«Empleo», «inversión», «certeza jurídica», «desarrollo», «emprendimiento», «deuda», «impuestos». Palabras que don Álvaro utilizó una y otra vez para, según él, llamar al líder comunitario a la cordura. El emisor intentaba convencer así a su interlocutor, don Máximo, de las grandes virtudes de las empresas hidroeléctricas, su panacea a los problemas de subdesarrollo en el país.
«¿O te querés quedar sin electricidad?».
«¿Cómo van a salir adelante, pues?».
«¿Qué van a comer los nenes?».
Al final de su diatriba, don Álvaro articuló cuidadosamente su prosa con el fin de asestarles un golpe psicológico a don Máximo y a toda la gente que, como él, tiene que vivir en resistencia perenne en defensa de sus vidas, sus territorios y, sobre todo, su dignidad. Quienes existen en la periferia (o directamente afuera) del sistema político. Quienes nunca recibieron invitación para sentarse a la mesa donde se toman las decisiones.
«El hambre, la violencia y el retraso son culpa de ustedes por andar de conflictivos, peleando por todo, en lugar de aprender a pactar y ser civilizados, en vez de crear incentivos para la creación de riqueza».
«El fracaso de las futuras generaciones quedará como una mancha de sangre en sus manos. Sangre en tus manos, Máximo».
Lejos de caer en el enredo, en su respuesta don Máximo parece haber invocado a todos sus antepasados con esa sabiduría ante los mortales efímera, especial, que en otros lados es pura leyenda. De aquellos cuentos de espíritus, tierras y mujeres de maíz que cuando niños escuchábamos contar a las abuelas. En aquellos días y en aquellos lares, la magia no era fantasía y el corazón contaba para todo. No solo para cursilerías.
«Estimado Álvaro», se apresta a decir sin decírselo expresamente. «Con el mal no se pacta». Y con la cabeza en alto le recuerda que, «ante la penumbra de los tiempos oscuros, uno resiste y sigue resistiendo».
Para Máximo, su colocutor sufre de una amnesia grave. Ni siquiera le hizo en su misiva un guiño a la historia política del país. Menos a las fuerzas hegemónicas de ahora y siempre. ¿Racismo y patriarcado? No existen aparentemente. ¿Exclusión? Menos. ¿Dominio? ¿Colonia? ¿Privilegio? ¿Y eso qué es, pues?
El contenido a continuación en la carta de respuesta es verdaderamente portentoso y lleno de verdades incómodas para quienes detentan el poder en pro de sí mismos. Sobre todo, don Máximo le explica a don Álvaro que en Guatemala el término ciudadano les es ajeno a las mujeres y a los hombres comunes. En la noción de ciudadanía no caben los pueblos originarios, los campesinos o los trabajadores. El Estado es de las élites, formado por las élites, para las élites.
Es la patria del criollo de Severo Martínez.
Con orgullo, Máximo termina su correspondencia enfatizando que no es por escasez de ideas que los pueblos sufren, que la «aspiración de blancura» no es cosa de ellos, que la tiranía disfrazada caprichosamente de democracia no los apantalla. Hay un intento de engaño, pero infructuoso al fin. Que solo luchan por una oportunidad justa de formar parte del Estado, para alzar la voz, para incidir en la agenda nacional y global.
Que gracias, pero no gracias.
Y es que así es como los ideólogos del neoliberalismo tragón intentan manipular el sentido común a su conveniencia: torciendo la realidad y fabricando narrativas. Si nos informamos mínima y adecuadamente, comprobaremos que estos cuentos no se sostienen de pie ante ningún escrutinio. Ningún comentador serio cree sus fábulas de desarrollo por consumo o, menos aún, que esta lógica sea la única regla del juego.
Esa disertación, tal cual la firmó don Álvaro, viene de un guion bien estudiado y mil veces repetido sin examen. Es credo, estándar único de verdad y el santo grial de organizaciones, universidades, medios y partidos políticos. Benchmark, como dicen, de los gobiernos alineados al thatcherismo y al reaganismo desde hace unos 40 años.
Sí, incluyendo a Guatemala.
Como recordarán, algo muy parecido me había dicho José González Campo, presidente del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financiares (Cacif), hace unos días.
Pero estos postulados están saturados de mitos y prejuicios no fundamentados en la realidad y dan sustancia al pensamiento de los vástagos ideológicos de la llamada escuela austríaca de economía (Mises, Von Hayek y compañía), a la ciencia de Ayn Rand y de sus seguidores (como Alan Greenspan) y al monetarismo de los Chicago Boys (Milton Friedman y compañía, bien conocidos en Chile).
Esta es la versión de la derecha política moderna: la administración de turno desde 1985 en nuestra tierra (a pesar de que algunos gobiernos venían disfrazados de socialdemocracias, como los de Cerezo, Portillo y Colom).
Pregunto: ¿qué se ha logrado?
¿Por qué repite todo el establishment exactamente los mismos argumentos a pesar de su fracaso comprobado en el aumento de la desigualdad social y económica? ¿Por qué insistir en un ideario liberal tan poco liberal, que vende democracias de baja calidad?
¿Será prudente considerar cosmovisiones alternativas? ¿Charlamos de ello?[1]
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[1] Que conste que este texto no trata sobre las hidroeléctricas como tal. Ese es un lindo tema para tratar en otra ocasión.
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