Los hombres no lloran ni lavan los trastes
Los hombres no lloran ni lavan los trastes
Un plato de comida servido siempre ha estado a cargo de su mamá, hermanas y recientemente su pareja. Piensa que, por ser el proveedor de la casa, tiene derecho a que se le sirva cuando llega del trabajo cansado y, constantemente, malhumorado. A veces insulta a su pareja si algo no le gusta de la comida, admite. No sabe si eso es machista o no, solo cree que lo merece. Este texto intenta explicar esas normalidades y por qué se aceptan esas conductas.
«Desde que somos niños tenemos que negar que soy mujer, hueco, maricón, homosexual, gay, y que soy llorón, débil o cualquier otra cosa –enumera Roberto Samayoa–. Mientras más lo niego soy más hombre. Tengo que estar lejos constantemente de eso. Está dentro del imaginario que tenemos los hombres para construir nuestra identidad». Samayoa es activista de la Asociación Dos Soles.
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Las tres negaciones que cita las propone Elisabeth Badinter, filósofa francesa y feminista: «no ser mujer, homosexual, y débil». Son la base sobre la que se construye la identidad de un hombre, para así alejarse lo más posible del común que tienen esas tres palabras: lo femenino. Es entonces como un hombre niega en todo momento su feminidad para reafirmar su identidad, según dictan las normas sociales. «Estamos constantemente guardando las composturas, porque si me llegan a confundir con una de esas tres cosas estoy perdido. Es un elemento interno que tenemos, nadie nos lo dice, pero todos lo cumplimos», continua Samayoa.
Fidencio Guamuch, un agricultor de 48 años, de la aldea El Yalú de Sumpango, señala que un hombre debe dedicarse a trabajar y llevar la comida a la familia. Piensa que un hombre tiene otros valores a cumplir. «Ser educado, honrado, respetuoso y sincero». Una mujer, dice, se debe ocupar de las tareas del hogar: lavar, cocinar, limpiar, cuidar a los niños.
Un joven peluquero de la misma localidad creció con la idea de que el hombre se debe dedicar a trabajar y mantener a su familia, en tanto la mujer a ser ama de casa. «Por la mañana voy a trabajar al monte, por la tarde abro mi peluquería».
La sociedad les impone a los hombres la etiqueta del éxito con sus finanzas, su formación, su actividad sexual. Las feministas académicas llaman a este estereotipo «masculinidad hegemónica». Causante de la sumisión de las mujeres bajo un sistema que afirma la superioridad física e intelectual del hombre mediante el uso de la fuerza.
Con tono molesto, Guamuch enumera las «cualidades de una mujer», su esposa no ha cumplido con su labor en la casa. «Yo tengo que hacer esas cosas, ella no quiere», se queja. Le gustaría que fuera como su cuñada o sus hijas, que sí atienden a sus esposos e hijos.
En tanto el peluquero, dice: «Es mucho el trabajo (del hogar) para las mujeres, pero no le puede decir uno que no lo haga, porque si no, no hay para la comida».
Es así como se naturaliza la violencia: Entre más cumpla con lo que se le exige, más reafirma su masculinidad y por lo tanto tiene mayor aceptación en sus círculos sociales, a costa de la obediencia de la mujer.
Violencia naturalizada
Una mujer sumpanguera indígena kaqchikel, de 53 años, cuenta cómo la mayor parte de su vida ha sido humillada y agredida. Primero fue su papá, los golpes y los insultos eran parte del día a día. No le permitió seguir estudiando más allá de tercer grado, culminó sus estudios de primaria en el Cominté Nacional de Alfabetización (CONALFA), muchos años después. «Cuando me casé ya sabía que no podía dar mi opinión, ni tomar decisiones. Tenía que estar él para que yo pudiera decir sí o no, porque si no se molestaba», dice.
Estas manifestaciones de violencia fueron en escalada hasta que la violencia física se hizo presente al darse cuenta de que su esposo le estaba siendo infiel. «Él me dejaba tirada en la cama, con la cara hinchada llena de sangre. Me masacraba», lamenta.
Para aplacar el maltrato, ella descargaba su ira con sus hijos. «Los golpeaba, les decía palabras bruscas que hieren. Era un pretexto para desquitarme por todo el coraje, todo el dolor que llevaba por dentro. Nos desquitamos con los que son indefensos».
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Su madre siempre le dijo que eso era normal, e incluso la reprendía cada vez que se quejaba. Se cansó de recibir tantos golpes y de escuchar palabras ofensivas, decidió que era momento de denunciar a su esposo. Se vio a sí misma capaz de enfrentarlo luego de asistir a talleres de organizaciones de mujeres donde se informó sobre sus derechos y las leyes que protegen y ayudan a las víctimas de violencia.
