La fallida estrategia de financiamiento de Nayib Bukele: el bitcóin como voluntad y mera representación
La fallida estrategia de financiamiento de Nayib Bukele: el bitcóin como voluntad y mera representación
Bukele calculó que convertirse en sacerdote del culto criptoevangelista aportaría un valor agregado a su carisma. Confiado en su buena estrella, su encanto personal y sus habilidades de publicista, Bukele calculó erróneamente que podría convencer a sus simpatizantes de aplaudir cualquier propuesta que saliera de su boca.
Los gobiernos populistas tienen una afición desordenada por los gigantescos proyectos de desarrollo. Están dispuestos a sacrificar elementos sustanciales de su agenda inicial en el altar del dios del progreso. El socialismo del siglo XXI, en defensa de sus grandes transformaciones modernizantes, se convirtió en una fuerza contrainsurgente que redujo, cerró y reprimió las políticas autónomas y el pluralismo de las organizaciones de base. Lo dicen Decio Machado y Raúl Zibechi, que no tienen un ápice de derechismo, al denunciar el progresismo extractivista de los gobiernos de Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Néstor Kirchner y Lula da Silva (1).
La izquierda, la derecha y el centro sucumben a la tentación. A veces los proyectos quedan en la pura grandilocuencia, a veces alcanzan una estatura temible. Hugo Chávez fundó en 2004 la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba), una organización regional de lucha contra la pobreza y fomento del comercio entre países Latinoamericanos y del Caribe que debía hacer la competencia a los tratados comerciales con los Estados Unidos.
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Rafael Correa estaba tan convencido del éxito de su proyecto de país que lanzó un atrevido programa para estimular el retorno de los migrantes ecuatorianos allende los mares. Buscaba revertir el saldo de décadas de éxodo.
Nicaragua apiló un proyecto sobre otro. Valiéndose de su aplastante bancada, Daniel Ortega consiguió en 2013 que la Asamblea Nacional aprobara la Ley 800, marco jurídico del «Gran Canal Interoceánico» que concedió al empresario Wang Jing los derechos de construcción de un canal destinado a eclipsar al de Panamá.
Para tal efecto Wang Jing creó la Hong Kong Nicaragua Canal Development Investment Co. (HKND Group), beneficiaria de la concesión por 100 años y líder de un proyecto cuyo costo se estimó en US$150 mil millones. El canal fue solo el mayor de varios megaproyectos impulsados por la propaganda y nunca realizados.
En la lista de los más ambiciosos también figuraron la refinería El Supremo Sueño de Bolívar, la Hidroeléctrica Tumarín que vendería energía eléctrica a todo el istmo, el puerto de Aguas Profundas de Monkey Point, el proyecto de irrigación con agua del lago Cocibolca que en 15 años haría de Nicaragua una potencia regional en la producción de alimentos al proveer riego a 625,000 hectáreas —cerca de la mitad de la tierra cultivable—, el ferrocarril Managua-Masaya-Granada y el satélite Nicasat-1 con el que Nicaragua vendería servicios de telecomunicaciones a México, a todos los países de Centroamérica y a las islas del Caribe. Todos estos proyectos fueron lanzados y relanzados por el machacón perifoneo gubernamental (2).
Nayib Bukele intentó superarlos a todos haciendo de El Salvador el primer país del mundo en adoptar una criptomoneda como unidad monetaria oficial: «Tenemos que construir la primera Alejandría aquí, en El Salvador. Por eso estamos pensando en construir Bitcoin city». En otra ocasión dijo: «El Salvador no ha sido reconocido por ser el primero en innovación. Pero ¿por qué no esta vez»(3)
El bitcóin es la primera de las miles de criptomonedas: Litecoin, Ripple, Ethereum y Libra, entre otras. El premio Nobel de economía Robert J. Shiller la pone como ejemplo de narrativa económica, es decir, de una historia contagiosa que tiene el potencial de cambiar la forma en que las personas toman las decisiones económicas. La del bitcóin es una narrativa que se ha diseminado muy rápidamente. «La narrativa de bitcóin —dice Shiller— evoca historias de jóvenes e inspirados cosmopolitas que rompen con los burócratas sin imaginación. Es ésta una historia de riqueza, desigualdad, avances en la tecnología de la información y terminologías misteriosas e impenetrables» (4)
En 2008 un ente llamado Satoshi Nakamoto —pseudónimo de una persona o de un grupo— firmó un documento titulado: «Bitcóin: un sistema de efectivo electrónico de usuario a usuario». Aunque su identidad —atribuida a una decena de individuos— sea tan volátil como su invento, Nakamoto ha sido homenajeado con un busto que se exhibe en Budapest, la nominación al premio Nobel de economía y la concesión del Premio a la Innovación de The Economist.
