Dalton: Correspondencia clandestina (tercera parte)
Dalton: Correspondencia clandestina (tercera parte)
Esta es la tercera parte del ensayo titulado Dalton: correspondencia clandestina (1973-1975). En esta entrega el escritor salvadoreño narra los aspectos relativos a la vida sentimental del poeta durante los dos últimos años de su vida.
La última relación sentimental de Dalton antes de entrar a la clandestinidad fue con la actriz cubana Miriam Lezcano. Ella era ocho años menor que el poeta: una pelirroja a la que éste llamaba cariñosamente en sus cartas mi “cabecita de fósforo” y también “culo blanco”. Se conocieron alrededor de 1967, cuando Dalton aún vivía en Praga y realizó uno de sus viajes a La Habana[1]; pero su relación sentimental se estableció formalmente unos años más tarde. Juntos trabajaron varios textos dramáticos que ella llevó a las tablas y otros que se quedaron en proyecto. Pese a su fama de mujeriego, Dalton parecía comprometido a fondo con la relación. En la carta a su madre del 15 de agosto de 1973 ―la misma en la que le da cuenta del divorcio de Aída―, le confiesa: “tengo relaciones con una muchacha desde hace algún tiempo. Iniciamos una relación muy libre, de compañeros, pero luego la cosa se alargó y nos encariñamos y se ha planteado la posibilidad de casarnos. A ver qué piensa ella cuando yo vuelva ya que este año apenas hemos estado juntos un mes, pues desde que volví de Chile apenas pasó más de un mes y volví a salir esta vez para largo. Ella es directora de teatro y profesora de la escuela de Arte y hemos trabajado juntos en escribir espectáculos de gran éxito, nos entendemos muy bien e incluso es gran amiga de los niños y de Aída”.
Dalton había salido “para largo” desde finales de abril de 1973, cuando fue enclaustrado en un centro de adiestramiento en Cuba e hizo creer a su entorno que había viajado a Vietnam. A partir de esas fechas le escribió a Miriam al menos diez extensas cartas que muestran una relación intensa y tormentosa, pero que sobre todo revelan que ella no era la depositaria de la confianza última del poeta, que una cosa era la pasión amorosa que sentía hacia ella y el compartir planes y esfuerzos literarios, y otra cosa muy distinta era hacerla partícipe de sus planes políticos secretos. Aunque Dalton permanecía en Cuba, quizá a pocos kilómetros de su amante, las cartas están escritas como si Dalton estuviera de viaje en Vietnam, con detalles de su labor en el sudeste asiático, solicitudes similares a las que enviaba a Aída (copia y envío de materiales a editores) y comentarios sobre la situación política, en especial luego del golpe de Estado contra Allende en Chile.
Los textos constituyen un desconcertante ejercicio de ficción o un ejemplo de cómo la verdad puede ser retorcida y deformada una vez que es puesta bajo la servidumbre de la política. En la primera carta, por ejemplo, fechada en Moscú el 25 de abril de 1973 y que consta de siete páginas manuscritas, le dice que ha llegado a la capital rusa “vestido de verano occidental en medio de un frío que todavía es fuerte”, que no se ha resfriado porque tuvo “vodka a mano, por cierto el único en esta temporadita soviética”, y que “luego todo fue mejor porque los amigos me abrigaron y, quien más quien menos, me agasajaron y llevaron a restaurantes y teatros”; en esa misma carta, dice que aún no tiene máquina de escribir, pero que “desde que subí al avión empecé a joder con lo de mi máquina y los compañeros vietnamitas me han dado la razón”. En la segunda carta, fechada el 16 de mayo, asegura que ya está en Vietnam, le detalla que su itinerario fue Santiago de Chile, Río de Janeiro, Rabat, Argel, Moscú y Pekín, donde “las fiestas del Primero de Mayo me trabaron” y “recién pude salir el 8 por la noche”; en otro alarde de fantasía, narra que ha visto “estallar una bomba norteamericana como a diez kilómetros de la ciudad, pero me explicaron que ese no era un bombardeo, sino que un avión pirata solitario, provocador, etc., o sea que “no valía”, digo yo, pero el bombazo fue del tamaño de la catedral y el ruido para qué te cuento”. En la siguiente carta, del 7 de junio, le anuncia que “hay la posibilidad de que pueda ir al [Vietnam del] Sur el próximo mes, si puedo convencer a quien corresponde de que ir por nuestros propios riesgos no es nada del otro mundo”. Y en la carta del 27 de junio, le dice: “estoy seguro de que la poesía sobre Vietnam la escribiré en Cuba, cuando hayan madurado más las impresiones”. Una de esas impresiones, relatada en la carta del 14 de agosto, es haber visto un tifón: “Es un encanto para filmarlo, pero cuando viene encima de ti es del carajo. Es un ciclón que se ve. Tremendo”. En la siguientes carta inventa salidas de Hanoi, invitaciones a Corea del Norte, y en cada una anuncia su inminente (aunque siempre pospuesto) regreso a Cuba a través de Moscú.
