1.
La figura del migrante puede simbolizar, a un mismo tiempo, el fracaso de una sociedad y la cumbre de la civilización. Aunque a menudo camina y su empeño siempre entraña un traslado, el migrante centroamericano contradice la estampa del viajero o del flâneur finisecular. Su desplazamiento nada tiene que ver con ese rito decimonónico del paseo, tan «distinguido, burgués, ocioso y elegante», sino que se trata de un tránsito salvaje y descarnado, impelido o arrastrado por la urgencia del porvenir —por la desesperación de un porvenir— y el ansia del proyecto. Migrar significa desear imperiosamente lo que aún no existe y abandonar —acaso huir— con frenesí, pero también con languidez, casi toda veta de la actualidad. El viaje, se figura Claudio Magris, encarna la posesión presente de la propia vida, la capacidad de vivir el instante sin sacrificarlo al futuro, sin considerarlo solo un momento que se ha de hacer pasar rápido para alcanzar cualquier otra cosa. El migrante en éxodo, a diferencia del paseante o del viajero, no aplaza nada. Comparte eso con el moderno hombre de negocios devorado por aviones y aeropuertos, pero no su apatía o su abulia o incluso su espectacularidad: el businessman es un seductor obediente; el migrante, un convencido y la encarnación humanista de la desobediencia. El viajero no quiere llegar, pues su llegada constituye un final. Para el migrante es un preludio, la oportunidad de un principio. Por eso el migrante es un fast forward: irradia ansia y deseo; ansia y deseo unánimes, comunitarios. El caminante florece en la pausa y la individualidad. Y es, además, digresión, como los arabescos que sus pies dibujan sobre el mapa. (¿Qué es el turista? Probablemente un viajero con prisa y un migrante sin proyecto. Porque el migrante, al menos el migrante deliberado, como el turista, diseña a menudo un viaje circular: volver es su plan).
Los migrantes, cuando parten, hospedan a menudo en su historia una derrota que no es suya, que no es individual: una violencia desbocada e inhabilitante, unas circunstancias feroces, una tierra baldía. Por eso sus figuras y su aporte, tan imponentes y tan emblemáticos de la globalización, resultan incómodos y nunca pasan de espectro o de ecos marginales en el discurso oficial. Son reducidos a sombras infrahumanas porque ratifican el fracaso colectivo y poliédrico y, con suerte, serán después mitificados (siempre con algún grado de condescendencia), cuando se instalen del otro lado y rindan los frutos y el capital.
Pero al tiempo cada uno alberga en su intento, quizá inconscientemente o incluso a su pesar, una nueva oportunidad y una esperanza romántica para el viejo proyecto humanista si no del cosmopolitismo, sí del intercambio, el entendimiento y la hospitalidad. De traspasar fronteras y también amarlas, «pero sin idolatrarlas, sin hacer de ellas ídolos que exigen sacrificios de sangre», como recuerda Magris. Porque «cada viaje implica más o menos una experiencia similar: alguien o algo que parecía estar cerca y ser bien conocido se revela extranjero o indescifrable, o bien un individuo, un paisaje, una cultura que considerábamos diferentes y ajenos se muestran afines y emparentados con nosotros».
2.
«Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas», dice Byung-Chul Han al principio de La sociedad del cansancio en un intento de explicar los tiempos a partir de sus padecimientos representativos. «Así, existe una época bacterial que, sin embargo, toca su fin con el descubrimiento de los antibióticos. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión […] definen el panorama patológico de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, no son infartos ocasionados por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por exceso de positividad».
Hay ocasiones en que la realidad abole o desestabiliza de forma brutal una metáfora. Si esta sobrevive, la literalidad del mundo se eleva disciplinariamente sobre ella, la dota de envés y pone a titilar un nuevo abismo inconmensurable de espejismos y significados.
[frasepzp1]
Paul B. Preciado recuerda que «lo que entendemos por inmunidad se construye colectivamente a través de criterios sociales y políticos que producen alternativamente soberanía o exclusión, protección o estigma, vida o muerte».
Inmunidad frente a otros, se entiende, creando corredores y, acaso, mapas de circulación y encierro, protegiendo a unos, expulsando a otros, con estrategias ambiguas.
Han pretende superar a Foucault y refutar esta idea de Espósito: toda biopolítica es inmunológica.
¿Lo logra?
La pandemia diseña nuevas cartografías e invierte rutas. Y a veces, al invertirlas, las consolida.
3.
