Sed, pies hinchados e ilusión: tres mil migrantes hondureños llegan a Guatemala
Sed, pies hinchados e ilusión: tres mil migrantes hondureños llegan a Guatemala
Todo empezó con un mensaje por la televisión hondureña: un grupo de personas caminaría hasta Estados Unidos para plantarse en la frontera y solicitar asilo. Sin coyotes, sin pasadizos clandestinos. Irían de frente y haciendo mucho ruido. Poco a poco se fueron sumando más y más personas, hasta alcanzar las 3 mil. El primer obstáculo lo vencieron ya: lograron entrar a Guatemala a pesar de la prohibición del gobierno. De los ciudadanos de Guatemala encontraron solo bondad: les ofrecieron comida y abrigo. Ahora siguen caminando, esperan encontrar lo mismo en México y finalmente en Estados Unidos.
El pasado viernes 12 de octubre Bartolo Fuentes, exdiputado del Partido Libertad y Refundación (Libre), anunció en televisión nacional de Honduras que iba a acompañar a unos 200 migrantes desde San Pedro Sula hasta los Estados Unidos para pedir asilo político. Inició así, una bola de nieve.
Hombres y mujeres, jóvenes, madres con sus hijos, familias enteras, empacaron ropa ligera y unos cuantos objetos personales para emprender el largo viaje. Algunos incluso abandonaron su trabajo —un trabajo que, aseguran, no les permite tener una vida digna—. En el oleaje interminable de personas, van, desde aquellos que buscan un empleo que en su país no encuentran, hasta víctimas de violencia. También enfermos que creen que en Estados Unidos encontrarán la cura a sus males.
Esa misma tarde, los caminantes tomaron rumbo hacia Guatemala. En el camino vecinos y vecinas les ofrecieron comida y ropa. El lunes 15 de octubre la caravana, entonces conformada por hasta 2,500 personas, inició su trayecto a las siete de la mañana.
El grupo finalmente cruzó la aduana de Agua Caliente pasado el mediodía, con un documento que les permitía la salida de Honduras y el ingreso a Guatemala. Entre Agua Caliente y la frontera, sin embargo, los esperaban varios puestos de seguridad que frenaron el movimiento.
Mientras los coordinadores dialogaban con las autoridades de Guatemala, la gente cantaba el himno y esperaba. “Algunas personas, por el sol y el cansancio, se desmayaron”, contó Bryan Sánchez, de Ocotepeque.
Al tiempo llegaron representantes de la Oficina del Procurador de Derechos Humanos a continuar la negociación. Después de una hora y media de espera, la aduana de Guatemala le permitió el ingreso a la caravana.
— ¡Sí se pudo, sí se pudo! — exclamaron los hondureños.
El domingo, el Instituto Guatemalteco de Migración había anunciado que no permitiría el ingreso de la caravana. “Con base a lo establecido en el Código de Migración, no se permitirá el ingreso de movimientos y personas (…) que, con fines ilícitos, alteren el orden y seguridad nacional”, señaló y aseguró que se tomarían las medidas necesarias para evitar que se atente contra el orden y seguridad pública. El gobierno de México y el de Estados Unidos publicaron mensajes similares. Pero la caravana logró entrar al país. Esperan tener la misma suerte en México y finalmente en Estados Unidos.
No fue el único obstáculo que sortearon. Está también la detención de su líder, del exdiputadoBartolo Fuentes. A las siete de la mañana Migración de Guatemala lo detuvo en Esquipulas. Lo subieron a un picop sin dar explicaciones. La PNC indicó que Fuentes no se había identificado en la frontera, mientras que Migración afirmó que se estaban preparando para devolverlo a Honduras. A la una de la tarde, Prensa Comunitaria con la ayuda de CALDH interpusieron un recurso de exhibición personal. Al momento que este reportaje fue publicado, se desconocía el paradero de Fuentes o las razones de su detención.
Bartolo Fuentes pertenece al partido opositor del actual gobierno de Honduras, de Juan Orlando Hernández (JOH). Reporteros hondureños que siguen a la caravana argumentan que parte del interés del exdiputado es ayudar a promover la idea de que en el país no hay trabajo, criticar el gobierno de JOH y alzar el perfil de su partido tras no lograr ser reelecto en las últimas elecciones. Fuentes insiste en que él simplemente busca proteger a la gente y servir como coordinador, gestionando espacios y facilitando el ingreso a albergues y Casas de Migrante.
