“Si me dejas te mato y me mato”
“Si me dejas te mato y me mato”
En los últimos tres meses cuatro hombres han asesinado a sus parejas y después se han suicidado. En algunos casos por el miedo a cumplir sentencia y un castigo social. En otros, formaba parte de un plan de control sobre sus víctimas.
El auxiliar fiscal llegó al apartamento 4A a las tres menos cuarto de la madrugada. El lugar estaba pintado de rojo. Rojo en las paredes, salpicadas con pequeñas gotas. Rojo en el pasillo, de pisadas arrastradas. En el marco de la puerta, donde alguien pareció dar un brochazo con cinco marcas delgadas. En la habitación, a los pies de la cama, sobre los muebles. Rojo sobre el suelo del cuarto. Un gran charco, intenso. Al lado, el cuerpo de Susana, boca abajo. El sudadero oscuro humedecido, el pelo recogido de cualquier manera, las manos bajo la cara y un cuchillo de mango azul clavado en su espalda. Llevaban unos meses viviendo juntos. Recién casados. Sin hijos.
La fiesta había terminado un par de horas antes. Varios amigos se reunieron un viernes de mayo por la noche en el apartamento de la pareja, en un condominio de Santa Catarina Pinula. Después de que los invitados se fueran de madrugada, Susana y Carlos recogían las botellas de cerveza y los restos de comida.
La discusión no tardó en comenzar. No se tiene certeza de los motivos, pero sí del desenlace. Él sujetó con fuerza un cuchillo. Ella trató de defenderse con lo que encontró a la mano: una pequeña sartén. No fue suficiente.
Carlos incrustó el cuchillo en la espalda de su pareja, que comenzó a desangrarse en la sala, siguió por el pasillo y terminó en la habitación. La sartén, ovalada, quedó tirada en el suelo al lado de su mano.
Él salió por la puerta inmediatamente. Subió tres niveles de gradas, por los que fue dejando gotas rojas en el suelo y manchas en el pasamanos. El rastro se perdió en la parte más alta del edificio, en el muro que separa la terraza del vacío. Una última marca oscura fue la de una mano, que se apoyó antes de saltar.
Pasadas las tres de la madrugada, en el pequeño terreno que separa dos torres de apartamentos, el auxiliar fiscal del Ministerio Público (MP) encontró el cuerpo de Carlos. Con los pantalones bajados —quizás por la misma fuerza del impacto—, la camisa abierta, la cara desfigurada, hinchada. A un lado, dos teléfonos. Uno con la pantalla rota. El otro intacto.
En la fiscalía de Santa Catarina Pinula manejan una hipótesis. Él revisó el teléfono de ella, encontró algo que dio pie a la riña, la mató y luego se suicidó. Ahora esperan los resultados del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) que les permita verificar el supuesto. Después, el caso será archivado.
El femicidio de Susana seguido del suicidio de Carlos fue el primero que llegó al MP en unas semanas en las que esa institución recibió al menos cuatro casos similares. Ese mismo día, 3 de mayo, en Jalapa, Luis disparó a su pareja después de una discusión. Wendy quedó tirada en la calle. Luis se pegó un tiro en la cabeza segundos después, y quedó tendido a su lado.
Tres semanas más tarde, el 25 de mayo, en Amatitlán, Hermelindo asesinó a Clara, su pareja, antes de suicidarse. Llevaban discutiendo toda la mañana. Alrededor del medio día, Hermelindo sacó un arma y disparó a la hija de Clara, que tenía 12 años. El segundo disparo lo recibió la madre, que, desangrándose, se arrastró a la puerta de su casa para pedir ayuda. Hermelindo abrió fuego contra toda persona que se acercó a socorrerla: una mujer y su hijo, que pasaban por ahí; miembros de los Bomberos Voluntarios; agentes de la Policía Nacional Civil. Cuando un grupo de antidisturbios consiguió finalmente entrar en la casa, se encontró con el cuerpo sin vida de Hermelindo, apoyado en una puerta, con el arma en la mano. A pocos metros, el de Clara —todavía con vida— y su hija. Fuera, en la calle, el del joven que se había acercado a ayudarlas. La madre del chico, que había resultado herida, y Clara fallecerían pocas horas después en el hospital.
