Aunque complicados, ninguno de esos movimientos había representado mayor expresión de desgaste presidencial que la incómoda declaración del jefe del Ejecutivo, Jimmy Morales, informando sobre la relación de su hijo y de su hermano en un caso de corrupción.
De sus inicios poniendo a declamar la jura de la bandera o estrofas del himno nacional, Morales pasó a marcar el paso en la marcha del Día del Ejército. La energía mostrada el 30 de junio contrastaba con el pestañazo que lo hizo acumular un enorme desgaste, el cual, con la aceptación pública del vínculo familiar con la corrupción del gobierno de Otto Pérez, lo pone en una terrible situación de fragilidad.
Pronto el escaso poder que logró vislumbrar se le escapó de las manos como agua. Quedó visto al poco tiempo de iniciada su gestión, cuando comenzó su mandato, pero no tenía poder ni gobernaba. La rosca inicial conformada por la llamada juntita jugó a la adulación al mejor estilo del extinto Estado Mayor Presidencial (EMP). Era la forma de conducta conocida por los integrantes del grupo que cercó al gobernante y lo convenció de que tenía el poder cuando en realidad solo respondía al entramado del grupo comandado por el hoy diputado Herberth Armando Melgar Padilla.
Sobreviviente de las catacumbas de la seguridad al estilo contrainsurgente, Melgar Padilla ha sobrevivido a cuatro gobiernos, incluido el de Óscar Berger, en el cual sirvió a la gestión de Erwin Sperisen. Además, está asociado a la finca La Parga, sitio donde fueron torturados, quemados y asesinados los diputados al Parlamento Centroamericano (Parlacén).
Como figura real de poder en la Casa Presidencial, Melgar Padilla tejió un entramado de alianzas con el segundo a cargo, Jafeth Cabrera. Ahora, con el perfil casi en penumbra, Cabrera ha logrado mantenerse y se refugia en el semianonimato como para no hacer olas. Acecha, al mejor estilo de los depredadores, en espera de que la crisis que somata la puerta de la Presidencia no pase del centro de la casona en la sexta avenida.
Los oscuros negocios de la familia presidencial vulneran a Jimmy Morales y lo ponen al borde del abismo. Cabrera acecha en espera de que caiga para, por delegación, asumir la presidencia. No suena descabellado que la intención de Melgar Padilla al llegar al Congreso vaya más allá de tener la carta de inmunidad como legislador. Bien puede esconder la intención de figurar como probable segundo ante la eventual salida de Morales.
De concretarse este escenario, mediante el movimiento de las fuerzas oscuras en el Legislativo, Cabrera ocuparía la silla presidencial y tendría carta blanca para los negocios. Melgar Padilla manejaría por designación las estructuras de control y espionaje que empezó a tejer durante su paso como asesor presidencial.
Ahora bien, que esta posibilidad amenace con llegar a concretarse no debe ser razón para tolerar las prácticas de corrupción en el entorno de la Presidencia y del partido en el Gobierno. De esa suerte, toca desarrollar el diálogo necesario para un pacto político, incluyente y desde abajo, de cara al acuerdo nacional para producir los cambios necesarios.
La opción de las elecciones impuestas como camisa de fuerza hace un año ha mostrado su fracaso. No debemos tropezar de nuevo con la misma piedra. Ni el fulano en la Presidencia ni el zutano en la Vicepresidencia. A buscar desde ya, mediante el diálogo y la propuesta ciudadana, los mecanismos del recambio indispensable para rescatar el país que a torrentes se nos escapa por el desagüe de la corrupción, el crimen, la impunidad y la violencia.
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