Mientras enviaba sus cartas “vietnamitas” a Miriam, Dalton siguió contando con Aída como su confidente y, tal parece, como el único canal para hacerle llegar la correspondencia a la actriz[2]. Esta situación generaba a veces reacciones de inseguridad en Miriam, reacciones que le tocaba enfrentar a Aída. Impresionan los comentarios de Dalton a tales reacciones, como el que está en la carta enviada a Aída el 24 de junio de 1973: “La Miriam siempre como muchachita. ¿No se le puede ocurrir que los libros iban en un paquete y la carta en otro, que se atrasó? Eso es lo que más le ha hecho daño en su vida: estalla en un segundo y hace cualquier cosa sin pensar y luego vienen los ayes. Así son las pelirrojas, dicen. Me mandó una carta furiosa que le va a costar su bandeada (regaño)”. En la carta que Dalton le envía tres días más tarde (el 27 de junio) a Miriam no hay tal bandeada sino el arrullo, las explicaciones del amante solícito y un guiño que quiere ser severo: “debes hacerme olvidar esa horrenda carta que paso a destruir de inmediato”.
En la misma carta del 24 de junio, Dalton le hace una petición a Aída: “Me dice la Miriam que el día 10 de julio estrenarán la obra. Averiguá con anticipación cuándo es que la van a poner por televisión para tratar de verla por medio de los compañeros”. Existe una burla implícita en esta situación triangular, y también el placer que conlleva toda burla, en este caso el placer de traicionar al ser querido, no en lo que respecta a la carne, sino a la confianza última, y la única con quien se puede cometer impunemente esa traición es con aquella que ya fue traicionada varias veces. Claro, para Dalton y para el mundo que le rodea, todo es justificable por la revolución.
¿Dalton decidió dejar a Miriam fuera del secreto de que no estaba en Vietnam sino encerrado en Cuba en espera de viajar a El Salvador, o la decisión fue tomada por la inteligencia cubana y el ERP? Lo más probable es que todos hayan estado de acuerdo en que mantenerla en el engaño era lo conveniente, más allá de consideraciones sobre su fiabilidad política, porque el hecho de que ella, su pareja sentimental, una actriz muy conocida en el mundillo del arte, permaneciera engañada, le daba mucha más solidez a la estratagema de que Dalton estaba en Vietnam.
Pero las cartas de Dalton a Miriam, hasta la fechada el 5 de octubre, fueron escritas cuando el poeta aún estaba en esa “larga espera” de siete meses en Cuba; su clandestinaje, el de verdad, en el que perdió la vida, comenzaría en diciembre, y a partir de este momento la presencia de Miriam se diluye y sólo sabremos de ella a través de la correspondencia con Aída.