El último caso ocurrió el 20 de junio. De noche, en la capital, frente a una comisaría de la Policía Nacional Civil, en la Avenida Bolívar. Jackeline fue a denunciar a Jorge, su pareja, después de años de discusiones y palizas constantes. Según declararon familiares a los medios de comunicación que cubrieron el suceso, ella llevaba días durmiendo fuera de casa, por miedo. Jorge la esperó fuera de la comisaría. Sacó su arma y la asesinó. Luego, sin dudarlo, se disparó a sí mismo dos veces. Él no falleció en el momento. Fue trasladado al Hospital Roosevelt, donde murió dos días después. Ella tenía cuatro hijas e hijos, dos de ellos menores de edad.
El ciclo de la violencia
Durante la conversación con el jefe de la Unidad de Delitos contra la Vida de Santa Catarina Pinula que lleva el caso del femicidio de Susana —y que prefiere que su nombre no salga en los medios—, el fiscal no se atreve a exponer los motivos por los que el hombre pudo haberse suicidado después de asesinar a su pareja.
Asegura que el caso, todavía en investigación, es “un poco más complejo, porque no tenemos una versión verídica de los hechos. Prácticamente, el responsable de un homicidio también se suicida. Ahí no tenemos caso”.
Hernán Ortiz es un psicólogo reconocido como uno de los expertos a nivel mundial en la prevención del suicidio. La clave para encontrar las causas por la que un hombre asesine a una mujer y luego se suicide están en la autopsia psicológica, dice Ortiz. A través de esta prueba, las psicólogas y psicólogos forenses “reviven” a la persona. Reconstruyen las últimas horas de vida de la víctima e indagan para conocer el perfil psicológico de ella y del agresor, y entender así las causas y los hechos.
Al consultarle al fiscal de Santa Catarina Pinula sobre los motivos del asesinato, el hombre habla de “una riña pasional, de celos” que no cataloga como femicidio. Personas que han estudiado el tema no comparten esta apreciación. El homicidio seguido de suicidio se trata de un fenómeno que se da sobre todo de hombres hacia mujeres con las que tienen o tenían una relación sentimental. Y esto puede tipificarse como femicidio.
Aquí es donde una autopsia psicológica puede dar algunas luces. Las entrevistas a familiares y amigos tienen un peso importante. “Lo primero que se suele pensar es que el hombre sintió culpa y eso lo hizo suicidarse. Pero en las versiones de familia y allegados no aparece esa culpa. Es una agresión verbal, psicológica, económica, física, sexual... Tienes una pareja para vejarla. La violencia va creciendo y va creciendo, y en un momento determinado, la matas. Si no sentiste culpa en todo este tiempo que la agrediste, ¿por qué la vas a sentir ahora por matarla?”.
La psicóloga Ana María Jurado le pone nombre a esto de lo que habla Ortiz: ciclo de la violencia. Jurado conoce en su consulta con frecuencia casos de mujeres que sufren violencia psicológica, física y sexual por parte de sus parejas y exparejas. En todas las sesiones ve los mismos patrones.
Son idénticos a los que observa Eddy Medina, psicólogo forense del MP, al atender a las mujeres que llegan a presentar una denuncia. “Cuando el agresor mata a su conviviente, y luego él se trata de matar o se mata, es un fenómeno (el del ciclo de la violencia) que se ha estado viendo más fuerte”, explica.
Tiene tres fases. La primera, la acumulación de tensión, donde hay pequeños indicios de violencia: “Mirá, no servís para nada, no me estés molestando, la comida no está bien hecha, no me gusta que vayas a casa de tu mamá…”, ejemplifica Medina.
Esto concluye en la explosión de esa tensión. “Por lo regular es cuando vienen las señoras a denunciar, que el esposo las ha golpeado, les ha quitado los hijos, o las ha sacado de la casa”, continúa el psicólogo.
El ciclo termina con la reconciliación: “Todo se calma y el esposo le dice que la perdone, que ya no va a suceder, que va a cambiar, que todo va a ser distinto, le pide que quite la denuncia…”.
Y vuelta a empezar. Ana María Jurado asegura que a veces el ciclo dura poco tiempo. En otros casos, hay episodios de violencia fuertes cada mes, cada tres meses, una vez al año… “Conforme pasa el tiempo, este ciclo se da en espacios de tiempo menor. Hasta el punto de que en parejas con muchos años de estar unidos, casados o juntos, la agresión es permanente”.
Cuando se inicia la violencia, dice Jurado, al principios es sutil, no se percata, o se disculpa como parte de la dinámica de la relación. “Se desarrollan una serie de ideas psicológicas como ‘Pobrecito, no es para tanto’, o ‘Quizás si obedezco, o si le quiero más’... o ‘Yo tuve la culpa’. Siempre están con la esperanza de que va a cambiar”.