Warren Buffet dijo que el bitcóin no era más que un artefacto para hacer apuestas y que estaba generando una burbuja especulativa. Su advertencia no fue óbice para que la criptomoneda fuera diseminándose y, como otras manías de la historia económica, produjera delirios: inversionistas dispuestos a pagar miles de dólares por una sola unidad (5). Pero hasta 2021, ningún Estado-nación había llegado al extremo de acogerla en su seno con pleno reconocimiento.
A pesar de ser un incurable optimista, Bukele tiene una concepción schopenhaueriana de la economía. La entiende como voluntad que se impone y como mera representación. Como voluntad, porque está usando el Estado como fuerza omnímoda para imponer lo que el mercado no ha diseminado a ese nivel. Como representación, porque el bitcóin existe en la medida en que los sujetos crean que existe y lo usen en sus transacciones: «El bitcóin no tiene valor a menos que la gente piense que realmente lo tiene, como admiten sus defensores».(6) Las expectativas son la principal sustancia de las criptomonedas. Al margen de las percepciones, carecen de sustantividad. Lo que posee existencia verdadera es la voluntad que impone el bitcóin. La voluntad de Bukele.
El bitcóin no llegó a El Salvador como un rayo que surcara un cielo despejado. Lo precedió un crecimiento de la deuda pública externa e interna incentivado —entre otras razones» por las medidas para asegurar el confinamiento durante el pico del COVID19.
Solo entre enero y agosto de 2020, el gobierno dispuso de más de US$3 mil millones para ese cometido, entre préstamos y donaciones.(7) Al gasto imperioso —pero discutible porque se pudo haber basado al menos parcialmente en el redireccionamiento del presupuesto ordinario—, se añaden los dispendios: los millones de la partida de gastos reservados —la billetera secreta presidencial que Bukele había prometido abolir—, el oneroso Plan de Control de Territorial y los crecientes gastos en publicidad, entre otras partidas de variados pesos y finalidades.
El siguiente cuadro muestra que Bukele no ha sido hasta ahora el presidente que mayor endeudamiento promedio anual ha gestionado. Por eso en rigor debemos decir que al bitcóin lo precedió un alarmante acumulado de la deuda, que la sitúa en el 85% del PIB, un nivel nunca visto en la posguerra, con el agravante de que parte de la deuda adquirida por Bukele tiene un alto precio.
Por ejemplo, por los US$1 mil millones en títulos que Bukele colocó en julio de 2020, el Estado salvadoreño deberá pagar 9.5% anual, la tasa más alta de los últimos seis años. Este es el segundo lote de títulos que Bukele emite. El primero, en agosto de 2019, fue de US$1,097 millones.(8)
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A ese acumulado de deuda se suma un nivel de reservas que es óptimo en relación al PIB —superior al 10% del PIB—, pero que no lo es en relación a las importaciones, porque no logra cubrir tres meses de las mismas. En rigor, no hay un nivel óptimo fijo con respecto a ese indicador ni a otros. El nivel depende de condicionamientos que son, en su mayor parte, coyunturales.
El requerimiento de reservas es mayor cuando los ingresos por exportaciones pueden verse mermados por una caída de la demanda, los egresos por importaciones suben por un incremento de los precios, los intereses de la deuda son muy altos, hay factores de riesgo —golpes de estados, asonadas, altas tasas de homicidios, malas relaciones internacionales, discrecionalidad legalizada— que hunden las expectativas favorables, hay fuga de capitales o el crédito externo de cierre o disminuye.