En su primera carta a Ana (Aída), del 11 de diciembre de 1973, Miguel (Roque) le dice: “A Mónica reitérale mi cariño, dile que estoy bien y que este fin de mes recibirá carta mía”. En la segunda carta, manuscrita con el tono de la urgencia, como si la memoria lo hubiese traicionado, le advierte a Ana: “cuando te escriba las menciones y cosas para mi amiga serán para “Mónica””. Y agrega: “Te mando una cajita de madera que quiero que se la pases a Mónica. Allí van unas letras para ella también”. No existen unas “letras” para Mónica, fechadas a principios de diciembre, en los archivos consultados. Lo que existe es una última carta para la amada, que Miguel envía a través de Ana: “A la par te mando una cartita para Mónica, que tan fina ha sido con nosotros y si no puedo mandarle un recuerdito, tal vez por medio de mi señora eso pueda hacerse”. Está fechada el 29 de diciembre de 1973, un día después de la de Ana, y ya contiene el tono impersonal
del militante clandestino:
Estimada Mónica:
Por este medio tengo el gusto de saludarla y desearle ventura y felicidad en Navidad y Año Nuevo.
No he podido escribirle antes por mi salud aún deteriorada y por el exceso de trabajo que siempre es normal en el último mes del año.
El recuerdo de sus finezas conmigo me acompaña y me estimula. Tenga la seguridad de que mis sentimientos siguen siendo los mismos y sólo pido a Dios que me conserve las fuerzas y la salud para poder
volver a saludarla personalmente en un tiempo no muy largo.
Espero que sus proyectos de trabajo se vayan cumpliendo de acuerdo a lo que siempre nos hizo esperar su capacidad.
Me propongo escribirle más largo en los próximos días y me dispensará la brevedad de esta carta, pero aunque sea unas letras quise ponerle con motivo de las festividades. Asimismo voy a pedirle entonces algunos favores que ya le explicaré después.
(…)
Cuídese mucho, trabaje mucho y reciba los mejores recuerdos de este amigo suyo que tanto la admira.
Escrita a máquina, la firma es una “M” de Miguel garabateada con un trazo parecido a la “R” de Roque. Ahora bien, no había manera de que le entregaran esa carta a Miriam sin antes explicarle el por qué de los términos en que está escrita, lo que implicaba revelarle que Dalton estaba en el clandestinaje en El Salvador (o “en una misión que no le podemos revelar, compañera”, en el lenguaje de la época). Pero, ¿no estaremos ante otro juego de espejos típico del mundo retorcido de la inteligencia, en el que la actriz sólo interpretaba el papel que le habían asignado Dalton y sus jefes, y en verdad ella siempre supo de sus andanzas?
Cinco meses después, en su carta a Ana del 22 de mayo de 1974, Miguel limita su recuerdo de Mónica a dos renglones: “Espero habrás recibido carta anterior en que te adjuntaba también una nota para Mónica. Espero que no habrá problemas por ahí”. No, no había problemas, pero tampoco había nada más de la vieja relación. Le dice Ana en su respuesta de junio: “De Mónica no sé decirte mucho, pues ella hace mucho tiempo que se ha ausentado de casa y de vez en cuando me llama por teléfono preguntando por ti y contándome que tiene mucho trabajo. Yo creo que ella ya se resignó y está comenzando a hacer su nueva vida. Mi opinión como te dije en mi última y primera carta es de que le pongas fin a este caso”.
En las dos siguientes cartas de Miguel, la del 10 de agosto desde San Salvador y la del 29 de agosto desde México, Mónica simple y sencillamente ha desaparecido; el corazón de Dalton andaba ya por otros rumbos, su “cabecita de fósforo” era cosa del pasado. Y es Ana quien se la recuerda en su respuesta de septiembre: “De Mónica te diré que le ha salido una beca para la URSS por cinco años, eso dice que la aterra mucho pues es largo el tiempo, pero que lo más cree es que la va a aceptar y trataría ella de acortarla un poco; de vez en cuando me llama preguntando si hay noticias de ti, yo le regalé un ejemplar de los cuatro primeros que Arnaldo le trajo”[3].
