dos meses más, cuenta su esposa.
Galindo es agricultor, pero en medio de la escasez encontró un nicho para generar un ingreso aparte. Cuenta que compra pipas a personas que tienen nacimientos en sus tierras, y las vende a sus vecinos por encargo. En el terreno de su casa, almacena cuatro depósitos de Rotoplast, de 10 mil litros cada uno. Vende tres pipas a 400 quetzales. No es un negocio fijo, pero cada vez más vecinos requieren sus servicios.
En Quetzaltenango, más del 50 % de su población vive en la pobreza, con alta prevalencia de desnutrición crónica y el cuarto con más población migrante. La mayoría de sus 15 fuentes hídricas están contaminadas.
Desde que Galindo y su familia usan agua de lluvia se han enfermado menos. Es más limpia que la de los pozos y está libre de coliformes fecales, dice Duber Robledo, inspector de saneamiento ambiental de parte del Ministerio de Salud, que lo ha estudiado. Algunas personas la filtran, otras la hierven, pero son una minoría. Esto no ocurre con el agua de los pozos que, por ser subterránea, puede mezclarse con los desechos de las letrinas, indica María José Iturbide, directora de la Fundación para la Conservación del Agua (Funcagua).
Los estudiantes de la Escuelas Las Manzanas, ubicada en uno de los caseríos de El Cerro, también se enferman menos, dice su directora, Karen Ramírez. La escuela tiene un cosechador de lluvia desde mayo de 2019. En el poco tiempo transcurrido, Ramírez dice haber notado que los niños se enferman menos del estómago. Hace un par de años, varios presentaban afecciones en la piel y fuegos alrededor de los labios. Pero eso ya no ocurre. Tampoco faltan seguido a las clases por enfermedad, como solían.
«Antes, se les pedía a los niños que la trajeran de su casa, pero esta comunidad ha tenido escasez y no cuenta con agua potable. Con lo que se cuenta es con un río. La que consumen es muchas veces de ahí. Se nos dificultaba porque era para hacer la refacción escolar. Ellos la traían, pero nosotros observábamos que era de color verde. Teníamos que ir a buscarla a otra comunidad. Ahora, con toda confianza podemos tomar de nuestro cosechador de lluvia, hervirla y dar los alimentos más saludables», dice Flor López, maestra de párvulos.
Con tan solo tres meses, la escuela forma parte de la red de “Escuelas Saludables”, un reconocimiento del Cuerpo de Paz en Guatemala, una agencia federal independiente de Estados Unidos que pone en práctica proyectos de salud, juventud y seguridad alimentaria.
Innoverde y en su momento Intervida no han sido las únicas que han traído la cosecha de lluvia. También lo hace la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) en lugares como Chiquimula, Palencia y Chinautla, para combatir la desnutrición. La agencia refiere que los cosechadores han ayudado en proyectos de riego de hortalizas para el consumo humano y comercio.
Sin agua, todo está en riesgo
La escasez de líquido que vive Guatemala y otros países de la región se debe a diferentes factores. El crecimiento de la urbanización de forma desordenada, la degradación de las cuencas, la contaminación de los ríos, la sobreexplotación del agua subterránea a través de la perforación de pozos y, por último, por la falta de una normativa que regule cómo se explota el recurso, refiere Iturbide, de Funcagua.
La cosecha de lluvia fue inventada hace más de 4,000 años, pero es un modelo que siéndose sigue utilizando, principalmente, para labores agrícolas. La reserva se distribuye de forma gradual, sobre todo durante la época seca. Es una alternativa ecológica, porque no requiere de muchos materiales y porque da un respiro a la explotación de los suelos, dice Baxten. También es más asequible que perforar pozos. Mientras que un pozo puede costar más de un millón y medio de quetzales, el precio de un cosechador de lluvia varía entre 14,000 y 20,000 quetzales, agrega.
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El problema de los pozos es que no logran recargarse por su uso excesivo y porque las lluvias escasean. Cabricán puede pasar de 26 a 30 días sin lluvia, en la época lluviosa, por ser un territorio seco, dice César Quemé, delegado de la Secretaria de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesan) en el departamento.
Sin agua, las cosechas de las familias se ven en riesgo. En julio, las plantaciones se vieron afectadas, pero los chubascos de agosto frenaron parcialmente el problema. Si no continúan en septiembre, las consecuencias inmediatas más notables serán que las familias y sus animales se enfermen al no tener líquido y comida. El experto de Sesan estima que por el comportamiento de las lluvias este año, se perderá del 35 % al 55 % de los cultivos del municipio. A finales de septiembre, la Sesan y el Ministerio de Agricultura medirán las pérdidas y subvencionarán alimentos.
La vida de los cabricanecos gira en torno al agua. Lo dicen preocupados al ver que los ríos en que se abastecen se vuelven delgados y turbios. «Es la vida. Es la salud. Sin ella no podemos vivir», dice Hermelindo López Pérez, de 43, actual presidente del consejo comunitario de desarrollo (Cocode) de El Cerro. Él y su familia de trece integrantes están entre los primeros afectados por la falta de lluvia.
