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Siempre cierro los ojos

Mis ojos se desmayan porque el mundo no para. Ni siquiera cuando alguien muere. Ni siquiera cuando yo muera. Este mundo es un mundo que no sabe guardar silencio.
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Siempre cierro los ojos

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“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde la escritora Lorena Flores Moscoso

Cierro los ojos para volver a mí una y otra vez. Necesito reencontrarme conmigo misma. No quiero la armonía ni el balance solo quiero volver a mí. Nada me pertenece. Siempre he sentido que nada es mío. Lo único, que tal vez es mío, es ese instante de silencio en donde vuelvo a mí. A la casa donde vivo no la nombro mi casa. Siempre es la casa. Pero sí puedo sentir que tengo un hogar. Pero no es mío o por lo menos no solo es mío. Esa falta de pertenencia me ha perseguido siempre. No soy de nadie ni nadie es mío. Ahora que soy madre lo entiendo mucho mejor.  Siempre somos individuos de un colectivo.

Mis ojos se desmayan porque el mundo no para. Ni siquiera cuando alguien muere. Ni siquiera cuando yo muera. Este mundo es un mundo que no sabe guardar silencio. Por eso necesito una habitación, un recinto, una esquina para ese ser introvertido con el que me siento tan unida y que define mi existencia. 

¿Mami, por qué tengo sombra?  ¿Tendré sombra cuando me muera? Mi hijo Pablo, de 3 años y unos cuantos meses, me cuestiona y yo cierro los ojos. Quiero volver a ese lugar donde nada me perturba y encuentro respuestas.  El silencio a veces es mi mejor argumento. Lo abrazo y pienso que en mi recinto su sombra es inmortal igual que él y su sonrisa. Aún con los ojos cerrados pienso en mi Mateo y pienso en que he dado luz a otro inmortal.

La edad tampoco me ha importado.  La edad pesa demasiado y si lo permitimos nos posee. Ya lo he dicho a mí no me gusta poseer ni ser poseída.  El tiempo esclaviza y es un invento que prefiero no adoptar.  Me preguntan hace cuanto comí y respondo no hace mucho o hace un rato. Cuando relato una historia digo que sucedió hace unos días por poner un parámetro para que otros me entiendan. No falta alguien que me diga: eso no fue hace unos días,  eso fue hace dos años, tres meses o hace una vida.  Para mí el tiempo no importa  lo que importa es la historia que quiero contar o el recuerdo que quiero revivir.  No importa cuándo fue porque sigue vigente.  ¿Hace cuántos años que no veo los ojos grises de papá? Cierro los ojos y los veo.  Lo importante no tiene tiempo, ni edad.  Mi hijo nacido apenas en marzo es un individuo, mi madre que nació en un año bisiesto en el que Huxley escribió Un mundo feliz es un individuo, distan en edad pero viven en este mismo tiempo y los amo igual. La edad no importa. Si creyera en el tiempo, creería que el tiempo es la sustancia de la que estamos hechos. Al cerrar los ojos soy el espacio infinito y si el tiempo es infinito también estoy en cualquier punto del tiempo.

 Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman dice mi amigo el que poco a poco dejó de ver. Cierro los ojos y veo mis hechos graves. Todos relacionados con la muerte. Todos con la incapacidad de decir adiós. La amenaza de la muerte frente a la amenaza de la inmortalidad.

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En mi habitación no se dice adiós. Las personas que conozco se quedan en mí. No son caras efímeras.  De pequeña cuando íbamos en el auto y veía a las personas de pie en la acera me hacía el firme propósito de que si volvía a ver su cara la recordaría. Para mí la memoria es inmortalidad.  Los recuerdos no mueren y  le digo a la Lorena actual:  espero que seas feliz,  yo lo fui. De esa forma no olvido ser feliz ni con quién lo fui. No digo adiós porque en las noches nombro a los que no están cerca. Los nombro para que nunca se olviden. Héctor, Emilio, Eloína, Julián, Juana, Mario Junio, José Luis, Manuel, Elvira, Milo, Rony y así la lista perpetua.