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Como es un ciclo, completa Medina, las mujeres vuelven a caer en él. “El agresor las envuelve, las controla, las neutraliza, las manipula. Hay que tener mucho cuidado ahí, cuando regresan (con él), porque es cuando más puede suceder que la relación ya esté enferma y el agresor puede matar a su esposa y matarse después a sí mismo”.
La fiscalía de Santa Catarina Pinula realizó hasta ahora dos entrevistas para indagar sobre el caso de Carlos y Susana: una al padre de él y otra a la madre de ella. El jefe de la Unidad de Vida cierra este capítulo de la investigación con una frase: “Nunca supieron que tenían problemas, más que los problemas de pareja normales”.
Las personas consultadas —que hicieron un análisis general y no conocen el caso específico— aseguran que hay una posibilidad de que la agresión se diera por un impulso sin haber violencia previa. “Cuando es algo brusco, como que la persona descubre una infidelidad, puede matarla, caer en la cuenta de la magnitud del problema, del daño que ha hecho, y se mate”, explica Ortiz.
Lo más probable, sin embargo, es que las parejas estén sumergidas —consciente o inconscientemente— en el ciclo de la violencia. “La violencia contra la mujer es en la fase privada —dice Eddy Medina, del MP—. Las mujeres muchas veces no denuncian, callan. Es parte del mismo control del agresor. Las mujeres no dicen lo que les está sucediendo hasta que están desbordadas”.
“Hay mujeres que aquí han venido después de 20 años de sufrir violencia y es la primera vez que hablan”, continúa Medina, que asegura que es muy común, cuando investigan estos casos, escuchar que el agresor “no se miraba así, se miraba tranquilo”. “En la comunidad es un ejemplo, pero en casa es un monstruo. Es muy común ver esto”, asegura. Esto, dice el psicólogo, suele darse hasta en la familia: el hombre se muestra agradable con el resto de familiares y sólo con su pareja es agresivo. Medina explica que esto se da porque por lo general, escogen a su víctima y se centran únicamente en ella.
El control. Cumplir un plan
¿Y qué hace que un femicida pase a ser un femicida suicida? Durante años, psicólogas y psicólogos han estudiado dónde están los límites y qué lleva a sobrepasarlos.
Samantha Dubugras Sá y Blanca Susana Guevara Werlang, dos psicólogas de Brasil, escribieron una investigación en 2007 titulada “Homicidio seguido de suicidio”. En ella señalaron que las víctimas suelen ser mujeres, de edad inferior al agresor, y en la mayoría de las veces el homicida es la pareja o expareja de la víctima. Dubugras y Guevara identifican tres tipos de homicidio/suicidio. En el primero, el suicidio no está planeado, y puede darse por remordimientos. En el segundo, se trata de un acuerdo entre agresor y víctima. Y el tercero, tanto el homicidio como el suicidio son planeados y ejecutados por el agresor.
La causa menos aceptada, pero aún así reconocida, de por qué un hombre se suicida después de haber cometido un femicidio, es el castigo social. Así lo explica Eddy Medina: “Si el hombre mata a su pareja, (después) se mata o trata de hacerlo para que la sociedad no lo juzgue, porque dentro de las instituciones, el castigo es muy severo hacia una persona que ha cometido un femicidio”.
La otra causa se ha investigado bastante más. Tiene que ver con el control de la víctima y el plan del victimario. Hernán Ortiz tiene una explicación neurológica de los signos que caracterizan a un homicida suicida, que son diferentes, asegura, a los de una persona con tendencias suicidas que no ha cometido un homicidio.
En este último caso, se dan cambios a nivel cerebral y sistémico, expone. Entre estos, está la alteración de los genes transportadores de serotonina (la “hormona de la felicidad”). “El medio se vuelve más viscoso y el mensajero químico del impulso de vida no llega de la misma manera”, dice Ortiz. El psicólogo añade que también hay alteraciones en la dopamina, que hace que el placer y la gratificación por la vida se pierdan.
En cambio, en un homicida suicida, estos cambios no se dan. “Hay alteraciones cerebrales completamente distintas. A nivel de las amígdalas cerebrales, del sistema límbico. Hay una falla en la corteza frontal. El área frontal no logra frenar, identificar, registrar el dolor del otro. La persona no es sensible al dolor ajeno”, explica.