El migrante es, mientras viaja, una fisura o tal vez un puente. Su búsqueda lo empuja hacia los sótanos de la sociedad del rendimiento, cuyo emblema son los rascacielos, los gimnasios, los bancos. Pero ese mismo intento, su voluntad de existir de otra manera, reactiva la sociedad disciplinaria (muros, cámaras, prisiones), que Han ve como obsoleta y relegada, preñada de prohibición y negatividad, como una sociedad de otro tiempo. La sociedad del rendimiento se define por su positividad: «Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley». El migrante centroamericano, como los que atraviesan el Mediterráneo, une dos épocas. O quizá sea la prueba de que entre ellas no hay una relación de contradicción, sino de encabalgamiento o complementariedad. La sociedad del rendimiento se amuralla y actúa con discrecionalidad no para detener a los bárbaros, sino para infundirles miedo y domarlos. Opera, en buena parte del mundo, encaramada en los viejos modelos de soberanía. La idea es añeja: la deportación no solo es parte del sistema de control de inmigración, sino que es también una herramienta de control social discrecional y crea una fuerza de trabajo vulnerable.
4.
«El llamado "inmigrante" no es hoy ningún otro inmunológico —escribió Han en 2010—, ningún extraño en sentido empático, del que se derive un peligro real o de quien se tenga miedo. Los inmigrantes o refugiados se consideran como una carga antes que como una amenaza».
Pero eso hoy, en esta parte del mundo, no está del todo claro.
5.
La pandemia decelera y niega al migrante de forma momentánea (y quién sabe por cuánto tiempo) y lo estanca tanto como las caravanas lo ratificaron.
Lo mismo hace con la globalización.
6.
La literalidad del mundo no solo se impone de inmediato a la metáfora, que siempre es inestable, sino que la trastorna y modifica y empaña para siempre, a veces con torpeza y a veces con fecundidad. No es posible leer hoy que hemos dejado atrás la época viral y el paradigma inmunológico para interpretar el mundo sin dibujar una mueca. No tan rápido. Tenía razón Han en algo: la viralidad incluso se había impregnado de un halo positivo: en los medios y en las redes había pasado a ser sinónimo de éxito. Pero la pandemia invierte la balanza y todo lo otro produce una reacción inmunitaria, física o metafísica. No solo se vuelven más patentes las fronteras, sino que se debilitan buena parte de los símbolos del comercio internacional.
Parece, a mediano plazo, un corrosivo, no un catalizador.
7.
«A ver. El cambio fundamental de la migración actualmente es que los flujos, en lugar de ir hacia arriba, van hacia abajo». De norte a sur.
Me lo dijo, en una nota de voz de Whatsapp, Alberto Pradilla. Alberto es el autor del libro Caravana, que describe la naturaleza subversiva no del éxodo centroamericano hacia Estados Unidos, sino de su decisión de salir torrencialmente de la clandestinidad.
8.
A veces el dinero no quiere llegar (I). Las remesas de Estados Unidos a Guatemala han caído hasta mayo un 3 % respecto a los primeros meses de 2019 y 15 % respecto a lo esperado.
9.
«Estamos recibiendo una migración inversa. Guatemaltecos que llevan años de tener residencia en Estados Unidos, que tienen casa y trabajo, quieren venir a Guatemala».
Dijo el ministro de Relaciones Exteriores.
Datos no hay. Lo que hay es una hipótesis de lo que pueda pasar, un signo de interrogación, como a menudo. Lo que hay es el regreso de algunos que quedaron varados en la ruta hacia los Estados Unidos o de guatemaltecos que trabajaban en Cancún y ahora vuelven a sus comunidades del Ixcán, desde allí o desde otros lugares de la península de Yucatán. Datos no hay. Lo que hay y hubo son deportaciones y algunos vuelos mínimos de rescate desde Estados Unidos para turistas. Al que antes le costaba entrar ahora se le niega la salida, no digo que sin razón. Si hay retorno, es sobre todo desde México por tierra. Los aeropuertos comerciales se han cerrado. El vuelo, ícono y emblema de la globalización, se les reserva a los integrantes del éxodo centroamericano para un momento trágico: aquel en que se convierte al emigrado en deportado. Y ese es su castigo último: «Ahora este símbolo de la comodidad lo transmutaremos para ti en la tecnología de la expulsión aséptica. Ahora esta imagen del progreso profiláctico, en el epítome del rechazo».
Ese avión, que mezcla además contagiados y sanos, es la cima del estado de excepción.
Datos no hay. ¿Hay migración inversa?
«Si la llamamos "inversa" —me dijo Lizbeth Gramajo, de cuyo libro Otra vez a lo mismo he extraído varias de las ideas de este ensayo—, es como si asumiéramos que el fin de la migración es Estados Unidos, pero no es así. La migración es un ciclo o proceso, y una etapa de ella es el retorno. Algunas veces forzado [deportados], otras veces voluntario, como puede pasar, en este caso, debido al covid-19».
Ahora, también, apestados.
10.
Tampoco es cierto eso. También eso se ha invertido. Nada ha habido en estos días menos profiláctico que el avión, vector de la pandemia.
11.