Dalton no volverá a mencionar a Miriam.
La razón por la cual Dalton se olvida de Miriam a partir de mayo es muy sencilla: en su vida clandestina ha comenzado una nueva relación sentimental con una compañera de lucha, Lil Milagro Ramírez, una de las fundadoras del ERP, once años menor que Dalton y también poeta[4]. Dalton no le escribirá a Miriam para comunicarle el fin de la relación, sino que lo hará a su confidente, Aída, en la carta del 18 de septiembre de 1973, enviada desde México. Le cuenta Miguel a Ana: “En lo personal también me ha ido bien. No estoy solo sino que estoy con una muchacha, precisamente aquella con quien hacíamos bromas en el sentido de que iba a ser mi mujer, etc. No comentes esto, por razones de seguridad. Es una buena compañera, muy firme, abnegada, etc., y me lleva más bien corto. Te lo cuento para que estés tranquila en el sentido de que tengo cerca gente que me quiere y se preocupa por mí. No es que uno siga siendo un niño pero esto es importante. Ella fue muy comprensiva en el caso de Rita, Mireya y tú y te tiene simpatía y aprecio. Un día de estos a lo mejor cae por allí y la conoces. Mi mamá ya sabe que estoy con alguien pero no sabe con quién, así que no comentes en derredor del nombre, aunque puedes tranquilizar a la señora en el sentido de que todo está bien así”.
De nuevo la confesión a la madre y a la ex esposa, las dos mujeres de su vida, pese a sus múltiples amoríos; de nuevo la confesión a ambas por encima de las estrictas reglas de la clandestinidad: la compartimentación y el silencio. Siempre les ha contado a ellas su vida íntima, emocional, y vuelve a hacerlo una vez fuera de la catacumba salvadoreña. La complicidad con Aída es tal que sólo necesita una referencia, una alusión (“precisamente aquella con quien hacíamos bromas en el sentido de que iba a ser mi mujer”), para que ella entienda de quién se trata. La necesidad de expresar, de contar, de revelar, vuelve a ser la misma una vez que Dalton está en México; el poeta despierta, habla de nuevo, como si perdiera el bozal al que lo obliga la clandestinidad en El Salvador: no más lenguaje en clave, aséptico, sino su voz de antes, intensa, estentórea. Recuperar al poeta, empero, conlleva recuperar su temperamento, sus pasiones, todo aquello que había domesticado, mantenido bajo control, durante su periodo preparatorio en Cuba y durante los nueve meses de clandestinaje.
Y ahí tenemos otra vez a Dalton enredado en las viejas pasiones, como si su nueva vida de militante clandestino no hubiese hecho mella en él. Y se lo cuenta a Aída, con pelos y señales, en esa misma carta del 18 de septiembre: “Claro la relación (con su nueva compañera en El Salvador, Lil Milagro) ahora se enfrenta a su primer gran peligro porque en este viaje me encontré, por pura casualidad, pero en forma que era imposible soslayar, con la B. Hazel. Y ya te imaginás: otra vez el impacto y la onda emocional que a vos te tocó sufrir. Claro que ya no peló los ojos mirando al techo, pero reconozco que si no resuelvo este problema, voy (o vamos, ya que la Hazel tiene su compañía también) a seguir jodiendo gente inocente. Si ver cara a cara mi problema con esta niña en las posibilidades nuevas, implica joder cosas serias y trascendentes, voy a escoger lo serio y que se acabe el sueño y el mito. Ahora bien, si resulta que esta es la ocasión que me destinaba la vida para estar en serio (aunque sea dos meses) con dicha niña, quiero ya dejar de jugar y afrontar las responsabilidades, etc.”.
