No hay dudas de que la corrupción está inexorablemente entre nosotros: ¿quién de los que lee este texto no mintió, copió en un examen, sobornó a un policía, pagó “bajo de agua” para obtener un servicio, atravesó un semáforo en rojo, se echó una “canita al aire”, dejó de pagar un impuesto? Nadie, absolutamente nadie puede darse baños de pureza. Los diputados corruptos son gente que sale de las bases, de los 18 millones que habitan este territorio, no vienen de otro planeta.
¿Por qué dec...
No hay dudas de que la corrupción está inexorablemente entre nosotros: ¿quién de los que lee este texto no mintió, copió en un examen, sobornó a un policía, pagó “bajo de agua” para obtener un servicio, atravesó un semáforo en rojo, se echó una “canita al aire”, dejó de pagar un impuesto? Nadie, absolutamente nadie puede darse baños de pureza. Los diputados corruptos son gente que sale de las bases, de los 18 millones que habitan este territorio, no vienen de otro planeta.
¿Por qué decir todo esto? Porque la corrupción se ha entronizado a un nivel superlativo como el gran problema nacional: pero estamos mal (60% de la población en pobreza, desnutrición, analfabetismo, racismo, patriarcado) no por esa corrupción, sino por una estructura económico-social secular. Si el 0.001% de la población detenta casi el 60% de la riqueza nacional, ahí está la clave de nuestras penurias. La corrupción es el pastel de la guinda. Hay que cambiar el discurso que dice: “por culpa de los políticos corruptos estamos empobrecidos”. Esos políticos le “hacen los mandados” a los poderosos.
Ahora bien: el gobierno estadounidense, que no permite que cambie un milímetro la situación en su patio trasero (nosotros), hace lo imposible por mantener las cosas quietas. Para ello preparó a los militares latinoamericanos todo el siglo pasado para ser su garantía: las sangrientas dictaduras favorecían los “negocios”. Hoy ya no usa tanques de guerra: la supuesta lucha contra la corrupción es más funcional. En 2015 se probó esa estrategia en este país… y dio resultado. Ese método se usó luego donde más le interesaba: Brasil (Lula y Dilma a la cárcel) y Argentina (Cristina anulada legalmente).
Nadie dice que la lucha contra la corrupción no sea justa y necesaria; pero ahí no está la verdadera clave de nuestras penurias. ¿Por qué luego del 2015 Washington no se ocupó más de esta cruzada, permitiendo que se quitara a la CICIG que había apoyado anteriormente? En diciembre del 2019 los entonces ministro de Gobernación, Enrique Degenhart, y la canciller, Sandra Jovel, firmaron acuerdos con el presidente estadounidense Donald Trump. Nadie supo qué se acordó allí. Según filtraciones: el compromiso de Guatemala de apoyar a Washington en la ONU en relación a Taiwán e Israel. Eso explicaría por qué el gobierno norteamericano permitió las tropelías ya conocidas del Pacto de Corruptos.
Si con Jimmy Morales la corrupción fue descarada, con el actual gobierno llegó a niveles sin precedentes. Tanto, que comenzó a vengarse de todos los actores que denunciaron la corrupción, entre operadores de justicia y periodistas. El descaro y la impunidad fueron en aumento, a tal punto que consideraron que en las pasadas elecciones podrían colocar a alguien de confianza que siguiera garantizando la situación. Pero algo cambió. El voto hastiado de la población dijo que no a ese contubernio mafioso, buscando una bocanada de aire fresco.
Para la derecha conservadora que copó el Estado, eso es inadmisible; por eso ahora está trabando la segunda vuelta. Hasta Washington y el CACIF reaccionaron ante tanta desfachatez. El genio se salió de la lámpara. ¿Hasta dónde se atreverán a llegar? ¿Y la supuesta democracia?
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