Por eso el FMI considera que el indicador de la cobertura total de la deuda de corto plazo o tres meses de las importaciones es simple y arbitrario. (10) Aquí lo uso solo para efectos comparativos: nos permite saber cómo está la situación del país bajo la administración de Bukele en contraste con la que tenía bajo la de sus predecesores. La situación es la peor, exacerbada por la voluminosa deuda. Y además sabemos que varios de los criterios coyunturales le exigirían un mayor nivel de reservas.
Si bien es cierto que la deuda generada bajo su administración es un problema que en parte va a dejar en herencia a sus sucesores —los US$2 mil millones en títulos son pagaderos en 2050 y 2052, y dejemos a un lado la posibilidad de que Bukele se sueñe gobernando aún por esas fechas—, el presidente necesita más dinero para mantener su imagen de eficacísimo CEO y le será cada vez más difícil encontrar fondos frescos a precios que no lo ahoguen. Las tensiones con Washington son un obstáculo para que Bukele logre un acuerdo con el FMI. Le urgía asirse a una tabla de salvación y la avizoró en el bitcóin, que le ofrecía una cantera alternativa de fondos, una que escapa al control de Estados Unidos.
Debido a que los populistas, entre otros estilos de políticos, construyen grandes mentiras con pequeñas verdades, algunas de las premisas de Bukele no eran falsas. Las verdades eran: el 70% de los salvadoreños no tienen cuentas bancarias y más de la mitad usan teléfonos celulares (11). La gran mentira: esos dos elementos son suficientes para garantizar la aceptación del bitcóin y convertirlo en un factor de desarrollo.
Despreciando esas consideraciones, Bukele se sumergió de lleno en el culto criptoevangelista. Consagró el bitcóin como moneda de curso legal. Mediante una compañía privada a la que pagó con fondos públicos, a todos los salvadoreños que quisieron tomarlas les distribuyó sus criptobilleteras Chivo Wallets dotadas de 30 dólares en bitcoines. Apareció, juvenil y glamoroso, en un escenario hollywoodense para anunciar la construcción de la Ciudad Bitcóin junto al Golfo de Fonseca. Proclamó que la fiebre del inversionismo con bitcoines ayudaría a construir escuelas, hospitales y empleo.
Y luego hizo mutis por el foro y no tuvo una palabra consistente cuando siete de cada diez salvadoreños encuestados por el Instituto de Opinión Pública de la UCA dijeron que los diputados debían derogar la Ley Bitcóin, apenas el 2% de las remesas fueron transferidas bajo la forma de esa criptomoneda y el bitcóin empezó a caer en mayo y se desplomó más de un 30% en los primeros días de junio de 2022 (12).
Los cajeros de la Chivo Wallet han quedado como santuarios repartidos por el país. Pizza Hut, McDonald’s y Starbucks aceptan bitcoines. Pero no las miles de pupuserías, pequeñas tiendas, empleadas domésticas, campesinos y todas las categorías que, de dólar en dólar, mueven los miles de millones de la economía nacional.
Al calor de la aprobación de la Ley Bitcóin el 8 de junio de 2021, con 62 de los 84 votos, el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi) divulgó algunos de los peligros reconocidos de las criptomonedas: tienen un bajo grado de aceptación, el software que les sirve de vehículo es una herramienta que debe mejorar mucho su seguridad y acceso, y son volátiles porque su valor puede ser afectado por muy pocas transacciones.
La volatilidad es su mayor talón de Aquiles: a finales de 2017 un bitcóin se cotizaba en casi 20,000 dólares, en el transcurso de 2018 el valor descendió a 3,300 dólares, volvió a subir a 64,895 dólares en abril de 2021 y un mes después cayó a 30,000 dólares.
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En algún momento de sus inicios superó los 300,000 millones de dólares (13). Inversiones prometidas y luego no concretadas tuvieron este efecto. El mayor derrumbe vino cuando en China se prohibieron las transacciones en criptomonedas. El carácter volátil impacta su convertibilidad, abriendo la puerta a complicados problemas contables, especulaciones y sorpresas desagradables para entidades estatales, empresas e individuos que se vean en trance de pasar del dólar al bitcóin y viceversa.
