Centroamérica: la Caravana Migrante atraviesa las fronteras de la militarización y el absurdo lenguaje de la discriminación en los países de origen, tránsito y destino. Nombramos las causas, los riesgos, la vulnerabilidad, el desarraigo de la población que huye de Estados cuyos modelos de desarrollo y engranajes institucionales han fracasado. Han fracasado en cumplir con su principal obligación: brindar protección a sus ciudadanos. Mientras tanto, en Estados Unidos, la posibilidad de solicitar refugio se ve menguada al no considerar la violencia generalizada como una causa que amerite protección internacional.
El Mediterráneo central: los barcos zarpan de las costas libias y atraviesan el mar en la precariedad de la mañana esperando con suerte desembarcar en Europa y sobrevivir al naufragio. La guerra, la fragmentación del poder en los territorios, la dominación por parte de milicias y de grupos extremistas, la hambruna, la pobreza y la exclusión conforman la realidad cotidiana, al igual que los centros de detención clandestinos, repletos de hombres, mujeres y niños provenientes principalmente del norte de África y de la región subsahariana. Mientras tanto, la Agencia de la Guardia Costera y Fronteriza Europea (Frontex), liderada por Italia, intercepta navíos para devolverlos a lo que denomina «un país seguro» y criminaliza a todas aquellas organizaciones que realicen actividades de búsqueda y rescate en altamar.
El sudeste asiático: el éxodo rohinyá hacia Bangladesh se enfrenta a la apatridia y a la limpieza étnica ejecutada por el Ejército de la república de Birmania. La persecución racial y religiosa ha llevado a esta minoría musulmana a conformar el campo de refugiados más grande del mundo en Cox’s Bazar, que agrupa a casi un millón de personas. El silencio de Aung San Suu Kyi, premio nobel de la paz e ícono de la libertad, la convierte ahora en cómplice de genocidio.
[frasepzp1]
Algo tienen en común estos tres casos: los tres son expresiones de xenofobia materializadas en actos de violencia e impunidad. Evin Maradiaga y Lassana Cisse son nombres que no se olvidarán. Aun en latitudes distintas su asesinato expone uno de los grandes retos que enfrentan hoy las organizaciones de la sociedad civil, activistas y defensores de derechos humanos: ejercer un efectivo contrapeso frente al discurso de securitización que criminaliza e ilegaliza a la población migrante. Las migraciones son una problemática transnacional, pero la xenofobia también es un fenómeno global que va ganando campo al ser alimentado por los partidos de extrema derecha en todo el mundo. Por ello luchar contra el estigma que se construye en torno a las personas migrantes debe ser parte de la agenda de cualquier movimiento social. Mientras las políticas de control fronterizo y de externalización de fronteras se reinventan y fortalecen en múltiples áreas geográficas, los constructos que definen a algunas identidades humanas como desechables se mantienen y diversifican, lo cual tiene un gran impacto en la población a través de la opinión pública. Las narrativas de miedo, odio y desprecio que se diseminan contra las personas migrantes atan a estas a imaginarios y percepciones que resultan en mayor daño para estas poblaciones en movimiento, especialmente en los países de tránsito y destino.
Por otro lado, cabe enfatizar la capacidad de resiliencia que tienen estos grupos, el nivel de agencia y liderazgo, el poder de decisión y negociación que ejercen, en contraposición a las situaciones de vulnerabilidad a las que son sometidos. En ese sentido, es importante destacar sus interacciones con las estructuras; la compleja movilización de redes, de capital económico, social y simbólico que encarnan, y la hospitalidad y la solidaridad que inspiran entre comunidades. Debemos movernos hacia una gestión migratoria que supere los esquemas ortodoxos de integración y que abogue por la cohesión social y la interculturalidad, por la convivencia pacífica entre pueblos, por un enfoque de protección de derechos humanos. Las fronteras son dimensiones virtuales que limitan la convivencia humana. Quienes niegan esta premisa se empeñan en reprimir y perseguir a las poblaciones migrantes. Debemos reconocer que migrar es reivindicar el derecho a la vida y, por ende, un auténtico acto de resistencia.
Más de este autor