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“Salgo porque hay demasiada violencia y no hay suficientes oportunidades laborales en Honduras. Yo tenía mi trabajo, pero no me alcanzaba para nada.” — Jesús Gabriel, 20 años
“Tenemos hambre. Es duro levantarse por la mañana y tener un niño que te diga ‘mami, tengo hambre’, y uno empiece a contar los lempiras que con eso solo alcanza para un juguito. O ir al centro de salud y no encontrar ni un acetaminofén.” — Luz Abigail, 34 años viaja con su hijo de 1 año
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Sin embargo, mientras algunos celebraban frente a la iglesia, el resto de la caravana fue detenida sobre la CA10 por antimotines y otros miembros de la Policía Nacional Civil que les prohibían el ingreso a Esquipulas.
—Todos somos pobres; tenemos que apoyarlos—, dijo una vecina de Chiquimula.
—Deberíamos sacar telas blancas, para que sepan que los apoyamos—, comentó otro, a un costado de la carretera.
Del otro lado de la pared de seguridad la gente descansaba, bajo el sol, cabizbajos o acostados en el suelo; estaban visiblemente agotados: brazos quemados, frentes llenas de sudor, pies desparramados sobre el concreto como amenazando no dar ni un paso más. Había bebés hambrientos colgando de los pechos de sus madres, hombres furiosos, desesperados; familias enteras trasnochadas, abuelos, abuelas cojeando, adoloridos, masajeando las pantorrillas de sus nietas adolescentes.
—Ayúdennos, los niños tienen hambre—, decían —Honduras es lo peor—.
Juan Carlos López, representante de la Casa del Migrante en Esquipulas, de origen hondureño y residente en Chiquimula, manifestó su indignación por cómo Guatemala y el gobierno de Jimmy Morales estaba tratando a sus compatriotas. “Acá tenemos profesionales, hay maestros, por ejemplo, pero estas personas no tienen acceso a un salario digno o a un sistema de salud competente”, asegura, “somos centroamericanos, y estamos pidiendo paso para que luego mis hermanos y hermanas puedan llegar a pedir asilo a México”.
Entrada la tarde vecinos de Esquipulas llegaban en moto, en tuctuc o a pie a dejar bolsas de agua, galletas y algunas naranjas a los migrantes.
Juan Carlos, con una figura del Cristo Negro de Esquipulas en mano, se encargó de negociar con las autoridades guatemaltecas. Desde la mañana la Casa del Migrante en Esquipulas había preparado alimentos para la caravana.
—Sé que así como yo hoy busco el bien de mis hermanos hondureños, ustedes como guatemaltecos apoyarían a sus paisanos, en otros países—, le dijo a los guardias.
A las 5:20 de la tarde, el plantón policial se hizo a un lado y la caravana avanzó, escoltada por un picop de la PNC, hacia Esquipulas.
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“La situación allá es difícil, uno no gana nada. A veces no me alcanza ni para darle de comer a mi familia. Le pedimos al gobierno de Guatemala que nos ayuden a pasar por el país. Estamos cansados y apenas es el inicio; nosotros llevamos tres días, pero lo hacemos por ellos.” — Karen, 26 años viaja con su madre de 49, su hermana de 27 y sus tres hijos, de 5, 3 años y 9 meses.
“Nuestro país es muy pobre y corrupto. Yo llevo veinte años de estar en una silla de ruedas y no puedo pagarle a los doctores. El presidente no nos apoya a los pobres. Yo voy a Estados Unidos a buscar una operación que me permita caminar de nuevo.” — Sergio, 49 años.
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Alertados por el ruido creciente, las y los vecinos de Esquipulas salieron a recibir a la caravana.
—¡Qué viva Honduras!—, gritaron algunas personas.
—Dios los bendiga—, decían otras.
—Gracias, padre—, algunos de los caminantes pasaron a saludar a los policías, sonreírles, tocarles el hombro por haberles dejado pasar.