Que todo tiene su precio, forma parte de la economía ordinaria. Que el precio puede oscilar y perder o ganar un par de ceros en cuestión de horas, forma parte del casino global y su ominosa inestabilidad.
El Icefi también advirtió sobre el hecho de que el bitcóin sea ahora una moneda de curso legal implica la obligatoriedad de aceptarla como medio de pago. Si alguien albergaba dudas, el artículo 7 de la ley las despeja: «Todo agente económico deberá aceptar bitcóin como forma de pago cuando así le sea ofrecido por quien adquiere un bien o un servicio». Por último, el Icefi advirtió que las criptomonedas evaden el control fiscal y financiero inmediato de las transacciones, facilitando la evasión tributaria, el pago de extorsiones, el uso de testaferros, los sobornos, el contrabando, el lavado de dinero y el tráfico de armas, personas y drogas (12). Todo esto se podría evitar sometiendo al bitcóin a controles. Las criptomonedas no están enteramente reñidas con la regulación. Lo están en la forma en que han estado funcionando y su peligrosidad aumenta con su reconocimiento legal sin contrapesos ni cortapisas.
Al cabo de un año, el Icefi da más elementos de juicio para rechazar el bitcóin sobre bases de hecho y no solo potenciales. La más evidente fue el uso de US$225.3 millones de los ingresos tributarios para implementar la Ley Bitcóin y la pérdida de 60 millones de dólares por el descenso del valor de la criptomoneda.
También señaló la paralización de las negociaciones con el FMI en torno a un préstamo de US$1,300 millones y el aumento del 200% del perfil de riesgo medido por el Emerging Markets Bonds Index, lo cual eleva la tasas de interés de las nuevas emisiones de bonos de deuda soberana. Y, finalmente, el gobierno no ha adoptado medidas de regulación del bitcoin para prevenir los riesgos inherentes a sus transacciones (13).
Como ocurrió en la Francia de Law, unos pierden y otros ganan. En Estados Unidos solo el 16 por ciento de la población ha usado el bitcóin. Los estadounidenses sondeados por el Pew Rearch Center tienen variadas experiencias: el 46% piensa que les fue peor de lo que esperaban, 31% obtuvo lo que calculó, 15% les fue mejor y 8% no está seguro (16). En El Salvador, los contribuyentes han perdido. En los primeros tres meses como moneda oficial, el bitcóin devoró US$22 millones de las reservas internacionales (17).
No puedo dejar pasar la ocasión de comparar este aparatoso aterrizaje del bitcóin en El Salvador con una tormentosa historia del siglo XVIII. Corría el año de 1716 cuando John Law llegó a París, 19 años después de la abrupta huida de su nativa Gran Bretaña por haber matado a un hombre en un duelo y tras un largo periplo por media Europa, donde había hecho carrera como tahúr, con sus más y sus menos, siempre recurriendo al cálculo de probabilidades en el que era una autoridad empírica. Como hijo y heredero de un banquero escocés, entrenado en el despacho de su padre, Law tenía suficientes recursos para ser independiente y bastantes conocimientos de las finanzas como para aventurar propuestas atrevidas.
Sin ningún éxito había intentado promover el papel moneda mediante dos publicaciones que vieron la luz sin pena ni gloria. Aunque en China era de uso corriente desde hacía varios siglos, el dinero en forma de papel emitido por un banco suscitaba entonces entre los gobernantes europeos igual o mayor desconfianza que el actual dinero en forma de criptomonedas, o el que en su momento generaron las tarjetas de crédito. Pero Law no se dio por vencido. A los 45 años de edad las circunstancias le fueron favorables. La muerte de Luis XIV dejó el reino de Francia bajo la regencia de Felipe II, duque de Orleans, en quien Law había producido una favorable impresión durante el breve encuentro que sostuvieron años antes.