La lectura da cuerpo a mi vida, a sus noches a sus días. A los días de lluvia, a los días de sol.  Paso las hojas entre mis dedos y absorbo su esencia y soy todos los personajes y ninguno.  Llego a los autores sin pretensiones. Llego a ellos en calidad de humano. No son dioses poderosos. Son otros que viven, sueñan, escriben. Están en el Aleph de Borges o en la soledad de Dickens. Están donde sea que yo vaya. En el bus, bajo el árbol, en la fila interminable de autos. Están conmigo y después de mí estarán con la Lorena que me preceda así como estuvieron con la que me antecedió.  Estarán como parte fundamental del recito que aparece cuando cierro los ojos.

Viajo solo con cerrar los ojos y conozco nuevas culturas que me hacen perder miedo del otro.  Puedo sentir su humanidad en mi humanidad y el otro soy yo. Siempre en los zapatos del otro, volviendo sobre lo andado sin temor cuando me equivoco. Si hay que regresar regreso, si se trata de avanzar avanzo. Me gusta cerrar los ojos y escuchar nuevos cantos de pájaros, oír caer las hojas de árboles exóticos, saborear un nuevo aroma. En mi habitación están todos los países y ninguno. Están todas las culturas y ninguna. Está el universo, la galaxia, la tierra y el mar. Está todo.  Solo tengo que respirar y cerrar los ojos.

El enojo me hace cerrar con más fuerza los ojos porque quiero que se vaya.  El enojo hace que cuando mis ojos necesitan descansar y llevarme a mi recinto se desvíen.  No sé gritar y el enojo lo sabe así que se queda como eco sordo en mi cabeza haciendo de las suyas.  Luego me duele la garganta y se me tapan los oídos. Me cuesta respirar y mi corazón se hace lento. No quiero que el enojo me posea y peleo con él. Respiro. El aire que entra a mis pulmones lo saca de mi sistema y si quiere volver no encuentra  por dónde, ya  que me he amurallado en el silencio.

Me deconstruyo, así cerrando los ojos y reflexionando qué hice, hacia dónde voy, qué cosa amable dije, qué leeré, de qué mil formas diferentes los amo, qué resto de egoísmo dejé, cuestionándome porque no hice más, porque soy afortunada,  qué no necesito, qué tengo que dejar ir. Si dejo de respirar todo me atropella pero necesito destruirme a cuestionamientos para volverme a encontrar.

Sé con absoluta certeza que todo pasa. Cuando pienso que ya no puedo con algo, cierro los ojos y me invade esa seguridad. La felicidad no es permanente, la tristeza tampoco. Quiero la paz pero sé que hay guerra. En este mundo no hay una moneda de una sola cara, ni un libro de arena. Las cosas son. Pero tienen dos caras. Las personas somos, pero tenemos muchas aristas. Todo es más fácil cuando los egos se callan y no poseemos cosas ni personas. Qué pasa si nos quedamos sin fuego.  Si tenemos miedo a perder la luz.  ¿Es un día más largo en la oscuridad? No. Si nos quedamos sin fuego no pasa nada, si perdemos la luz no pasa nada.  Después de un tiempo todo pasa.

Mi habitación tiene frases de otros como “Morimos, morimos ricos de amantes y tribus, gustos que hemos saboreado, cuerpos que hemos entrado como ríos. Los miedos que hemos escondido, en una cueva miserable. Quiero que todo esto esté marcado en mi cuerpo. Donde están los países reales. No lo limites dibujados en mapas con los nombres de los hombres poderosos…” Quién puede olvidar al Paciente inglés que creía que solo él podía amar.  Quién puede dejar de poblar su mundo con música, películas, libros. Si cierro los ojos viene todo lo que visto, leído, amado. Todo.

