Por supuesto que son importantísimas las distintas movilizaciones llevadas a cabo. Erizan la piel. Y aunque este sentimiento que nunca antes había experimentado me llena de nueva esperanza, aún no me atrevo a calificar estos hechos de históricos —claro, sin menospreciar ni por asomo lo histórico que es ver renunciar a una vicepresidenta debido a la presión social y juntar a más de 30 000 personas en la plaza central—.
Puede que este llegue a ser recordado como un período histórico que empezó con una manifestación espontánea, con una gota que rebalsó el vaso y encendió la chispa del hartazgo por la corrupción, pero aún no me atrevo a calificarlo así. Llámenme escéptica o mujer de poca fe, pero siento que aún falta mucho por ver y varios retos que superar para ver trascender este movimiento.
Ciertamente se está superando la idea de manifestaciones con los mismos de siempre. A mí misma me sorprende darme cuenta de con cuánta gente he hablado sobre ir a las manifestaciones, gente que nunca antes se habría planteado algo así. Es realmente emocionante. También va cayendo la idea de un movimiento eminentemente capitalino y de clase media con la aparición de organizaciones indígenas y campesinas.
El libro Un Estado, otra nación, de Ramos y Sosa[1], plantea parte de la discusión que mencioné al inicio, pues habla de «una disociación entre la realidad política del Estado […] y la realidad socioétnica y política de la nación guatemalteca» (pág. 506). Esta disociación explica una buena parte de las razones por las que en Guatemala no avanzamos como sociedad.
La coyuntura actual plantea importantes posibilidades de cambios, pues la sociedad misma está protestando contra el sistema y su clase política. Debo confesar que una de las cosas que más me impresionó de la manifestación del 25A fue la lección que nos dejó al demostrar que las guatemaltecas y los guatemaltecos sí tenemos cosas en común, que nos aglutinan y nos movilizan en conjunto. Y creo que es alrededor de esta lección que debemos seguir reflexionando para avanzar en la construcción de un movimiento ciudadano que nos haga llegar a tener el país que nos merecemos y a vernos más como nación (aunque sin tener una respuesta certera a la pregunta de si es esto posible).
Las profundas diferencias que nos dividen como sociedad no son un berrinche de ciertos grupos. Y es que el «Estado guatemalteco es en gran medida reflejo de las características y estructura de la sociedad guatemalteca, influyéndose y reproduciéndose mutuamente. La desigualdad y fragmentación sociales […] han conllevado la constitución histórica de un Estado-no Estado, minoritario —representante de minorías sociales—, con funciones mínimas, que se sigue reproduciendo esencialmente como monoétnico, racista y excluyente en su estructura y organización nacional» (pág. 15).
No tenemos una nación en el sentido de ser un grupo de personas con vínculos, que reconocen semejanzas entre sí, con elementos culturales en común. Posiblemente existan muchas pequeñas naciones, pero en este contexto, si queremos seguir avanzando, debemos profundizar nuestra búsqueda de en torno a qué seguiremos articulándonos. Poco a poco se van sumando otros grupos con identidades y reivindicaciones propias. ¿Podremos encontrar algo que nos una más allá del cansancio por la corrupción y el desprecio por la exvicepresidenta?
Y esto es importante porque otra de las lecciones aprendidas de las últimas semanas fue que la unión sí hace la fuerza y que sí es posible lograr cambios tangibles. Desde siempre, los diversos sectores han buscado lo mejor para Guatemala —al menos en discurso—, pero en lo que no hemos podido ponernos de acuerdo es en el cómo. Por ello tenemos grandes retos, y uno de los principales es saber si podremos seguir unidos a pesar de todas nuestras diferencias y, sobre todo, cómo.
Quizá la respuesta está en la nueva juventud, fresca y con pensamiento crítico.
[1] Ramos, Belinda y Sosa, Mario (2008). Un Estado, otra nación. Culturas políticas, ciudadanía e intermediación en Guatemala. INGEP-Universidad Rafael Landívar. Guatemala: Magna Terra Editores.
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