Los dispendiosos gastos del Rey Sol y los despilfarradores nobles que le rodeaban llevaron las arcas del Estado al borde del colapso. Los intereses generados por una deuda de 3,000 millones de libras eran imposibles de cubrir con un balance anual de 145 millones de ingresos y 142 millones de gastos.
El Regente se rehusó a declarar la bancarrota nacional, como le recomendó su principal consejero, y buscó aplacar la cólera popular castigando a los rapaces y corruptos prestamistas y recolectores de impuestos y enfrentándose al parlamento reacio a aprobar el papel moneda.
Después de depreciar la moneda reacuñándola por la quinta parte de su valor nominal, autorizó a John Law la fundación de un banco, el Banque Générale Privée, desde el que pudo popularizar el papel moneda con tal éxito que sus billetes se cotizaban mejor que el dinero en metálico. Gran parte de su atractivo consistía en que los impuestos podían ser pagados con billetes y en que estos funcionaban como acciones, generando dividendos a sus poseedores (18). Tras dos boyantes años, el banco de Law fue nacionalizado de mutuo acuerdo, convirtiéndose en el Banque Royale, el Banco Nacional de Francia.
Mediante otro golpe de mano, Law se hizo con la dirección de la Compañía del Mississippi y la rebautizó como Compañía de Occidente, que no tardó en absorber al resto de compañías coloniales francesas y llamarse Compañía Perpetua de las Indias, espejo de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, que Law conocía y quiso imitar en todo, pero superando la duración del monopolio, cuya vigencia en el caso holandés había sido pactada en 21 años. La Compañía llegó a controlar el comercio en la India, China y los mares del Sur, además de tener el monopolio del tabaco, el derecho de acuñar moneda y la recaudación de impuestos (17).
Infladas por la persuasiva propaganda de Law, las promesas sobre el oro de Luisiana causaron tal furor que la especulación alcanzó niveles jamás vistos. Las pérdidas y las ganancias fueron millonarias, las trágicas bancarrotas y las fortunas descomunales fueron repentinas. La población creció en 305,000 habitantes, según algunos cálculos sesgados. Se supone que los inmigrantes eran atraídos por la prosperidad, como en el sueño de Correa.
La inesperada demanda disparó los precios del alquiler de viviendas y la de los tenderetes próximos a la casa de Law, donde los especuladores se apelotonaban mientras esperaban las noticias sobre las fluctuaciones. Con la escasez de puestos donde sellar los tratos, un jorobado hizo una fortuna alquilando su joroba como escritorio a los impacientes accionistas.
John Law era el personaje del momento, el héroe de la nación que dio a luz la palabra «millonario» en 1719. Fue ennoblecido con el título de primer —y único hasta el momento— duque de Arkansas. Todos los poetastros lo lisonjearon, consagrándolo como divinidad tutelar de Francia. Sus consejos eran estimados como los más agudos y cada uno de sus actos era considerado una muestra palpable de su sabiduría. La multitud seguía sus pasos tan literalmente que el Regente le asignó una escolta permanente para abrirle paso entre la muchedumbre.
El delirio duró hasta que el valor de las acciones de la compañía se desplomó y el papel moneda se doblegó frente al dinero metálico.
Lo primero ocurrió debido a que nunca se encontraron los grandes yacimientos de oro en Luisiana y se supo que la Compañía no poseía ni una mina. Lo segundo porque la inflación del circulante en papel moneda hizo evidente que carecía de respaldo y porque era imposible pagar los dividendos de una masa tan abultada de otra forma que no fuera imprimiendo más dinero. Los más avisados vendieron sus acciones y empezaron a deshacerse de los billetes cambiándolos por monedas, joyas y objetos de oro y plata, y en esa forma sacaron su riqueza de Francia.
El Regente quiso imponer orden a punta de decretos y castigos, recurso siempre a mano de los tiranos. Devaluó por ley el valor de las monedas —diez por ciento por debajo de los billetes—, restringió los pagos del banco, prohibió la posesión de más de 500 libras en monedas, prohibió la compra de joyas, piedras preciosas y metales nobles, y finalmente prohibió el uso del dinero metálico.