El Ministerio Público recibe en promedio 154 denuncias al día por delitos tipificados en la ley de violencia contra la mujer. En una solicitud de acceso a la información, las estadísticas muestran que, del 1 de enero de 2018 al 9 de abril de este año, se presentaron 71,495 denuncias por agresiones físicas, psicológicas y sexuales.
Este es un ejemplo de un problema mucho más amplio, el cómo se vuelve normal la violencia contra las mujeres. El hombre toma todos sus espacios individuales, para así controlar su sexualidad y su cuerpo, determinan expertos.
El hombre no nace, se hace
Aquel padre que enseña a su hijo desde pequeño galanterías obscenas marca la vida de dos seres humanos, la de su pequeño y la de una mujer que escucha decir un «adiós mamita». La inocencia de un niño suele disculparse, pero ese niño crecerá. El informe ¿Cuál es el problema? Masculinidades hegemónicas y su influencia en uniones, de UNFPA, señala que las violencias sufridas por mujeres han marcado sus vidas. Lo que evidencia cómo se viven las normas que son construidas por cada sociedad y cultura a lo largo del tiempo.
Para las autoras del texto es necesario partir de lo que se entiende como género antes de referirnos al dominio masculino. Se adscriben a lo expuesto por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, quien dice que cada sociedad define el género conforme a su visión del mundo. A su vez determinado por su entorno económico, social, político, y psicológico. Ese concepto formado contiene ideas, prejuicios, valores, interpretaciones, normas, deberes y prohibiciones sobre el cómo son hombre y mujeres.
Entendido esto, la masculinidad hegemónica o dominante es el resultado de un sistema en el que las mujeres son vistas con inferioridad ante los hombres. Así, él tiene poder absoluto sobre ellas y se vuelven un objeto de placer, un trofeo, aseveran las investigadoras.
Silvia Trujillo, socióloga e investigadora en temas de género y derechos de las mujeres, piensa que el concepto tan arraigado es insostenible, y el costo social es sumamente alto: “Los datos de violencia contra las mujeres son contundentes. A esto se deben sumar las distintas discriminaciones que sufrimos, los indicadores muestran rezagos, hay amplias brechas de desigualdad (entre hombres y mujeres)”, enfatiza.
Karina Peruch, una de las autoras, añade que el estudio fue una continuación de otro anterior en el que se entendió de mejor manera la forma sistemática de embarazos en niñas y adolescentes. Esta investigación le dio el espacio a los hombres, que aventajaban a sus parejas por una cantidad considerable de años, lo que equivale a mayor manifestación de violencia, afirman.
¿Cómo se forma la masculinidad en un hombre?
La masculinidad es un concepto que se forma socialmente. Samayoa nos dice que en esta formación de identidad masculina «interviene lo que aprendemos en casa, el imaginario que construimos, el sistema de creencias que tenemos, que no necesariamente son solo las religiosas, sino también lo que creo sobre otras cosas».
La educación, dice el activista, es un factor fundamental en esa construcción de identidad masculina, no solo la que se recibe en las escuelas, sino la del entorno en el que crece el individuo.
El pensamiento religioso ha sido fundamental para la formación de los guatemaltecos, cerca del 90 por ciento profesa el cristianismo (católico y protestante). Su guía para la formación de la familia son los modelos bíblicos. Historias como la de Abraham, quien tuvo a sus hijos con una esclava ante la infertilidad de su esposa, Sara, sin que fuera mal visto, evidencian que el concepto de ser hombre y el de familia nunca han sido los mismos.
«Es contradictorio en el caso del pensamiento judeocristiano. Si vamos al Nuevo Testamento, se encuentra a un Jesús que nunca se casó, vivía con once hombres, que hablaba de cosas distintas... entonces se dice que es un modelo distinto. Pero no hay un solo modelo bíblico de masculinidad», añade Samayoa.
Peruch está de acuerdo con que la influencia de la enseñanza religiosa en la identidad masculina es pilar fundamental. Pero no solo la iglesia tiene un papel importante, «las principales instituciones que ejercen sobre esta masculinidad son la escuela, la familia y la iglesia». Samayoa agrega al ejército a este listado, «es la segunda institución, según Latinbarómetro 2018, en la cual más confía la población guatemalteca».
Es importante tomar en cuenta a la iglesia y el ejército porque «son los modelos masculinos por excelencia: son jerárquicos, institucionales, machistas, muy verticales», sentencia Samayoa.
