Fácil sería decir que el actual gobierno es de derecha y que su único interés es permitir que la acumulación de capital de parte de los dueños de este se produzca sin mayores cortapisas y en beneficio de los que más tienen. Pero eso lo han hecho, mal que bien, y con más o menos énfasis, todos los gobiernos en los últimos 60 años. La identidad particular hay que encontrarla, entonces, en los hechos y logros significativos obtenidos en aquellos asuntos que fueron su propuesta básica y difundida cuando salieron a captar votos.
El Partido Patriota ofreció un gobierno que diera a todos los ciudadanos seguridad en todo lugar y a toda hora, pero en este asunto sus acciones han sido dispersas, desordenadas y sin mayores resultados. Lo apostaron todo a la militarización, pero tanto en la seguridad como en el control aduanero, por ejemplo, resultó un rotundo fracaso. Se vendieron como los enemigos acérrrimos de cualquier acto de corrupción y resultaron no solo rodeados de corruptos, sino salpicados de muy sólidas sospechas. El gobernante no ha sido capaz de cumplir varias de sus afirmaciones, y sus aclaraciones muchas veces han resultado falsedades. Si la firmeza y la decisión eran las palabras que lo identificaban en sus dos campañas electorales, hoy ambigüedad, falsedad y corrupción pueden ser las características de su gobierno.
Es por ello que el quinteto que al final de cuentas constituyó su propuesta de candidatos a la Vicepresidencia para sustituir a su compañera de campaña era una ensalada de tendencias y características. No presentó al Congreso de la República un grupo de personas del que se pueda decir que constituían su interés por resolver algunos de los problemas más acuciantes de su gobierno, mucho menos una lista de ciudadanos con los que pensara darle aire a su más que devaluada legitimidad. La sociedad esperaba una lista de personas no comprometidas con su visión y estilo de gobierno, pues estos son los que han hecho insoportable su gestión a la vista de las clases medias, fuente de muchos de sus votos.
Pero si en la primera lista aparecieron políticos que, más que actores independientes, durante estos más de tres años han sido simples vasallos del gobernante, a los dos que luego surgieron para completar la lista no se les puede considerar promotores efectivos del proyecto de unidad nacional que el país tanto necesita. Como si estuviera a inicios de su gobierno, el presidente buscó, particularmente en la primera lista, a alguien que le sirviera de parapeto para ocultar sus errores y deficiencias, como parece que fue la función de la señora Baldetti hasta antes de su renuncia.
Ni la señora Camacho ni los señores Zapata y Contreras poseen ejecutorias que en los últimos años los identifique como actores independientes o al menos como representantes de sectores sociales ajenos a los grupos que durante este período de gobierno se han servido del poder para sus propios beneficios. Su fidelidad y su complacencia ante las acciones de la pareja gobernante han sido más que evidentes. No había en esa lista, en consecuencia, un atisbo de autocrítica que permitiera identificar una ruta que llevara a corregir las múltiples equivocaciones cometidas.
Pero si los diputados de la franquicia electoral en el Gobierno, como sus supuestos opositores mayoritarios, declaraban públicamente que votarían por los tres, dejando implícito así que la decisión final correría por cuenta de los otros grupos parlamentarios, los voceros del grupo Líder, por su parte, se declaraban a favor de la señora Camacho, cuyos principales asesores son ya candidatos a diputados por esa franquicia electoral. De ese modo, la alianza Patriota-Líder seguía siendo evidente, con Zapata y Contreras como simples comparsas en el baile.
Pero un supuesto error en la inclusión del ministro Contreras en la lista complicó la jugada, y el presidente tuvo que removerlo. El sustituto resultó ser un diputado de larga trayectoria, con pasos por el PR y la UCN cuando fue constituyente e inauguró su personal transfuguismo, en el que más que la ideología o la propuesta política han importado su supervivencia y su enriquecimiento personal. Hombre de la embajada americana por algún tiempo, ha bailado en los últimos 12 años de la GANA de Berger al PP de Pérez Molina. Para nada un hombre que responda a las exigencias de transparencia y honestidad que la población ha estado exigiendo.
Pero, extrañamente, este hábil negociador entre los suyos decidió bajarse del carro a las pocas horas de su aceptación, con lo cual se llenó de sospechas el proceso, pues para el día siguiente era sustituido por quien al final de cuentas resultó seleccionado: el abogado Alejandro Maldonado Aguirre, hasta entonces en su tercer período como miembro de la Corte de Constitucionalidad.
Al votar solo por el seleccionado, los diputados oficialistas y sus aliados (PP-Líder) no respetaron sus promesas. Además, el presidente perdió la oportunidad de ofrecer a la ciudadanía una propuesta claramente independiente que le permitiera recuperar algo de su legitimidad. Los vasallos resultaron más que evidenciados. Y con un escenario así, la crítica y la demanda de su renuncia puede que continúen y se incrementen. De cómo los distintos grupos del poder económico se alineen a favor o en contra de esa exigencia ciudadana dependerá su futuro político, como ya parece que se alinearon para imponer al señor Maldonado Aguirre en la Vicepresidencia.
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