La transparencia es “ex ante” y no “ex post”

Uno de los fines del Estado es la gestión eficaz y transparente de las decisiones políticas para la búsqueda del bien común y para ello es obligatorio hacerse visible ante todas las personas por medio de ofrecer información tanto del uso y ejecución de los recursos que utiliza, pero también sobre las decisiones políticas que toma, y especialmente, los criterios sobre los cuales se basó la toma de dicha decisión.

Un claro ejemplo de eso fue el pasado foro que se hizo para analizar “los mitos y realidades” de la empresa portuaria Quetzal. El gobierno al parecer se habría sentido obligado a dar cuentas sobre lo que implica dicha empresa, la forma en que trabaja, y especialmente, las necesidades que existen actualmente para buscar su modernización e innovación. Si bien se intentó dar la impresión de que se estaba frente a un acto de rendición de cuentas, más quedó la percepción en el ambiente de que se insiste en la estrategia de mejor “pedir perdón, que pedir permiso”. No obstante, llegar a estos extremos es innecesario, especialmente por lo desgastante que eso es para la imagen del Gobierno, la cual ha estado amarrada desde la campaña electoral al tema de la búsqueda de la transparencia.

No cabe duda que en el ejercicio del poder, muchas veces se apuesta al juego de ensayo y error. Y esto puede dar a veces resultados positivos, si se tiene el manejo de todas las variables en juego. Pero cuando la incertidumbre es mayor debido a que lo que se desea plantear es un negocio a todas luces jugoso y apetitoso para muchos, el manejo de dichas variables se vuelve cuesta arriba.

Si bien las intenciones del gobierno en torno a la entrega en usufructo de la portuaria a una empresa española son las mejores y de alguna manera se llega a la conclusión de que el dicho negocio es positivo para el país, la percepción negativa ya se diseminó y lo que es peor es que ya se comenzó a gestar un imaginario social de que esto es el comienzo de una serie de negocios en donde campea el secreto, y por lo tanto, la corrupción. La percepción no es un factor secundario para el ejercicio del poder, todo lo contrario. 

La transparencia es un principio que ayuda a dar a conocer cómo se maneja la “cosa pública” y de ahí se inicia una serie de deliberaciones públicas que permiten a las personas emitir juicios a favor o en contra. La pertinencia de este principio está en la voluntad de informar, de mostrar y de mostrarse a sí mismo pero de manera proactiva y no reactiva. Esto se ha convertido ya en un factor ineludible en toda toma de decisiones políticas. Accionar ante el destape o escándalo implica correrse el riesgo de ser señalado de hacer las cosas en secreto y opacidad.

En otros países en donde igualmente la democracia está en vías de consolidación, los gobiernos se hacen acompañar de personas que tienen la capacidad de ofrecer al gobernante una visión prospectiva ante una situación de tal magnitud. O es que el gobierno no cuenta con dichos recursos, o lo que es peor, sí los tiene y ellos se empeñan en aconsejarle cómo quedar mal. En transparencia, es mejor guiarse ante la máxima que es “mejor prevenir que lamentar”.