A la familia protagonista, las desgracias se le multiplican, pero en realidad la novela muestra una época de injusticia máxima en un sistema motivado desde lo económico, lo político, lo judicial, y magnificado por lo ambiental y lo social.
Las migraciones de los centroamericanos a Estados Unidos en medio de crisis económicas, políticas, sociales, ambientales y judiciales se parecen a las de Oklahoma a California, pero con la diferencia de que las familias no viajan unidas, se separan p...
A la familia protagonista, las desgracias se le multiplican, pero en realidad la novela muestra una época de injusticia máxima en un sistema motivado desde lo económico, lo político, lo judicial, y magnificado por lo ambiental y lo social.
Las migraciones de los centroamericanos a Estados Unidos en medio de crisis económicas, políticas, sociales, ambientales y judiciales se parecen a las de Oklahoma a California, pero con la diferencia de que las familias no viajan unidas, se separan para siempre o arriesgan incluso a los niños al hacer que viajen solos. El lugar donde nacieron, el lugar donde vivimos, les niega una oportunidad de vida y los expulsa, pero los tiempos no son los mismos siempre. Acá parecen ir de mal en peor porque el sueño americano se ha ido difuminando. La situación de una nueva economía y la sustitución de formas para cumplir las tareas simples que no necesitan mayor habilidad ni instrucción los hace ser expulsados de la que pensaron que sería su tierra prometida. Y en un malévolo rebote vuelven a su lugar de origen y acumulan la frustración que, mientras se almacena, se convierte en ira.
La intensidad de la crisis no parece ser percibida en su justa dimensión. Hemos involucionado en la creación de capitales, y un ansia por negar lo evidente parece apoderarse de los actores sociales. Es necesario plantear cómo la dialéctica acumulación de cambios cuantitativos nos está llevando a enfrentar cambios cualitativos como sociedad todavía en sentido perverso. Se debería seccionar la crisis por eventos causantes, empezar a detenerlos uno por uno y posteriormente revertir su sentido negativo.
Hay que revisar lo más urgente (que de pronto puede coincidir con lo más importante), los temas que puedan tener un mejor retorno humano y social, de los cuales puedo anticipar uno: hay que controlar el alza en el precio de los alimentos. La más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) ya lo advertía y la tendencia se ha mantenido. Esa es la explicación de por qué estamos más pobres, y no hay que ignorar la historia. Hasta los grandes imperios han visto el principio de su fin cuando no pueden garantizar el alimento de los más pobres. No sea que dentro de poco tiempo nos encontremos viviendo nuestra propia novela, Las tortillas de la ira, porque esta no será una ira como la de las plazas o de los indignados: una ira sugerentemente mediatizada y reina de las redes. La ira del hambre es mucho más real.
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