A veces el dinero no quiere llegar (II). Una señora se acercó al tipo de un banco y le contó su historia. Su esposo, que trabajaba en un carwash de Boston, Massachussets, llevaba 45 días encerrado, sin poder ir a cobrar, y ahora, en lugar de enviar remesas a su pueblo, Cuilco, un municipio del altiplano occidental, en la frontera con México, necesitaba recibirlas para subsistir. Había logrado reunir, con ayuda de sus vecinos, algo de dinero, poco más de 200 dólares, pero había fracasado al intentar mandárselos una primera vez: la remesadora lo había rechazado. Ahora quería volver a intentarlo. Costaba 17 dólares, pero su recaudación original había sido tan frugal que no los tenía. Por eso necesitaba ayuda. Aquel tipo del banco, jefe de área, había pedido atender su situación él mismo. La había escuchado con atención, había revisado su caso y había notado el problema: el error era de ella y por eso tenía que cubrir ella el costo, le dijo él y habría dicho cualquier tribunal, pero luego lo pensó de otra manera menos plana y más caritativa y reparó en que el error no era de ella, o no al menos la responsabilidad. Era un error social: si la remesa no había llegado, era porque ella ni sabía escribir bien el apellido de su esposo.
Él me contó esta historia. La remesa llegó. La remesa inversa.
[frasepzp2]
Otro muchacho, capitalino, quiso mandarle a su padre lo que este le había enviado primero para que pagase su universidad. El sistema bancario no se lo había permitido y por eso mismo estaba llamando ahora para preguntar qué diablos. Y los diablos eran su universidad, que había corrido para cobrar por adelantado y había limpiado su cuenta.
No todos, pero sí algunos bancos guatemaltecos han visto cómo la remesa invertida, la que migra de Guatemala a otro lado, ha crecido. En algunos casos, hasta un 25 %. No hay cifras oficiales, pero se calcula que superan las 100,000 transacciones al mes.
También ha cambiado la geografía. Estados Unidos recibe un mayor porcentaje. Y México ha escalado, en algún caso, hasta el segundo lugar, relegando a Colombia o a Nicaragua, por ejemplo.
Estados Unidos, México: lugares de destino de los emigrados guatemaltecos.
Nicaragua: cámara acorazada de algunos capitales guatemaltecos.
Colombia: ventanilla bancaria de los venezolanos emigrados.
El Norte cruje. El Sur hace paradójicas inversiones.
12.
El migrante viaja y el viaje produce al migrante y lo reconfigura. Pero, al desplazarse y cambiar, el migrante también transforma el territorio. En Guatemala hay indicios de este siglo de que la combinación entre migración, el capital social y las remesas económicas ha mejorado el nivel educativo y la vivienda, ha tejido redes y organización productiva. Y mayor compromiso cívico. Pero no aludo a eso o no solo a eso: los migrantes han creado una región migratoria que no existía, si les creemos a Susan Jonas y a Néstor Rodríguez. Una región transnacional en la que la migración ha transformado personas, culturas e instituciones.
13.
No toda producción es económica y no solo la economía puede ser transnacional. El retorno, que cuestiona la naturaleza unidireccional de la migración, solo es una fase de ella y a menudo no constituye ni siquiera la última. Regresar no supone abandonar las redes creadas en los lugares de destino, como irse no implica abandonar la comunidad original. El migrante no es una persona esencialmente escindida; es una multiplicada. Reside en varios lugares a la vez en la medida en que los anhela. Los migrantes, nos dijeron Glick Schiller, Basch y Blanc-Szanton hace dos décadas, erigen campos sociales que articulan origen y destino: su identidad se enriquece, sus fronteras son otras. Forjan sujetos nuevos, sociedades nuevas: en lo económico, en lo familiar, en lo social, en lo religioso, ¿en lo político?
Al primero que le leí la expresión «remesa política» fue a José Luis González Miranda, que coordinó la Red Jesuita con Migrantes en Guatemala. Si los retornados, avanzaba él, se metieran a depurar la acción política con una nueva conciencia de sujetos transformadores, podríamos hablar de remesas políticas. «No porque hayan conocido en los Estados Unidos la "verdadera" democracia […], sino porque a la acción política se llega desde la indignación. Se afirma que son mejores agentes de cambio los retornados que han planificado su regreso, pero, si la indignación también crea conciencia política, los deportados también pueden ser agentes de cambio. Las mejores políticas han surgido de los que han sufrido atropellos a la dignidad».
En los años 90, los retornados anteriores, esa migración inversa, intentaron otra inversión. «Fueron —dice González— la punta de lanza para que avanzaran las negociaciones que se plasmaron en los acuerdos de paz».
14.
Ahora, también, son apestados.
«No miremos al deportado como un delincuente, sino como un hermano que regresa a casa», dijo el presidente de Guatemala tras constatar que a muchos habían tratado de agredirlos al verlos de regreso. A su condición de intruso (de bacteria o de virus) en la sociedad de acogida, el migrante suma la de apestado. A veces, en la propia: «Alguien o algo que parecía estar cerca y ser bien conocido se revela extranjero o indescifrable».
*Las ideas de los apartados 3, 12 y 13 están en deuda con el libro Otra vez a lo mismo, de Lizbeth Gramajo.
Una versión reducida de este texto se publicó originalmente en la Revista de la Universidad de México.
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