Quiere “dejar de jugar”, dice. Ha establecido una relación sentimental seria con una dirigente del ERP, ha llegado a la Ciudad de México en una misión política en la que debe mantener una rigurosa clandestinidad ―sabe que en esa ciudad opera la CIA, que la inteligencia mexicana mantiene contactos con el ejército salvadoreño―, y a las primeras de cambio, al solo llegar, lo que hace es involucrarse en una relación pasional con una ex amante, volver a las viejas andadas del poeta mujeriego. Y por si eso fuera poco, se lo cuenta con detalles explícitos a su ex esposa en una carta que envía, a través de su enlace cubano (quien sin ninguna duda leía su correspondencia), de México a La Habana.
Pero la confesión del poeta atormentado por la pasión amorosa reencontrada no termina ahí: sabe que le hará daño a su compañera que lo espera en El Salvador, como se lo hizo a Aída tiempo atrás. Y ni eso lo detiene: “A mi compa le va a tocar dura la cosa pero peor es prolongar una situación en que al final de los años tenga que hacerle un daño peor, como te lo hice a ti. Como comprenderás este es el momento de la confusión sentimental y hay que dejar que pase un poco el tiempo para ver las cosas con ecuanimidad”.
“Genio y figura, hasta la sepultura”, dice el refrán. La cirugía facial pudo cambiar levemente la figura de Dalton, pero no su genio de poeta apasionado y controversial, ni su matriz católica que lo llevaba a confesar y luego a buscar la absolución de su oyente, en este caso de su principal víctima amorosa, Aída, Ana, a quien asegura: “Pero cualquiera que sea la decisión te juro que será ya para terminar con las veleidades y las boberías”. ¿Por qué jura ante Aída, si ya están divorciados y cada quien tiene otra pareja con la que convive? No habrá más boberías de este tipo, le está diciendo, como en otras ocasiones le habrá dicho que esa era la última cerveza, la última copa, el último affaire. ¿Por qué? Y también necesita ser absuelto por la revolución, ante la que debe justificarse: “En todo caso, la B. Hazel nos ayudará en el trabajo (previa consulta con la familia[5] a mi regreso) pues tiene condiciones excelentes para ello. Por ahora creo que sirve como conecte a nivel personal, de una manera muy eficaz”. La hechura de Dalton es tal que, sin transición, en el mismo párrafo, pasa de lo ventajoso que podría resultar para la causa revolucionaria su contacto con Hazel al utilitarismo que es un componente principal de sus relaciones amorosas; necesita que sus amantes sean también sus secretarias, sus mensajeras: “Precisamente quiero que sea a ella a quien le envíes la copia de la novela para que ella la tramite aquí. O sea que tú sacas la copia cuidadosa de la novela, la confrontas, corriges errores y luego la mandas por la vía de Guido para que ellos la pongan en el correo aquí a la dirección de la B. Hazel. O sea Ave. Universidad 1900, Edificio 29, apt 502, México DF. Si no tengo medio de comprarte cosas, por medio de ella te las enviaré”. Es la hechura del hijo único, ilegítimo, consentido en extremo por su madre y su asistenta (La Pille), acostumbrado a que sus amores (siempre Aída, por unos años Miriam, ahora la B. Hazel) le sirvan, le resuelvan la parte práctica de su oficio literario, acostumbrado a triangular entre ellas; es su hechura, la que se llevó hasta la sepultura.