Tan pronto el grupo alcanzó la 13 calle, varias personas empezaron a romper su dinero; sobre el boulevard San Benito cayeron varios Lempiras despedazados cuya vida había expirado pocos metros atrás. Otras familias se asomaban a las tiendas cercanas y panaderías para ver qué podían comprar con cinco quetzales.
A las 6 de la tarde, y apenas iluminados por las luces de la calle, la caravana llegó al Colegio San Benito, donde pasarían la noche y podrían tener acceso a servicios sanitarios y a una cena caliente. Mientras, empezaban a llegar noticias de que migrantes de El Salvador, Guatemala y México buscarán unirse a la caravana.
El padre Hugo López, párroco de la parroquia Santiago y director del Colegio San Benito, afirmó que el sábado por la mañana se enteraron de que un grupo de unos 1,200 a 1,400 personas iban a pasar por Esquipulas. “Lanzamos la convocatoria para los voluntarios y empezamos a recibir los insumos y víveres para atender a esas personas”, señaló, mientras mujeres de la comunidad, a un lado, servían las cenas a base de carne, arroz y pan, dentro del colegio.
El Colegio San Benito tiene la capacidad de albergar a 500 personas. Sin embargo, el lunes por la noche, las y los migrantes hondureños ocuparon el centro de convenciones, el parqueo del colegio, la Casa del Migrante y el coliseo de la asociación de ganaderos. Voluntarias del Centro de Salud de Esquipulas también ingresaron al centro de estudios para repartir medicamentos para combatir la deshidratación, problemas intestinales, dolor de cabeza o dolores musculares.
Aproximadamente a las 7:30, la fila fuera de San Benito había cedido. La mayoría había ingresado a la casa y buscaban cenar —su primera comida en más de doce horas—. Otros caminaban por las calles aledañas buscando un hotel o una pensión barata. Entrada la noche, varios rondaban cerca de la basílica, con frazadas o ponchos sobre la espalda, buscando intimidad y una esquina donde descansar.
Hasta tres mil personas de Honduras pasaron la noche del 15 de octubre en Esquipulas. A las cinco de la mañana, la caravana empezó a despertar.
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“Yo salí porque no tenemos pisto. Hay mucha violencia. Nos roban el poco dinero que tenemos. Lo que quiero, primero Dios, es llegar a México. Luego ya vemos cómo llegar hasta los Estados Unidos. Me gustaría estudiar y trabajar. Estudiar, pues lo que sea, con tal que nos dé pisto.” Mario David de 12 años viaja solo; dejó a su madre que sufre ataques epilépticos, en casa, sola
“Yo no he visto a mi hija en tres años, cuando ella fue a los Estados Unidos. Ella está en Houston. Me dejó a sus dos hijos. Al papá lo mataron. Yo, la verdad, viajo porque ya no puedo mantenerlos. Soy muy vieja, y ya no me dan trabajo. Quiero llegar a entregárselos.” — Arely Orellana de 65 años, viaja con sus dos nietos, de 6 años.
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La mañana del 16 de octubre los migrantes le ganaron al sol. Algunos encontraron un chorro público en un parque y aprovecharon a lavarse los dientes, unos más compraban comida en tiendas, trataban, sin éxito, de hacer funcionar un teléfono público. Los vecinos llegaron temprano al Colegio San Benito a dejar pan dulce y café. Quienes despertaron temprano esperaban, listos para salir, mientras otros, aún adormitados, seguían descansando sobre el suelo, emponchados.
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Los Boy Scouts de Esquipulas ingresaron a las instalaciones para brindar atención médica y alimentos. “Estamos tratando muchas personas con ampollas, dolores de pies, de cuerpo; desgarres musculares y hasta gripe”, señaló, Edwin Chavarría, jefe de los scouts de Esquipulas. En ese momento varias personas hablaban de pasar un día más en San Benito, para descansar y se empezaban a considerar varias fronteras: Santa Elena, La Mesilla y Tecún Umán. “Hemos notado que el grupo está fragmentado y hay mucha confusión de información”, sentenció Chavarría.
