A esta hora que la brisa comienza a llevarse el calor del día, cuando la lagartija que ha hecho su hogar bajo mi aire acondicionado sale a cazar insectos, es cuando el barrio se inunda de un olor a carne asada, a cosas cocinándose al carbón.
Yo, que almorcé tarde y no tengo para quien asar nada, me conformo con sentarme al fresco y disfrutar la única cerveza helada que me permito los fines de semana y días festivos.
Al teléfono está I. y no hace falta que me cuente que llueve. A pesar de la mala conexión se oye cómo cae el diluvio. La conexión es mala pues el internet y tantas otras cosas allá parecen tener una susceptibilidad a la lluvia, una susceptibilidad inconveniente en un sitio en el que llueve seis meses al año.
Acá no llueve desde enero, cuando nevó.
No llueve y la tierra se resquebraja después de que la riegas. Luego que el calor quemó mis tulipanes, sembré unos cachos de papa que resultaron en unas misteriosas matas y, luego metí chile pimiento y tomate, que prometen no retoñar en esa tierra abrasada por el calor.
Además tengo un arbusto que parecía muerto desde que llegué a esta casa hace más de un año y que lo único que necesitaba era agua para regalarme unas diminutas florecitas.
En cambio, allá, llueve. Cae la lluvia torrencial y yo me la imagino. Me la imagino formando esos ríos de agua chocolatosa en los que yo colocaba transatlánticos hechos con papel de cuaderno todas las tardes de junio durante mis años en la escuela primaria.
Me la imagino haciendo charcos y lodazales en las pistas de motocross de mi infancia y, años más tarde, haciendo charcos y lodazales cerca de la línea del tren en la zona 6, en donde yo trataba de recuperar las emociones de la moto, esta vez al volante de una destartalada furgoneta de la empresa de mensajería en la que trabajaba.
Supongo que Paul siempre sospechó que yo usaba los vehículos de la empresa para ir a jugar en los lodazales y por eso no me dejaba tocar los carros nuevos.
Me la imagino después, cayendo tropical durante semanas enteras, produciendo manchas de moho en las paredes del cuarto de la oficina en el que vivía después de la separación. Y me la imagino durante meses sin cesar, erosionando cerros pelados, barriendo la inmundicia del país hacia los barrancos en que vive la gente que dejó de importar.
Cuando Dios borró la creación e hizo llover 40 días y 40 noches, aún no desarrollaba esa veta passive-aggressive que tiene ahora. Digo, no borra la creación en el país de la lluvia, pero prende el agua lo suficiente para que la creación esté a punto de sucumbir. A punto.
Quizá por eso cuando vi la película Beasts of the Southern Wild lo primero que pensé es en esa lluvia que lo inunda todo, que oculta todo bajo el agua pero al mismo tiempo revela todo lo que está oculto. Esa lluvia que no lava: ensucia todo lo que encuentra a su paso. Esa lluvia que moja a todas las criaturas de Dios y que nunca las deja secarse
Es una lluvia que cae todo el tiempo sobre un lugar en que la vida es imposiblemente dura. Tan dura que vivir, que el acto de permanecer vivo requiere todas y cada una de las fuerzas vitales de las gentes, y donde morirse es una de las cosas más naturales que alguien puede hacer, porque es tan fácil.
Esa lluvia que cae allá.
Acá no llueve. Todo es polvo y calor, calor y espejismos sobre el asfalto que se comenzará a derretir cuando de verdad entre el verano.
Y quizá una lluvia refrescaría el desierto y haría estallar aunque sea por unas horas la vida en las planicies. Pero no hay esperanza.
Toca sudar y tener sed de día y de noche. Toca sentir que no hay descanso del calor ni a la una de la mañana, mientras vuelvo de un concierto de Molotov que hubo en el centro y recorro las calles solitarias de mi barrio bajo la luz mortecina de las farolas.
Delante de mí va una pareja de post-adolescentes. Vuelven a casa de uno de ellos, seguro. Van despacio, disfrutando la noche. Van con ese paso que tiene la gente que ya aprendió a no sudar.
Me oyen acercarme y ella se arrima a él. Pienso, durante un segundo, que tiene miedo. Pero luego me doy cuenta de que no, que es raro quien acá vive con miedo. Me oye acercarme y lo usa como excusa para arrimársele a su muchacho.
Él sabe que ella no tiene miedo, entiende el gesto y lo devuelve. Para cuando les alcanzo, ya están bajo una farola, besándose ajenos a mi presencia, ajenos al mundo. Están embelesados en su juventud, abandonados al calor de este lugar.
You may find yourself living in a shotgun shack
You may find yourself in another part of the world
You may find yourself behind the wheel of a large automobile
You may find yourself in a beautiful house with a beautiful wife
You may ask yourself, well, how did I get here?
Letting the days go by, let the water hold me down
Letting the days go by, water flowing underground
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