Breni Hazel Cuenca Saravia es hija del connotado dirigente comunista salvadoreño Abel Cuenca, quién participó en la insurrección de 1932 y vivió muchos años asilado en México. Breni estudio cine y también ciencias políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); desempeñó labores académicas tanto en México como en El Salvador; en este último país, ocupó, por un breve periodo, el cargo de Secretaria de Cultura del gobierno salvadoreño en 2009. A principios de agosto de 2013, la contacté vía telefónica para que me diera su versión de los hechos relatados por Dalton en la carta del 18 de septiembre de 1974. Este es su relato:
Se encontraron por casualidad, de súbito, frente a frente, en un pasillo de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Ella tuvo un momento de duda: el hombre era más delgado, vestía traje formal y había algo diferente en su rostro (una nariz distinta); él no tuvo ninguna duda. Los abrazos, el regocijo, el asombro del reencuentro. Tenían seis años de no verse. Ella estudiaba cine y estaba preparándose para ingresar a una maestría en ciencias políticas; él había ido a visitar a un profesor del cual ella ahora no recuerda el nombre. Desde ese momento no dejaron de verse. Él estaba alojado en el hotel Roosevelt, en la esquina de Insurgentes y Yucatán, en la colonia Condesa; ella vivía con su pareja de entonces, y con el pequeño hijo de su anterior relación. Se veían furtivamente en la habitación del hotel. Ella le robaba tiempo al tiempo: su hijo, su pareja, los estudios de cine, los preparativos para ingresar a la maestría; él tenía sus propias rutas clandestinas, de conspirador político, que no compartía con ella. Pero hacían salidas juntos, en especial a librerías como la Gandhi, donde él siempre buscaba algún libro de su autoría en el que hubiera algún poema dedicado a ella, libro que difícilmente encontraba. Breni no recuerda cuántos días estuvieron sosteniendo sus encuentros en el hotel Roosevelt. Pero la suerte pronto volvió a jugar a favor de ellos. Una amiga íntima de Breni, Patricia M., chilena exiliada, vivía en un apartamento en la calle San Lorenzo, en la colonia Del Valle; una vecina del piso superior había salido de viaje y había dejado el apartamento al cuidado de Patricia. Los amantes se trasladaron a éste y ahí permanecieron, en esa cueva de amor, hasta que él regresó a El Salvador. ¿Cuánto tiempo permaneció Dalton en México?, le pregunto a Breni (su primera carta a Ana desde esa ciudad está fechada el 28 de agosto y la segunda el 18 de septiembre). Por lo menos un mes, si no mes y medio, me dice. ¿Lo acompañaste a visitar a alguien?, inquiero. Me dice que no, que ella estaba rebasada por sus múltiples ocupaciones, pero que en una ocasión sí, fueron a cenar a la casa de un cineasta amigo de Dalton, del que ahora ella no recuerda el nombre ―o no quiere decírmelo―. Y hay otra anécdota: una vez bajaron al apartamento de Patricia, donde ésta departía con un amigo, el político comunista y académico haitiano Gerard Pierre Charles, ante quien Dalton se presentó como agente internacional de una firma comercial, que esa era su cobertura y así se comportaba. Charles quedó impresionado por el hecho de que un agente comercial tuviera tantos conocimientos, y nunca sospechó de quién se trataba. Pero Dalton y Breni hicieron otras cosas juntos, en especial con el hijo de ella, de tres años de edad, a quien él trataba de ganarse. ¿Bebió Dalton en esa estadía como solía beber antes, liberado al menos por unas semanas del puritanismo clandestino, o se mantuvo abstemio, bajo control? Breni dice que no, que en las dos ocasiones en que estuvieron en reuniones sociales ―con el cineasta y con Charles―, Dalton bebió nada más un par de copas; parecía muy tranquilo, sin ansiedades. ¿Hablaron de los problemas internos del ERP, de sus preocupaciones políticas? No descompartimentó nada con ella, aunque aceptó que había problemas, “broncas normales”, que se debían más a cuestiones de personalidad, pero “nunca, nunca” que las cosas pudieran terminar como terminaron. ¿Hicieron planes para el futuro? El plan era “vivir juntos profundamente felices”: él se comprometió a hablar con Lil, a quien “quería y respetaba”, para plantearle la situación; Breni se separó de su pareja mexicana y se quedó esperándolo, segura de que “en cualquier momento aparecería”. Ella lo llevó al aeropuerto de la Ciudad de México. Su último recuerdo es cuando iban subiendo las escaleras eléctricas hacia la entrada a migración: Dalton vestía una chaqueta crema, con el porte del representante empresarial acostumbrado a viajar; iba sereno, seguro. Después de eso ella no recibió carta alguna, sino mensajes manuscritos que en varias ocasiones le llevó a su casa una correo del ERP, hasta que siete meses más tarde llegó la noticia de su asesinato.