López Pérez vive en una hondonada a la orilla de un camino de terracería. Escaleras deformes de tierra y seguidillas de lodo, anteceden la entrada de su casa, construida adobe, parales de madera y techo de lámina. En la parte trasera están los depósitos. Dice que los limpia una vez al año, y que durante mucho tiempo abastecían a toda la casa, pero ya no.
El sistema almacena 10 mil litros y también fue instalado por Intervida, hace unos 15 años. Aunque sigue funcionando a la perfección, el líquido que recolecta no es la suficiente para hacer frente a dos hechos: que su familia creció y la escasez de la lluvia. Registros del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh) muestran que del 2000 a 2015 llovió el mínimo en las cercanías de Cabricán. A partir de 2016, el déficit creció.
Este año, su cosecha de maíz para el consumo familiar no se logrará. Lo dice con preocupación frente a sus hijos varones, su esposa, su madre, su nuera y su primer nieto que apenas tiene unos meses. Su alternativa es acarrear agua de un río que está a más de media hora de camino. La distancia no es el problema, dicen, sino el peso que deben cargar.
Los hombres de su familia se ayudan con el dinero que consiguen haciendo cortes en telares. Casi seis varas de tela las venden a 80 quetzales. Los cuatro hombres hacen en promedio tres cortes a la semana. Con ese dinero, Hermelindo planea comprar el maíz que no se logró por la falta de lluvia. Un gasto que no tenía contemplado.
Durante la visita, Baxten le recomienda poner canaletas en todas las láminas de la casa, para poder captar más lluvia. «Si no, no se le van a llenar», les dice. En un cálculo rápido señala a la familia que pueden instalar las caneletas y la tubería faltante por 350 quetzales. Hermelindo luce preocupado. Se soba el brazo. Nos mira y pide que le digamos a dónde acudir para pedir algún proyecto que les permita tener más agua para sus hijos y sus familias.
La municipalidad está por perforar el primer pozo en esa parte de El Cerro, y podría estar listo para este año. Tendrá una profundidad de 400 metros, 17 metros menor a la altura de una de las Torres Gemelas en Nueva York. Abastecerá a las únicas cinco o seis casas que están en los alrededores. El proyecto costará 1.6 millones de quetzales. Con el mismo monto, se podrían instalar entre 114 y 80 cosechadores de lluvia para beneficiar a un igual número de casas.
La muni de Cabricán no explica por qué prefiere perforar pozos. Pero ha desarrollado uno o dos proyectos al año relacionados con el abastecimiento de agua desde 2005. La mayoría son nuevas perforaciones. En menor medida aparecen entuban, colocan bombas y construyen plantas de tratamiento.
El abandono de Los Rojas
Los Rojas es uno de los caseríos con menos población de El Cerro. Está a 1.2 kilómetros de distancia del centro. Los jóvenes de la comunidad migraron hacia Estados Unidos, así que la mayoría de sus habitantes son mujeres.
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Baxten dice que en los lugares con menos agua hay más migración, como el Corredor Seco. Quetzaltenango no está dentro del corredor, pero la falta de lluvias empieza a empatar su situación. «La falta de agua —ya sea como resultado de la sequía, el resultado más grave de escasez de agua u otras causas— a veces se considera un factor que impulsa la migración … Es difícil señalar a la escasez de agua como un factor único, o incluso directo ... No obstante, la falta de seguridad hídrica aumenta significativamente el potencial de migración, en gran parte debido a su impacto sobre el bienestar y los medios de subsistencia», refiere la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
En la casa de la familia Baten y la familia Temaj, una construcción de adobe y techo de lámina, viven unas 30 personas. Rosidalma Temaj Miranda, una de las mujeres de la casa, cuenta que todas se levantan a las 2 de la madrugada para empezar a acarrear agua. Terminan el primer viaje del pozo hacia su casa, que está a unos 300 metros, a eso de las 5 de la mañana. Preparan el desayuno y, nuevamente, salen a buscar agua. Si hay fila en el pozo, esperan su turno para poder llenar sus vasijas de plástico que cargan en su cabeza. Si el pozo está vacío, caminan dos horas para llegar al río más cercano. Se van a las 9 de la mañana y regresan a las 3 de la tarde, cargando tambos y leña para cocinar la comida.
No hay día de la semana en que no viajen para conseguir agua.
Cuando se dirigen al río, lo hacen para lavar ropa y bañar a los niños. Aunque incómodas con el método, hasta hace poco esa agua las abastecía. Desde hace un par de años, la administración de Jayro López, alcalde de Cabricán, trasladó el basurero municipal a la parte alta de la cuenca donde nace el afluente. Las mujeres dicen que desde entonces el agua del río es turbia. La muestran. Es café. Esto se debe a que cuando llueve, la basura llega hasta el río. El agua del pozo no es mejor. Las dos fuentes están contaminadas. Lo saben. La beben con cierto miedo, porque no hay otra alternativa. En sus casas no hay filtros, pero separan el agua según el color que tenga. La más clara es para beber.