Nada devolvió la confianza al papel moneda. Ocurrió lo contrario: el dinero «real» siguió fluyendo hacia Inglaterra y Holanda, o fue atesorado, es decir, puesto fuera de circulación, reforzando su escasez. Mientras el Regente apagaba el fuego con gasolina, mandando a imprimir más billetes, el descontento fue casi unánime. No se había inventado aún el término «emisión inorgánica». Pero todos los inversionistas y papel-habientes estaban preparados para concebirlo de forma intuitiva. Simplemente tenían que retomar sus antiguas y acendradas creencias. El Regente tuvo que ceder y cambiar los billetes por monedas que hacía caótica aglomeración junto al Banque Royale, ante cuyas puertas morían, aplastados o asfixiados, de uno a quince ansiosos cada día.
Banco, papel moneda y compañía se desmoronaron al mismo tiempo, como si fueran —dice el periodista decimonónico Charles Mackay a cuyo recuento debemos esta historia— el palacio de hielo del General Potemkin, que parecía de diamante hasta que el sol lo derritió sin dejar rastro. Law descendió a la condición de villano. Su popularidad se revirtió. La multitud quería linchar a Law. Esta vez el Regente le tuvo que asignar una escolta mejor armada para preservar su vida hasta que Law abandonó Francia y sus propiedades fueron confiscadas (20).
Law fracasó, el papel moneda triunfó a la postre. No mucho después. Pero lo hizo gracias a decenas de regulaciones que no tuvo en su primera aparición en Francia. Si Law hubiera puesto más contención a su entusiasmo y al desenfreno del dispendioso Regente, tal vez hubiera sido despedido mucho antes, pero habría pasado a la historia como uno de los más brillantes economistas.
Alguna corriente de interpretación onírica sostiene que en los sueños somos todos los personajes. En este sueño de la vigilia, Bukele replica todos los personajes: el creativo y temerario John Law, el despilfarrador Regente y el jorobado que extrae beneficios en actividades que no parecen estar en el corazón del sistema.
Pero hay un elemento donde las figuras de Law y Bukele se oponen. La tesis de Law se basaba en la ruptura del paradigma que otorgaba a los metales preciosos un papel prominente en la economía. Law demostró que la riqueza radicaba en la circulación comercial y que el oro y la plata no eran más que medios de intercambio. En distintas épocas y con objetivos muy diversos, Marx y Keynes tuvieron que seguir luchando contra el mismo fetichismo.
En contraste, Bukele no está rompiendo ningún paradigma. Por el prurito de convertirse en pionero y reforzar su imagen como «el dictador más cool del mundo», quiere forzar con el Estado lo que el mercado no termina de consagrar. El rasgo más significativo que comparte con Law es su afición por apostar en el casino… más de 200 millones que no salieron de su bolsillo.
Bukele es atrevido, pero no tanto como Law: sabe que puede saltar a ciegas y caer en picada sobre un colchón de remesas abultado por la inflación en Estados Unidos. Ese Producto Externo Bruto que representa el 28% del Producto Interno Bruto es su seguro de vida contra una catástrofe mayor.
Además de tener una poderosa urgencia financiera, Bukele adoptó el bitcóin por una razón de estrategia política y otra de estilo político. Como estrategia, el bitcóin le agenció numerosos devotos y propagandistas. La noticia de que acogió el bitcóin como moneda de curso legal le dio la vuelta al mundo 80 veces en un día. Ahora en todo el planeta se habla de Ciudad Bitcóin, se alaban las playas de El Salvador y, lo que más le importa, se presenta al presidente Nayib Bukele como un pionero modernizante rompe-paradigmas. Es posible que en este momento la única figura política en América que compite con la de Bukele sea Donald Trump y, de lejos, Jair Bolsonaro.
El bitcóin también fue adoptado por una razón de estilo político. Se ha comparado el encandilamiento con las criptomonedas con un culto religioso. Un culto secular, como lo es el populismo. Devotos como Alex Gladstein, activista del bitcóin y de derechos humanos, consideran que el bitcóin es un libro de la talla de las pirámides de Egipto, la capacidad de volar, la llegada a la Luna y la energía nuclear. Muchos miembros del culto están persuadidos de que el bitcóin sacará a las masas de la pobreza.