De cómo se forma el machismo
Fernando Pineda Bautista y Aura Díaz Barrientos, son profesionales de la psicología del Sistema de Atención Integral -SAI-, del Juzgado Especializado en Femicidio de Chimaltenango. Se encargan de ofrecer acompañamiento psicológico en el proceso penal a víctimas, principalmente, aunque también a los denunciados. Todos los días escuchan casos de violencia contra la mujer en sus distintas modalidades: económica, física y psicológica. Y casos de agresión sexual, violaciones, especialmente. Por su experiencia han identificado diferentes patrones de conducta en los hombres acusados por los delitos descritos.
Díaz resalta que la mayor parte de delitos se dan cuando el hombre está bajo efectos del alcohol, lo que resulta en violencia física contra la mujer. «El perfil del agresor casi siempre es intimidar a la víctima, ejercer poder sobre ella», menciona.
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En los casos de agresión sexual, ganarse la confianza de la víctima es el primer paso, la manipulación psicológica. Establecida esa confianza y consciente del poder que el agresor ahora ejerce sobre ella, se consuma la violación. «Dentro de esa relación desigual, su perfil siempre será dominio: control y poder. En la mayoría de los casos existe una relación parental, conyugal, de unión de hecho», agrega Pineda. El acoso callejero casi nunca es denunciado.
Por lo regular los agresores son papás, hermanos, tíos y primos. En el proceso por ganarse la confianza de la víctima, se da un acercamiento de cariño, cobijo e intimidad.
La violencia física es el delito más común que atienden, luego la psicológica, y la violación sexual. «Desde la antigüedad, el hecho de poner la fuerza sobre el otro hacía que se sometiera. Antropológicamente, la violación es un instrumento de dominio. Los pueblos dominados eran sometidos a la fuerza bajo las armas, religión, ideología, pero también bajo el dominio sexual. Lo mismo se refleja en un agresor, ve la oportunidad y ejerce poder», explica el especialista.
Otro perfil común de encontrar es el hombre controlador de todos los movimientos de su novia, esposa o conviviente: el hombre celoso. «Dónde estás, con quién, qué haces», el control obsesivo por el celular de su pareja, entradas y salidas, amistades, e incluso con familiares. La víctima es aislada de cualquier contacto y empieza, lo que los especialistas llaman, una espiral de violencia. Ella no da importancia al tema, no ve porqué denunciar.
Tanto Pineda como Díaz, muestran una preocupación por los casos cada vez más en aumento de embarazos en menores de edad, y aun más, en menores de 14 años. En este perfil, los agresores «eligen jovencitas para persuadirlas y, sin violencia, la va a traer al colegio, la invita a comer. Si son casados, dicen “dejo a mi esposa e hijos por ti”», la adolescente lo cree y empieza una relación sentimental con él. Al tener relaciones sexuales no hay violación como tal, es decir, no es violento, pero, según el Decreto 9-2009 y el Código Penal, se califica como violación si la víctima es menor de 14 años.
«Tuvimos el caso de una niña menor de 14 y un señor de 68 años», revelan Díaz y Pineda. En ¿Cuál es el problema? Los hombres entrevistados ven totalmente normal una relación de este tipo. Karina Peruch, menciona al respecto: «La mayoría de los entrevistados nos decían “ustedes se están equivocando, esto no es lo que tienen que investigar. ¿Cuál es el problema de que a mí me guste estar con una niña?”». Lo califica como una violencia que está normalizada y aceptada en la sociedad.
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Pineda ve una persuasión en este tipo de situaciones, un aprovechamiento de la sexualidad vulnerable de la niña. Para él, una menor de 14 años aún no tiene la capacidad de entender las consecuencias de una vida sexual activa. Por otro lado, la única intención del violador es un aprovechamiento sexual, «presentarlo a sus amigos como un trofeo, decir “yo estuve con ella”».
A pesar de que algunos adultos tienen la intención de formar una familia con las menores de edad, la ley es clara y sostiene que es un delito. «¿Qué esperamos de un joven de 19 con una niña de 12-13 años? Dominio», increpan los psicólogos. Esa es la intención de la relación, ser quien le quite la virginidad a la niña, aunque él ya no lo sea, la parte superficial es formar una familia.
Estos perfiles tienen en común un problema de raíz: «El problema está en el rol de género. En nuestra cultura no se ha incorporado nuevas masculinidades. Se cree que el hombre está diseñado y hecho para ciertas actividades y la mujer para otras», manifiesta Pineda.
Cada persona que se consultó para este reportaje llegó a la conclusión de que el fondo del comportamiento machista de los hombres está sustentado en el sistema que llaman «patriarcal».
El tipo de masculinidad que se señala en ¿Cuál es el problema?, propicia un sistema que no permite cuestionar la violencia normalizada, y el control que tienen los hombres sobre la sexualidad y los cuerpos de las mujeres, lo que no les permite tener libertad sobre sus vidas.
