La lava avanza en el Pacaya: La paz frente a la tormenta
La lava avanza en el Pacaya: La paz frente a la tormenta
En dos meses de erupción, la lava del volcán Pacaya consumió 626 hectáreas de cultivos. Entre siembras dañadas por la ceniza, plantaciones sepultadas, y a la espera de la catástrofe anunciada, algunos comunitarios de El Patrocinio logran aprovechar económicamente la presencia de los visitantes, que llegan a diario para disfrutar, cada noche, del tremendo espectáculo natural.
Jueves 08 de abril. Cae la noche encima de las nubes que cubren la cima del cráter incandescente. La bruma del atardecer, que lo envolvía todo en un atmósfera lloviznosa y apocalíptica, desvanece en la obscuridad y libera la escena al rojo brillante e intenso de la lava que fluye, implacable, como una baba exterminadora.
Desde lo lejos se mira el cono del volcán, más cerca, están las primeras casas del poblado de El Patrocinio, San Vicente Pacaya, próximas al flujo ardiente que avanza a cinco metros por hora, devorando cultivos y árboles, con la inexorable y letal lentitud de los fenómenos geológicos primitivos.
Según informes del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA) en dos meses de erupción, el volcán Pacaya consumió 626 hectáreas de cultivos, entre siembras dañadas por la ceniza y plantaciones sepultadas por la lava. Ahora la preocupación crece: peligran vidas humanas, las viviendas de las comunidades, sus negocios, el futuro de miles de familias
Según sus reportes, la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED) ya tiene identificados diez centros para habilitar como albergues temporales en caso sea necesario evacuar a la población. El escenario de una nueva tragedia socioeconómica -en época de pandemia- está servido y se suma a la difícil situación que ya estaba viviendo buena parte de los comunitarios que viven del turismo. Apenas a inicios de este año volvieron a levantar cabeza, después de casi un año entero de paro por las restricciones impuestas por la pandemia.
Esto lo sabe muy bien Myrna Hernández Castillo, vecina de San Vicente Pacaya, quien, desde el Lunes Santo, llega a la orilla de la lava solidificada para vender «corbatas» a los visitantes que llegan a disfrutar el espectáculo, sacarse una foto recuerdo, armar un atrevido picnic, calentar unas tortillas.
Tal como siempre, antes de lamentar las pérdidas, hay que aprovechar la coyuntura para salir adelante.
Hernández logra vender unas 50 o 60 unidades de dulces típicos por día, a 6 quetzales cada una, logrando un ingreso imprevisto en medio de tantas limitantes provocadas por la pandemia.
A la par de ella, en la oscuridad más completa, María Isabel Chokojay, 32 años, vende bolsas de papalinas, panes con jamón y café. Un ojo a las ventas y otro a la lava que se acerca.
La casa de doña Isa, tal como la conocen en El Patrocinio, al momento de la visita estaba a cinco o seis cuadras de distancia de la lava que, sin mayor anuncio más que la constancia, cada noche gana terreno, quemándolo todo. «Aprovechamos la venta para levantar unos centavitos para la casa» sostiene doña Isa, «mientras le echamos un vistazo al fuego». Para el momento que salió este reportaje, el punto donde Hernández vendía dulces ya estaría cubierto por el fuego, y la distancia entre el flujo volcánico y la casa de doña Isa es mucho más corta.
Cuenta su historia serena, con la sonrisa de una persona acostumbrada a enfrentarlo todo con paciencia y mucha resignación.
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