Esto ya lo hicieron en el año 2000, en la Cumbre del Milenio, origen de la Declaración del milenio, que definió para casi dos décadas un conjunto de objetivos y metas de desarrollo en cuyo cumplimiento se comprometieron a participar activamente todos los gobernantes del mundo, incluyendo el de Guatemala.
La igualdad de género ocupó un espacio importante en la declaración del año 2000, en la que se reconoció la importancia y el rol fundamental de la lucha por la igualdad para alcanzar un mejor acceso a salud y educación, erradicar la pobreza, tener un ambiente sano, etc. Ahora bien, en la nueva declaración de la próxima cumbre de las Naciones Unidas se asigna un objetivo concreto: lograr igualdad de género mediante el empoderamiento de las mujeres y las niñas.
Sin embargo, en una sociedad patriarcal-capitalista como en la que vivimos, todas las personas, y en especial los cuerpos de las mujeres, son explotados y tratados como objetos sexuales o como botín de guerra. Puesto que dentro de este sistema nuestros cuerpos se constituyen en parte de la propiedad privada de su dueño (el capital, la empresa, la sociedad, el presidente, el policía, el marido, el pastor de la iglesia, el sacerdote), nuestros cuerpos y nuestra condición de mujeres han sido reducidos a máquinas reproductivas de la mano de obra que producirá el capital.
Dentro de esa lógica patriarcal-capitalista es comprensible, y no por eso menos trágico, que el compromiso asumido por los Estados hace 15 años en materia de lograr igualdad y equidad de género siga en números rojos. (Igual que lo que ocurre con la meta de lograr un ambiente sano, con la cual, en lugar de reducir la contaminación, vamos rumbo a una catástrofe ambiental irreversible).
Las cifras de femicidios, de mortandad materna, de violaciones sexuales y de desnutrición de las niñas, la incapacidad de implementar modelos sensatos de acceso a la salud sexual y reproductiva, la pobre oferta en educación, la ausencia de empleo o la existencia de este en condiciones precarias y mal remuneradas y la baja participación política efectiva siguen siendo muestra de lo poco que les importa a los Estados la vida de las mujeres.
Según datos del Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva, durante el año 2014, en Guatemala se reportaron 5 100 embarazos en niñas de entre 10 y 14 años. Esto ocurre aun existiendo una ley contra la violencia sexual, la explotación y la trata de personas. Ocurre a pesar de que Guatemala ha ratificado múltiples convenios en materia de derechos de la niñez y la adolescencia y de haber puesto en vigor, desde hace siete años, la Ley contra el Femicidio y Otras Formas de Violencia contra la Mujer.
El camino para cambiar el imaginario social machista, que justifica uniones tempranas o violaciones sexuales, va más allá de lo legal. La ruta para frenar todo esto requiere de esfuerzos coordinados y sostenidos a todo nivel, de cambios de paradigmas, de no buscar la igualdad por la igualdad. Toca reconocer todas las diversidades. Esto, para educar y construir una sociedad no homogeneizadora que respete las diferencias ya sean étnicas, culturales o sexuales. Nos urge construir movimientos que aspiren a transformar las relaciones de poder actuales.
Desde la crítica feminista se ha entendido que la igualdad es un término que congela y que por sí solo no es suficiente. La aspiración es a transformar el modelo entero, pues los hombres tampoco viven una situación ideal. Los hombres también deben ser liberados, ya que son sujetos de un proceso de explotación capitalista. Como bien enuncia Silvia Federicci: «Si solo luchamos por la igualdad, las mujeres queremos la misma explotación capitalista que sufren los hombres». Por eso es preciso comprender que la lucha feminista va en el sentido de que nadie debe ser explotado como mano de obra barata o enlistado en los ejércitos de los poderosos. Significa tener una actitud emancipadora y liberadora.
¿Qué podemos esperar de cara a la ratificación de estos enunciados mundiales en la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible en Guatemala? No podemos esperar muchos cambios. Mientras la matriz extractiva que atenta contra los cuerpos y los territorios siga intacta, mientras el arreglo político vigente siga fomentando las violaciones a los derechos humanos y castigando a quien defiende la vida, las mujeres nadamos contra corriente.
Guatemala vive un momento electoral. A la fecha, ya se han elegido poderes locales y diputados, las redes que por años han vivido de la corrupción en el Estado se han reelecto en muchos lugares y vamos rumbo a la segunda vuelta, en la cual Jimmy Morales se perfila como candidato favorito para ocupar la presidencia del país. Él, que con su discurso irrespeta la laicidad del Estado, que se ha posicionado contra el aborto y que es abiertamente homofóbico y racista, tiene la simpatía de un gran sector de la población, que tras un discurso bastante machista descalifica a la otra contendiente, Sandra Torres. Ella, aun siendo mujer, tampoco representa un desafío al statu quo. En Guatemala se teme a los cambios. La población prefiere mantener el orden actual de cosas que salir a luchar por un nuevo pacto político y construir nuevos modelos económicos.
Sin la voluntad y la capacidad política de los miembros de un gobierno y sin una sociedad dispuesta al cambio, las listas de buenas voluntades y los convenios internacionales seguirán empedrando nuestro camino al infierno.
Mientras tanto, las mujeres que nos declaramos feministas seguimos construyendo alternativas que buscan aumentar nuestra autonomía. Pero ojo, que la autonomía va más allá de no depender del salario del marido o del padre. Se trata de liberarnos de las ataduras de la dominación del capital en nuestras vidas.
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