La sociedad da por hecho este patrón de crianza como el único válido, porque en las relaciones patriarcales, el hombre siempre tiene el control. «La mayor causa no es la pobreza ni la ignorancia, porque aquí hay casos de médicos, diputados, políticos. Ese patrón lo venimos arrastrando desde la colonia», asevera Pineda.
Algunas características de este sistema, enumera Roberto Samayoa, «tienen que ver con orden, sometimiento, disciplina, violencia», contrario al concepto de matrística, que se refiere a la vida, la libertad, la intuición, amor y esperanza. «Son dos conceptos que a lo largo de la historia han estado tratando de balancearse, nunca se ha logrado. Siempre nos pesa más el patriarcado».
El costo de cumplir, o no, el patrón
La Red Nacional de Hombres, sostiene que perpetuar el estereotipo es un riesgo para la salud y vida de mujeres, niñas y niños, e incluso para ellos mismos. Ejemplo de ello son los homicidios cometidos por hombres, las enfermedades de transmisión sexual, ignorar cuidados sobre su salud, accidentes de tránsito, entre otras. «Es difícil que algún hombre -dice el estudio Nuevas Masculinidades- llegue a cumplir con todas las exigencias».
Si un hombre no está al nivel de las exigencias sociales, su autoestima se ve dañada, pero, no puede expresar lo que siente. «Nos convertimos en seres incapaces, castrados para vivir las emociones», expone Samayoa, quien también es parte del Grupo Consultivo de Masculinidades, espacio integrado por distintas organizaciones.
Otro tema preocupante y del que se habla poco, es el tema de los suicidios en hombres jóvenes, que hacia 2017 fue el cuarto motivo de muerte, luego de los asesinatos, disparos con arma de fuego no intencionales, y los accidentes de tránsito, detalla el informe La salud de los adolescentes y jóvenes en la región de las Américas, publicado por la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud. Según la Red, muchos de estos casos se dan cuando el hombre no cumple las expectativas del hombre exitoso.
Otras formas de ser hombre
Cuando se plantea a expertos qué alternativas tienen los hombres para eliminar de su comportamiento esas etiquetas y exigencias impuestas, el primer paso, dicen, debería ser el no dar por sentado que un hombre tiene un papel específico qué cumplir. La Red Nacional de Hombres fue formada por hombres de diferentes partes del país, con el fin de dialogar e incidir en la toma de decisiones políticas sobre temas de género, e impulsar nuevos enfoques sobre lo que significa ser hombre.
Que un hombre empiece a cuestionar sus privilegios, conlleva a una toma de consciencia, lo que implicaría la pérdida de esos muchos beneficios que como hombre la sociedad le da: la preferencia al momento de solicitar un empleo, tener un salario más alto, o estar exento de las labores domésticas.
Samayoa, asegura que, al momento de perder estos privilegios, se ganan otras ciertas cosas, sobre todo a nivel emocional. Para él se debe partir desde la educación, pero no aquella que se da en los salones de clase, sino en el aprendizaje del día a día, y aprender nuevas formas de relacionarse con las personas. «Empiezo por no dar por sentado que mi mamá es la que tiene que cocinar, que no voy a saludar de beso a mi papá, que no voy a valorar la doble o triple jornada que tiene una mujer que solo trabaja en su casa. El reconocimiento de esas otras cosas que ocurren en el entorno inmediato puede ir haciendo que vayamos creando una conciencia y un pensamiento crítico», sostiene.
Pero, si estas no están tipificadas en políticas públicas, difícilmente tendrán efectos reales en la sociedad. Iniciativas de Ley como la 5445 «Ampliación de la Licencia Paternal», pretenden que los niños y niñas tengan un mejor desarrollo integral, y sobre todo permitir que el padre esté cercano emocionalmente. Actualmente, un hombre solo tiene dos días de descanso cuando nace su hijo o hija. Con esta reforma al artículo 61 del Código de Trabajo, se espera que el papá tenga de ocho a 10 días de permiso con goce de sueldo. «Si no generamos cambios políticos, nos quedamos solo en la parte superficial y anecdótica», insiste Samayoa.
Trujillo cree que es necesario cambiar las estructuras profundas de la sociedad. Empezar con hombres que se cuestionen en todas las esferas de la vida, para que, por ejemplo, haya una verdadera democratización en los trabajos de cuidado y mantenimiento del hogar, así como la eliminación de todas las discriminaciones. «Revolucionar la sociedad, que no pasa por una cuestión de solo crear marcos legales, por supuesto son muy importantes, pero hay que ir trabajando también lo cultural: las concepciones sociales, las relaciones sociales. Es una labor enorme la que resta por hacer».
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