No hay nada más de la vida sentimental de Dalton en las dos últimas cartas que envió a Aída desde San Salvador. No sabemos si le confesó a Lil Milagro su affaire con Breni, ni qué reacciones pudo haber de parte de aquella. Lo que sí revelan las cartas es que su relación amorosa en El Salvador continuó. En la parte final de la carta del 23 de diciembre de 1974, una especie de apéndice dirigido a sus hijos, les dice: “mi compañera (…) les envía abrazos y besos amistosos y cariñosos”. Y en la carta del 5 de enero de 1975, vuelve a su vieja preocupación, y le pide a Ana que no le vaya a revelar por nada del mundo a María, quien se disponía a viajar a La Habana, el nombre de Lil Milagro: “Ahora quisiera decirte que por razones bien prácticas te pido no hablar con ella (mi señora) en términos concretos acerca de mi situación matrimonial, que ella conoce sólo en términos más generales, y no es necesario que sepa más o sea detalles sobre nombres y señales, etc.”.
A Dalton lo capturaron el 17 de abril de 1975 en la casa donde vivía con Lil Milagro. Ahí lo mantuvieron preso varios días, luego lo llevaron a otra casa de seguridad donde lo asesinaron el 10 de mayo. Lil Milagro escapó de la casa y, junto a un grupo de militantes, se escindieron del ERP y fundaron la Resistencia Nacional (RN). Dieciocho meses más tarde, la madrugada del 17 de noviembre de 1976, Lil Milagro fue capturada por la Guardia Nacional; la mantuvieron en calidad de desaparecida, sometida a las torturas más escalofriantes[6], hasta que casi tres años más tarde, el 17 de octubre de 1979, dos días después del golpe de Estado que derrocó al régimen del general Romero, fue asesinada. Sus restos, como los de Dalton, no han sido encontrados.
Este texto se publicó originalmente en Iowa Literaria y Plaza Pública lo reproduce con la autorización del autor.
[1] Dalton visitó La Habana al menos en dos ocasiones durante su periodo praguense: en enero y en julio de 1967. En la primera ocasión viajó invitado por Casa de las Américas con el político y escritor guatemalteco José Manuel Fortuny, quien también vivía en Praga y trabajaba en la Revista Internacional (Carta a Aída, 3 de enero de 1967); en la segunda ocasión participó en la primera reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad con los Pueblos (OLAS), y tuvo un encontronazo con la delegación del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) en torno a la viabilidad de la lucha armada. Ver Geovani Galeas: “Dalton versus los comunistas”, La Prensa Gráfica, 1 de mayo 2012.http://www.laprensagrafica.com/opinion/editorial/260667-dalton-versus-los-comunistas
[2] En el archivo de la familia Dalton hay copias de los sobres con la dirección del apartamento de Aída en La Habana, en los que se incluía la correspondencia para Miriam. "Las cartas que vayas haciéndome entrégalas a Aída lo más pronto porque no hay fecha fija de salida del correo para acá", carta a Miriam Lezcano, 16 de mayo de 1973.
[3] Miriam Lezcano Brito estudió en el Instituto de Arte de Moscú de 1975 a 1979, donde se graduó de master en dirección teatral. Se casó con el dramaturgo cubano Alberto Pedro Torriente.http://www.ecured.cu/index.php/Miriam_Lezcano
[4] Existe una tesis de post-grado sobre la vida de Lil Milagro Ramírez, titulada The Making of a RevolutionaryIntellectual in El Salvador, escrita por Ryan Hightower Wilson (Northern Arizona University, 2007).http://www.mountainmates.com/pages/Professional/ryan-thesis.html
[5] Entiéndase ERP.
[6] Ver Las cárceles clandestinas. Ana Guadalupe Martínez. UCA Editores, San Salvador, 1992. 456 pp.
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