A las 7:05 de la mañana, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, publicó en su cuenta de Twitter que si el presidente de Honduras no detenía o retornaba la caravana, el gobierno estadounidense detendría toda ayuda financiera a Honduras, “effective immediately!” escribió, “¡con efecto inmediato!”. A las 7:10 la gente empezó a salir del colegio, encaminada a la basílica para organizarse.
José Luis Carmera, el coordinador de los migrantes provenientes de Tegucigalpa, aseguró que estaban en negociaciones con el alcalde de Esquipulas para que brindara buses para transportar a la gente, o al menos mujeres, niños y niñas, hasta Chiquimula. “Pero cuesta, no tenemos apoyo, yo no conozco a otros coordinadores, no se presentan, no se dejan ver”, comentó, molesto. Así mismo, Carmera señaló que la caravana busca evitar tramos de más de 5 kilómetros sin algún pueblo con gente que las pueda ayudar y dar comida. Sin embargo, varios migrantes desconfían de los buses pues, según ellos y ellas, podría facilitar su captura.
Según los cálculos del coordinador, la caravana avanza a unos 5 kilómetros por hora y son capaces de caminar hasta 16 horas por día. “Pero eso fueron estos primeros días, la gente ya está agotada”, sentenció. Y si bien el grupo aún no tenía una ruta establecida, las personas afirman que el objetivo principal es abrir la frontera de México, “ayer fue Guatemala; mañana es México”.
—¿Y pasado mañana?—
—Estados Unidos—.
Rápidamente el parque de la basílica se llenó de hondureños y hondureñas. La gente pasaba a rezar dentro de la iglesia, a conocer al Cristo negro. Gabriel de 20 años, fanático del equipo de fútbol Olimpia, y vistiendo su camisola color tomate, pagó a uno de los fotógrafos de la basílica para que lo retratara frente a la iglesia. “Este león se va hasta pa’l norte,” dijo, posando erguido sobre los escalones.
A las 7:45 el grupo empezó a caminar hacia la carretera CA10. José Manzel, coordinador de los migrantes de La Paz, señaló que la caravana iba de camino a Chiquimula, a 57 kilómetros a dormir en la Casa del Migrante. Pero antes, harían una parada en Quetzaltepeque, 27 kilómetros desde Esquipulas. Manzel es uno de los coordinadores que han gestionado con grupos humanitarios, iglesias y Derechos Humanos para asegurar refugio en los diferentes departamentos del país. Así mismo, algunos miembros de la caravana son repitentes, es decir, migrantes que fueron deportados de Estados Unidos hace poco y conocen el camino, por lo tanto, son capaces de guiar y aconsejar al grupo.
Desafortunadamente, una vez la caravana ingresó a la carretera, de camino a Chiquimula, el grupo empezó a fragmentarse. La mayoría avanzó a pie, otros pidieron jalón a los vehículos que pasaban. Y si bien la idea, como dijo Manzel, era detenerse en Quetzaltepeque, la mayoría prefirió seguir el trayecto. Poco antes del medio día, cientos de hondureños y hondureñas ya descansaban en Chiquimula, a un lado de la calle. Allí también los vecinos salieron a brindar ayuda médica y alimentos.
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Según señalan los coordinadores, así como Juan Carlos López, el jefe de la Casa de Migrante en Esquipulas, se espera que la caravana llegue a la Ciudad de Guatemala mañana, miércoles 17 de octubre y en no más de ocho días a la frontera con México, en Tecún Umán —durante la mañana del 16 de octubre, tras especulación, el grupo confirmó que este será el punto de cruce—.
—¿Y para Estados Unidos?—
—Es muy temprano para saber—, señala Manzel. —Lo principal ahora es cruzar México, luego vienen meses hasta llegar a Estados Unidos, pero ahora nuestro objetivo es ingresar a México—.
El lunes 15 de octubre, por la noche, el Instituto Nacional de Migración de México reiteró su postura. Aseguró que el personal de migración revisará la documentación de las personas que conforman la caravana “y a quienes no cumplan, no se les permitirá el ingreso”, puntualizó.
A eso de las dos de la tarde se podía ver a un pequeño grupo, de no más de diez personas, ingresar a la Ciudad de Guatemala sobre el Puente Belice. Estas personas salieron desde temprano de Esquipulas. A estas alturas la caravana se ha fragmentado.
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