Además, explica, existe otra falla en el circuito del placer, que hace que la persona se sienta mejor al ver sangre, al lastimar a alguien, o que no sienta pena o culpa si hace daño a otra persona. “Identificar que se causa un daño genera placer, no genera culpa. Interesa tener controlada a la pareja y lastimarla para satisfacerse”.
Sobre esta base, Medina explica que “al agresor no le importa el castigo, le importa tener control sobre su víctima, que es la mujer que ha escogido. El agresor ha trabajado durante años, teniendo a una persona que es su conviviente para controlarla. Le gusta hacerla sufrir y eso le causa placer. La mujer es su objeto de placer”.
Ana María Jurado pone el dedo en la palabra “objeto”: “El patriarcado otorga poder al hombre, que se siente dueño de la mujer, que puede hacer con ella lo que le dé la gana”. Es de su propiedad. Hernán Ortiz completa esta idea: “El homicidio seguido de suicidio se da muy frecuentemente por la pérdida del control. La violencia lleva consigo el control de la víctima. El agresor es poseedor de ella”.
Esta pérdida de control se da muchas veces cuando la mujer logra abrir una brecha en el ciclo de violencia y denunciar. Como en el caso de Jackeline, que fue asesinada por Jorge, su expareja, frente a una comisaría de la Policía Nacional Civil, en la Avenida Bolívar.
“Cuando la mujer se sale de control y pide ayuda al sistema, el agresor pierde ese control y mejor la mata —expone Medina—. Pero al matarla, pierde el objeto de su placer y también pierde el sentido de su vida. Lo que hace es matarse: si tú no vives, yo tampoco puedo vivir. Mi objeto de vida es provocarle dolor a esta persona, y como ya no la tiene, como ya la mató, el agresor se mata”.
Hernán Ortiz define este comportamiento como el de un sociópata funcional: “El sociópata cree que está por encima de la ley. ‘Si me dejas, te mato y me mato’. Es el cumplimieto de un plan que tiene”.
Este plan para no perder el control de la relación también fue estudiado por Javier Antúnez, psicólogo y profesor de filosofía. Antúnez recogió algunas de sus conclusiones en el texto “El femicidio/suicidio. Una forma extrema de violencia de género”, donde explica que cuando hay una ruptura o una amenaza de ruptura después de que la mujer cuestione una relación de poder y dominación por parte de su pareja, el desequilibrio “precipita al varón a realizar estos actos como forma de recuperar el dominio”.
“El varón necesita castigar para someter a esa mujer que cuestiona y desafía su poder”, expone Antúnez, que menciona una conclusión del especialista Manuel Fernández Blanco: “Lo chocante es que el suicidio se puede acometer con menos vacilaciones que el asesinato. Eso implica que la propia vida nada vale sin la que ha arrebatado”.
Prevenir lo anunciado
Se puede prevenir. Así aseguran las personas consultadas. Según Eddy Medina, lo primero es identificar el ciclo de la violencia y que las mujeres se aparten de estas personas. Esto por sí solo es un gran paso, continúa el psicólogo, pero no es suficiente.
“Las mujeres deben recibir fortalecimiento y apoyo psicológico y emocional. Muchas veces las mujeres no tienen los recursos. Los esposos también las inutilizan, que es otro medio de control, las tienen en las casas”, dice.
Identificar el ciclo de violencia no solo es responsabilidad de las mujeres, dice Ana María Jurado. Los hombres también deben reconocer cuándo están agrediendo, aunque sea sutilmente, a sus parejas, y recibir apoyo psicológico.
Hernán Ortiz recalca que “en países hispanohablantes no siempre accedemos al sistema de salud mental. Hay una generalización y un estigma hacia los trastornos mentales. No se aceptan como parte del diario vivir”. “Todo suicidio es prevenible —continúa Ortiz—, pero debe haber medidas de ley, de seguridad, intervención de Ministerio Público, Policía Nacional Civil, Procuraduría General de la Nación… Que la víctima verbalice”.
El psicólogo hace hincapié en que también debe existir gente entrenada para recibir declaraciones y denuncias de las víctimas. “Hay mujeres que van a denunciar y minimizan la queja de la víctima. Les dicen que no se rebelen. Tiene que haber gente preparada para escuchar lo que sea, sin emitir opinión, sin decir qué hacer, sin decir lo que haría yo”.
“Lo primero es creerle a la persona”, concluye.
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