«Son tiempos difíciles en el mundo civilizado, especialmente para los más ilustrados entre los ilustrados. En todas partes los menos educados votan y eligen presidente (o toman decisiones tipo brexit) por los más educados. El fenómeno se agrava en países menos civilizados, pero que cuentan con una élite ilustrada que no se resigna a que los analfabetos funcionales elijan gobierno.
»Los estadounidenses universitarios, por ejemplo, se preguntan: ¿es justo que nos gobierne alguien elegido por gente que no cree en el efecto inmunológico de las vacunas o en el efecto invernadero del C02?
»Obviamente no. Y entonces, ¿qué hacer?
»Una posibilidad que me sugirió un argentino antiperonista es exigir una escolaridad mínima para permitir el voto: secundaria cumplida (adivinen qué escolaridad tenía el que me dio esa idea). Sin embargo, eso ya no alcanza en el complejo mundo de hoy. ¡Al menos deberíamos exigir título universitario!
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»Pero ¿y los que tienen MBA? ¿Van a votar igual que un licenciado? No es justo, ¿verdad? Pues pongamos entonces una unidad-voto proporcional al número de años de escolaridad.
»¿Acaso son los años de escolaridad proporcionales al conocimiento del individuo?
»Los profesores universitarios dicen que no. Y proponen que solo los científicos voten, ya que un gobierno que toma decisiones puramente basadas en ciencia tiene 95 % de probabilidad de hacer lo correcto (P<0.05). En tal caso tiene total sentido que el valor del voto sea proporcional a la productividad científica.
»Podría ser proporcional al número de papers. Pero se presenta un problema: el peer review permite a los científicos ser réferis en papers de sus colegas (y viceversa), y el temible escenario de aceptar papers de dudosa calidad para aumentar las unidades-voto de colega-camarada es demasiado riesgoso no solo en las (mal llamadas) ciencias sociales, sino incluso en la (aparentemente superobjetiva) biología molecular.
»Permitir votos proporcionales al número de citas de los papers (o al índice H) promete eliminar cierta arbitrariedad, pero no de forma total. Porque la autocita continua y exhaustiva garantiza un índice H=N/2, donde N es el número de papers. ¡O sea que incluso la adopción del índice H puede caer en los vicios del conteo del número de papers! (Y daría ventaja a matemáticos en desmedro de los sociólogos, pues los matemáticos notarán dicha ecuación antes que los investigadores cualitativos). Queda descartada de plano la idea de permitir que los votos sean proporcionales al número de páginas publicadas. En ese caso, sociólogos, antropólogos y filósofos terminarían prevaleciendo electoralmente sobre los verdaderos investigadores.
»Abandonemos, pues, la idea de un voto sábana para cualquier investigador. Después de todo, sus ideas son demasiado teóricas para ser valiosas (esto me lo dijo un ingeniero en algo). Necesitamos algo mejor.
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»¿Qué puede estar altamente correlacionado con la preparación y el volumen general de conocimientos de un ser humano? ¡No! Es imposible tomar una prueba estandarizada al estilo GRE o SAT o cosa parecida (que hasta los estadounidenses más brutos pueden entrenarse para superar).
»¿Y si damos unidades-voto extra a aquellos que hablen varios idiomas? Muchos guatemaltecos de clase media pondrían el grito en el cielo. No solo eso pondría a compatriotas indígenas por encima de ellos, sino que, aun si solo se contaran los idiomas buenos (inglés, alemán, francés, etcétera), Martín Rodríguez Pellecer terminaría teniendo 10 veces más votos que Gloria Álvarez. Inaceptable.
»La solución final viene por el lado de la tan mentada especialización. Que cada quien vote por el cargo donde tenga conocimientos al respecto. Y que todos los cargos sean electivos.
»Maestros y profesores: que voten por el ministro de Educación.
»Ingenieros agrónomos: seleccionarán por voto universalmente agrícola al ministro de Agricultura.
»Cada médico tendrá 10 unidades-voto para elegir ministro de Salud (y las enfermeras, una unidad-voto).
»Y al ministro de Seguridad, ¿quién lo elige? ¿Los policías o los ladrones? Les dejo la duda.
»¿Abogados? Votan exclusivamente por fiscal general.
»¿Ingenieros? Ministro de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda.
»Ministro de Economía y Finanzas, elegido por voto de los economistas. Lisardo: un voto. Piketti: un voto. Samuelson: un voto. Lo justo es justo.
»¿Miembro fundador de CABI? Esos tres votos eligen al titular de la SAT.
»Profesionales de la música y la pintura (y otros vagos con título universitario) podrán votar por ministro de Cultura. Una cartera ignota y protocolar, pero que cumplirá el cometido de darles a estas personas de pelo largo y ropas hippies la satisfacción de haber votado por algo.
»Las elecciones al Congreso quedarán a cargo de politólogos solamente. Rosa Tock tendría los mismos votos que Gloria Álvarez, pero, bueno, no hay sistema perfecto.
»Y después vienen los que se reciben en esas carreras que no tienen sentido para las tías solteras: antropólogos, filósofos, licenciados en física, licenciados en diseño industrial, biólogos moleculares y otros. Para ellos crearemos el Ministerio de las Otras Cosas. Es que después de cuatro o cinco años de estudio merecen votar por algo (siempre y cuando ese algo no interfiera con decisiones importantes).
»Finalmente, los periodistas, especialmente los deportivos, votaremos por presidente. Porque de todo podemos opinar, y ustedes, los lectores, siempre nos creen.
»Cuando todo esto ocurra, habremos construido la verdadera sociedad de los más capa(ta)ces».
***
Biografía del doctor Roberto Garquetti. Es periodista deportivo graduado de la Universidad del Centro del Mundo (República Argentina). Obtuvo su doctorado en Ciencias de la Opinión en la Universidad de Lomas de La Lora (Uruguay). Ha publicado numerosos trabajos científicos en revistas de alto impacto como Journal of Mystical Science, Annals of Knowledge y Journal of Speculative and Subjective Research. Más de 50 000 trabajos publicados y 1 200 discípulos doctorales formados bajo su tutela perpetuarán el aporte al conocimiento del doctor Garquetti (si algún día muriera). En sus tiempos libres, el doctor Garquetti gusta compartir su abultada sapiencia en redes sociales con gente mucho menos formada que él y que nunca lo comprende.
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