La vida me da miedo y siempre juego a que el miedo no me paralice. Cuando lo hace cierro los ojos y veo mi corazón bombear. Recuerdo que estoy viva y el miedo se va. Cuando el miedo quiere ganarme me recuerda que puedo deprimirme y dejarme sentir con mis cinco sentidos. Cuando el miedo quiere ganarme me recuerda que es no amar. Entonces cierro los ojos y veo a mis amores. Cierro los ojos y veo a Andrés mientras suena Here comes the sun.  Cierro los ojos y veo a Pablo y a Mateo salir de mis entrañas. Cierro los ojos y oigo a mamá llamándome con dulzura y a papá sonriendo. Me construyo y pierdo el miedo con mi legado de amores. Cierro los ojos y escucho beautiful boy y I have no fear…  

Cierro los ojos porque soy insomne y a veces cruzo el borde de la personalidad y me siento otra o todo lo siento tan intensamente que tengo que salir de mí. ¿A veces se confunde el sueño con la vida? ¿Alguna vez se puede estar tan triste? Sí y se puede volver. Jamás sabremos qué es ser otro, solo podemos soñar serlo. 

Me construyo sintiendo plenamente. Sin atenuantes y sin medida. Quiero que la lluvia me moje, quiero sentir hambre, sueño, quiero que mi cara siempre esté sin maquillaje, que mi pelo se enrede y quiero oler el aroma del café entre las manos. Sentir y si es necesario romperse. Quiero congraciarme conmigo aunque por ratos no quiera estar en mí. Quiero cerrar los ojos y sentir mis contradicciones. Abrazar mi ser.

Crezco estudiando sin importar para qué sirve… quiero saber de botánica, de tornillos, de fe, de manga, de vacunas, de historia, de arqueología, de cómo sembrar una papa. Quiero aprender y nunca dejar de aprender. Construirme aprendiendo. No dejar de buscar respuestas, de sentir curiosidad. De maravillarme. Quiero cerrar los ojos y saber que hay algo más que aprender. Estudié Ecoturismo, Literatura, Educación, Administración, para qué me sirve: para todo y para nada. 

Ahora aprendo a fomar un hogar.  Un colectivo donde como individuos nos respetamos. Un hogar con una mesa redonda donde todos sueñan, hablan, opinan. Un hogar donde no quebramos personalidades. Un hogar donde los sueños nos alimentan. Un hogar donde yo tengo mi habitación sin muros. Un hogar que no importa dónde esté, al cerrar los ojos puedo sentir su fuerza conmigo. Un hogar en el que día a día renuevo mi compromiso de vivir plenamente.

Me renuevo cuando viajo. Cuando soy una forastera. Cuando soy la otra. Cuando descubro que hay una cultura que no tiene concepto de futuro y si lo aprisionan muere porque piensan que es permanente. Que el hoy es una constante. ¿De dónde soy? No sé si soy un referente geográfico. Si soy guatemalteca o chapina o soy una mezcla de todos mis ancestros y de los suyos. Soy vanamente una ciudadana del mundo. No por los viajes sino porque son la otra en donde viva. Cierro los ojos y no sé cómo catalogarme y no me importa.  Solo quiero estar en un lugar donde sea bienvenida y pueda acoger a otros.

Escribir siempre escribir. Es casi como cerrar los ojos. Cuando estoy en ese recinto de silencio vienen a mí las palabras con sus colores y sus sonidos. Vienen a mí las historias.  Los personajes no siempre son claros pero sí lo que quiero decir. Eso que debe ser contado.  Si pudiera sería ese Gran Lengua representante de mi tribu y mi voz llegaría más lejos. La diferencia entre escribir y cerrar los ojos radica en que la primera llego a otros y en la segunda vuelvo a mí. 

Mi recinto tiene su propia banda sonora y si cierro los ojos la escucho. Close your eyes and i'll kiss you/tomorrow i'll miss you/remember i'll always be true/and then while i'm away /i'll write home every day/ and i'll send all my loving to you… y que siempre será verdad, y sé que siempre llegarán noticias y qué siempre amaré y seré amada. Cierro los ojos y sé que quiero que me amen no que me necesiten. Evitaré el conflicto, evitaré el adiós. Me construyo del amor y del silencio. 

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