Hay grandes nombres entre los feligreses: la socialité Kim Kardashian, el basquetbolista Stephen Curry, el jugador de futbol americano Tom Brady y el actor Matt Damon. Su biblia es el White Paper, donde Nakamoto describe los fundamentos técnicos del bitcóin (21).
Bukele calculó que convertirse en sacerdote de ese culto aportaría un valor agregado a su carisma. Confiado en su buena estrella, su encanto personal y sus habilidades de publicista, Bukele calculó erróneamente que podría convencer a sus simpatizantes de aplaudir cualquier propuesta que saliera de su boca. El CEO de El Salvador —como suele autodenominarse— pretende saber más que los mejor reputados economistas de su país y del mundo. Se equivocó. La población ya votó como si se tratara de un plebiscito que perdió el bitcóin: apenas el 2% de las remesas son transferidas bajo la forma de esa criptomoneda (22). Una encuesta realizada por el Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop) de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» en agosto de 2022 reveló que siete de cada diez salvadoreños consideran que los diputados deben derogar la Ley Bitcóin (23).
Otro sondeo reveló que el 82% de los encuestados sabía poco o nada de la Ley Bitcóin, el 88% poco o nada del funcionamiento del bitcóin, el 68% consideraban que la implementación de la ley no era una buena decisión, más de la mitad respondieron que los principales beneficiarios serían las personas ligadas al lavado de dinero, el 68% no estaban interesados en descargar la aplicación «Chivo Wallet» para usar el equivalente en bitcóin de 30 dólares que el gobierno concedió como parte de la campaña promocional, 93% preferían devengar su salario en dólares y no en bitcoines, 60% vaticinaban que la ley sería un fracaso y 67% estaban decididamente contra la aplicación de la ley (24).
Ahí habló el pueblo de los sondeos de opinión que tanto gusta a los populistas, un pueblo que, gracias a la variedad de preguntas, pudo salir un poco de la homogeneidad dicotómica del Sí o No.
No sabemos cuánto tardará Bukele en dar marcha atrás. Sabemos que no reconocerá su error, su precipitación, su imposición a golpes de báculo. Es posible que en el futuro digamos que las criptomonedas aterrizaron en Centroamérica primero como farsa y potencial tragedia, después como un medio más de intercambio. Esta última posibilidad está cubierta por una nebulosa hecha de discurso crédulo, propaganda aviesa y resistencia a romper la tradición. Solo sabemos que los bitcoines de hoy en El Salvador son representaciones impuestas como circulante por la voluntad de un mandatario.
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Citas bibliográficas
(1) Machado y Zibechi, 2016, pp.58-72 | (2) Redacción Confidencial, 2021; Redacción Central, 2021 | (3) Blitzer, 2022 | (4) Shiller, 2021, p.46 | (5) Shiller, 2021, p.47 | (6) Shiller, 2021, p.46 | (7) Romero, 2020 | (8) Romero, 2020 | (9) El cálculo de incremento porcentual promedio anual del período de Cristiani se hizo considerando el aumento de 1990 a 1994. Beteta y Moreno-Brid, 2014; Banco Central de Reserva 2022a, 2022b, 2022c y 2022d. | (10) International Monetary Fund, 2016, p.23. | (11) Blitzer, 2022. | (12) IUDOP, 2022; Ongweso jr, 2022; Cooban, 2022. | (13) Shiller, 2021, pp.46-47. | (14) Icefi, 2021, pp.7-13. | (15) Icefi, 2022. | (16) Faverio y Massarat, 2022. | (17) Faiola, 2022. | (18) Galbraith, 1983, p.34; Escohotado, 2021, pp.219-220. | (19) Galbraith, 1983, p.36. | (20) Mackay, 1980, pp.1-45; Galbraith, 1983, pp.33-40. | (21) Rauda Zablah, 2022. | (22) Ongweso jr, 2022. | (23) IUDOP, 2022. | (24) RP Consultora, 2021.
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