El olor a carne asada se mezcla con las lociones fuertes y varoniles de muchos de los asistentes. Mujeres con trajes sastres, zapatos altos y peinados de salón pasan sin voltear a ver.
Paran dos buses y empieza a bajar un grupo homogéneo de burócratas que luego se encaminan marcialmente al salón donde están las urnas. En la entrada, ordenadamente, las planillas y los candidatos conforman una valla humana y saludan una por una a las personas que ingresan. Muchas planillas van uniformadas con el mismo color de traje y la misma corbata para los hombres o el mismo pañuelo para las mujeres.
Sé lo que voy a ver. Soy abogado. Conozco el ambiente, los desayunos previos, las actividades académicas que no son más que proselitismo clientelar, los correos masivos, los acarreos, las reuniones de las cúpulas, las redes de favores que se van mezclando y tejiendo. Todo vale. En unos meses o años algún conocido llegará a juez. O a magistrado. O a asesor de ministro. O a asesor del alcalde. O a director. O a ministro. Ese colega con el cual coincidí en los desayunos del licenciado Pérez. Ese amigo con quien desde la u trabajé para impulsar candidatos para representante estudiantil ante el Consejo Superior Universitario.
El sistema está hecho para el dominio de los abogados, para la tiranía corporativa de los abogados, para la decadencia moral de los abogados. El sistema está hecho para que con 4 000 votos domines una parte importante del sistema político guatemalteco. Para qué fundar partidos políticos si puedes hacer un grupo gremial y tener tanta incidencia como un partido político o incluso más. Para qué invertir en la formación de cuadros municipales. Para qué tener filosofía política.
Cuando la Constitución y las leyes ordinarias incluyen de alguna forma el colegio de abogados, la asamblea de abogados o los mismos abogados, a quienes se les concede una preeminencia superior que la del resto de los ciudadanos, el principio de igualdad se vulnera. Y esa discriminación positiva provoca una tara en el sistema que hace que un grupo de profesionales atraiga todo como un hoyo negro y que dentro de este desaparezcan para siempre principios republicanos de justicia e igualdad.
No se trata de despolitizar el colegio de abogados. Eso es imposible en el actual sistema. Cómo se puede despolitizar un gremio con tanta incidencia política alentada por la Constitución. Los abogados tenemos la culpa. No existe disidencia o autocrítica. Creemos que cambiando los nombres cambiaremos los resultados, cuando está claro que el peso específico del colegio y de los abogados es muy fuerte en Guatemala. Y ese es el problema: debemos provocar, gritar y señalar que cambiando gente no cambiamos nada.
Creo que el colegio únicamente debería ser un gran tribunal de ética y control de las actuaciones profesionales, un lugar de registro de abogados y sus especialidades, un lugar de recopilación de información de becas, una gran biblioteca especializada con revistas jurídicas de todas partes del mundo, una entidad con una que otra función gremial y administrativa aparte de las anteriores, y nada más.
Así como se exige que los militares vuelvan a sus cuarteles, en los acuerdos de paz debería haberse exigido que los abogados volvieran a sus bufetes.
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