Romelia Francisca Temaj, de 29, dice que los niños de la comunidad se enferman seguido del estómago. Al menos una vez al mes. Thalia Ramírez, enfermera de la aldea, dice que las señoras y niños tienen parásitos y padecen diarrea. La situación es frustrante, agrega, «acá no los hemos podido tratar por no tener los recursos suficientes». La enfermera indica que empezaron con jornadas de desparasitación y se repiten cada seis meses. Eso ha ayudado a disminuir «un poco» las enfermedades estomacales.
Al año, se registran de 30 a 35 casos de enfermedades provocadas por el consumo de agua contaminada. El centro de salud ha notado una reducción, aunque se desconoce cuántos casos menos hubo, en las familias que tienen cosechadores. La salubrista también hace una relación entre la escasez de agua y la desnutrición, que rebasa el 57 % en Cabricán, elevándose a la categoría de desnutrición muy alta, según datos de la última Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil, en 2015.
«Todos los sistemas de agua que tenemos son manejados por comités de las comunidades. Eso hace que la muni evada su responsabilidad. En Cabricán, solo se responsabilizan del casco urbano», manifiesta el inspector de saneamiento ambiental. Cabricán tiene cinco pozos y existen desde hace 20 años. Rara vez son limpiados. Las familias lo saben. Solo unas cuantas pueden comprar el líquido de otras fuentes.
Se buscó al alcalde López para conocer su postura sobre la problemática, pero no es un sujeto que busque estar disponible. Para pedir una cita en su despacho, alegan que no se puede porque “su agenda es cambiante”. Sugieren que se llegue a probar suerte. A las 3 de la tarde del 5 de septiembre no estaba en la municipalidad. Los vecinos de Cabricán dicen que eso es habitual. Otros dicen que cuando le han buscado, López los ha intimidado y maltratado. Les da miedo volver.
Un nuevo alcalde, un plan ambicioso
Si Jayro López es una figura ausente, Eleazar López, el alcalde electo para el próximo período, no lo es. Ya había participado en política 20 años antes. Fue primer concejal de Cabricán. Se salió de la política y se dedicó exclusivamente a la enseñanza. Dio clases de primaria y fue supervisor educativo en ese tiempo. También es abogado y notario.
Su regreso a la política no ocurrió de la noche a la mañana. Se postuló tres veces a la alcaldía. Cada vez, con un partido distinto. En su caso, el dicho “la tercera es la vencida” es una representación fiel de su persistencia o bien, de la idea de no tener nada que perder. Le ganó al actual alcalde por 69 votos. Desde entonces, ha crecido una rivalidad con su predecesor. Recientemente, recibió amenazas de muerte y las denunció ante el Ministerio Público (MP).
Sentado en la sala de una cafetería local, a unos pocos metros de la municipalidad, cuenta con optimismo los siete ambiciosos ejes de su plan de gobierno: salud, ambiente, educación, infraestructura, grupos organizados, transparencia y cultura. Son ambiciosos porque el presupuesto de Cabricán para ejecutar proyectos es de 24 millones de quetzales. El municipio tiene unos 30,000 habitantes. La mayoría, con problemas persistentes por la falta de agua.
El primer eje de su gobierno es implementar un sistema de salud preventiva. Para regular la situación de desnutrición crónica, planea crear una Secretaría de Salud. El segundo eje es el de medio ambiente. Quiere instalar plantas de tratamiento para evitar la contaminación del agua disponible. También quiere continuar con la tradicional solución para conseguir agua. Perforar tres pozos más. Además de esto, quiere más proyectos de cosecha de agua de lluvia. Como los de Innoverde. Además, quiere contratar a cuadrillas para reforestar Cabricán. A la vez, piensa que necesitará prohibir la tala de árboles para detener los efectos del cambio climático, pero no es una propuesta definitiva.
En educación, quiere reubicar a los maestros según su conocimiento de idiomas mayas. Habla de contratar a maestros de inglés para ayudar a los cabricanecos que migran a Estados Unidos. «Así podrán entender en un mínimo las instrucciones cuando lleguen al otro lado», refiere.
En infraestructura, planea exigir que las constructoras contraten gente del lugar para generar empleo local. También quiere apostarle a la tecnología para que los grupos organizados, como los tejedores puedan tomar cursos de Intecap.
También se compromete con la transparencia municipal. Eso incluye revisar el perfil de los empleados de la municipalidad. Y por último, instalar una casa de la cultura, y organizar eventos deportivos para la comunidad. Sin pensarlo mucho, dice que si debe de escoger qué priorizar, la salud y educación serán sus apuestas inmediatas.
La llegada de un nuevo alcalde, tan apreciado en la comunidad, devuelve a los cabricanecos la esperanza para cambiar su situación. La más apremiante, el acceso al agua de calidad, pero las buenas intenciones del profesor podrían diluirse entre un presupuesto limitado, la falta de preparación para afrontar la crisis climática, y los enfrentamientos con su rival político.
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