Siete preguntas y respuestas sobre la expulsión de los judíos de San Juan La Laguna
Siete preguntas y respuestas sobre la expulsión de los judíos de San Juan La Laguna
Ha pasado más de un mes desde que un grupo de 230 judíos fueron obligados a abandonar el municipio de San Juan La Laguna, en el departamento de Sololá, por disposición de las autoridades comunitarias. Mientras encuentran otro lugar en donde asentarse, estas personas permanecen hospedados en un edificio de viejas oficinas en las cercanías del mercado de La Terminal. Muchas dudas giran aún alrededor de este asunto.
El pasado 29 de agosto tras una decisión consensuada entre del Consejo de Ancianos de San Juan La Laguna, y otros líderes de la comunidad, los 230 judíos que meses atrás se habían radicado en el lugar, fueron expulsados. Los lugareños les pidieron que “así como había sido su llegada, de la misma forma fuera su salida”. Es decir, de manera pacífica y sin sobresaltos. Los judíos aceptaron la decisión de las autoridades del pueblo, y se trasladaron a la capital de forma temporal en lo que encuentran otro sitio para asentar. Un mar de dudas, acusaciones y señalamientos se han generado alrededor de este caso: ¿Qué fue lo que realmente motivó a los sanjuaneros para expulsar a los judíos de su comunidad? ¿Quiénes son estos judíos y por qué eligieron a San Juan La Laguna para radicarse? ¿Hubo racismo y discriminación detrás de la expulsión? Acá las respuestas a estas y otras preguntas.
1. ¿Quiénes son realmente estos judíos? La historia de Lev Tahor
Detrás los barrotes de una tienda de la cuarta calle de la Zona 4 de la capital de Guatemala, en el ambiente sórdido rodea el mercado de La Terminal, unas diez mujeres cubiertas con mantos negros que les cubren completamente el cabello y el cuerpo, trastean con cajas de fruta y verduras. Una niña enfundada en una túnica similar pasea por el suelo, haciendo todos los esfuerzos por quitar la llave a su desprevenida madre para abrir la reja y salir a la calle. Son parte de la comunidad de judíos ultraortodoxos expulsada hace dos meses de San Juan La Laguna, en el departamento de Sololá, y que ahora esperan a ser trasladados a una finca que otros miembros de esta comunidad están gestionando.
El grupo, integrado por 230 personas, pertenece a dos sectas de judíos ultraortodoxos, aunque ambas son de la rama extrema del judaísmo jasídico, que se caracteriza por la estricta escrupulosidad de sus normas, basada en una lectura radical de la Torá, el libro sagrado de los judíos. Los menos, unas 15 familias de guatemaltecos, forman parte de Toiras Jessed, una comunidad en conversión al judaísmo. El grupo mayoritario pertenece a Lev Tahor, una secta conformada por estadounidenses e israelís que, después de 14 años viviendo en Canadá, llegaron a Guatemala huyendo de los servicios de protección al menor de ese país.
La historia de Lev Tahor, es de hecho, una historia de huida y persecución. Se trata de una secta de la rama ultraortodoxa del judaísmo, que en hebreo significa “corazón puro”. Fue fundada a finales de los años 80 por el rabino Shlomo Helbrans, quien se había formado dentro de la secta jasídica Satmar, y que impregnó a Lev Tahor un fuerte carácter personalista y una huella antisionista. Esto hizo que a inicios de los 90 Helbrans se mudara junto a una docena de correligionarios a Brooklin, en Nueva York, al barrio de Williamsburg, un enclave de judíos ultraortodoxos. En 1994 la policía estadounidense emitió una orden de captura en su contra tras ser denunciado por el secuestro de un adolescente. Después de estar dos años en la cárcel fue liberado, gracias al apoyo de un rabino de la comunidad judía ultraortodoxa Satmar, y repatriado a Israel. En 2000, el rabino Helbans y su comunidad, que para entonces había crecido hasta unas 200 personas, se trasladó a Quebec, Canadá.
Permanecieron en esa ciudad hasta 2013, cuando los servicios de asistencia al menor, alertados por maestros y vecinos, iniciaron un proceso de seguimiento en contra de los adultos de la comunidad, por la falta de educación formal y las condiciones en que mantenían a los niños. Este hecho hizo que Lev Tahor se mudara de nuevo, esta vez a un pueblo de Ontario, donde la justicia canadiense continuó pisándoles los talones.
Dos documentales emitidos por la televisión canadiense, Rabbi of the pure heart, inside Lev Tahor, (“Rabino de corazón puro: adentro de Lev Tahor) y otro de Global News, Lev Tahor, dan cuenta del estilo de vida de esta secta, donde se explica que los niños no recibían educación básica como matemáticas o inglés, sino que sólo estudiaban la Torá, mientras que las niñas se preparaban para ser buenas esposas y madres; se denuncian condiciones de insalubridad, maltrato físico y la concertación de matrimonios de niñas de 15 y 16 años, arreglados por el rabino Helbrans. Según esta información, el dinero de esta comunidad, que no trabaja, provenía de donaciones de dos organizaciones judías y del Estado canadiense, que ofrece hasta 35 mil dólares anuales a las familias de más de diez hijos. En los documentales, además, se denuncia el uso abusivo de pastillas antipsicóticas y de “lavados de cerebro”, a través de charlas del rabino con los miembros de esta comunidad a quienes les dice que son los elegidos y personas muy especiales. Y, sobre todo, una fuerte influencia del rabino Helbrans en todas las decisiones de la comunidad y sus miembros.
2. ¿Cómo llegaron a Guatemala?
Dos jóvenes cabizbajos, con los rostros enmarcados por sombreros negros y las patillas en tirabuzón característicos de esta rama del judaísmo, bajan las escaleras del viejo edificio de la Dirección General de Migración, en donde se encuentran hospedados de forma temporal alquilando las oficinas como habitaciones. Se les pregunta por Misael Santos. Responden amables pero nerviosos, dirigiendo las pupilas a puntos perdidos del espacio. Una de las normas para los miembros de esta comunidad es que no pueden mirar a las mujeres a los ojos, tampoco está permitido el contacto físico. Uno de ellos, entrecortando su voz, afirma en inglés que Misael Santos llegará a atendernos e invita a que esperemos en una salita. José Misael Santos Villatoro, el líder de Toiras Jessed en Guatemala y vínculo en el país de Lev Tahor, aparece al cabo de unos minutos. Es un guatemalteco de 36 años, de ojos y tez claros, proveniente de una familia de católicos y evangélicos, aunque también con varios ascendientes judíos. Explica que su interés hacia el judaísmo inició hace doce años, influido por un tío. Seis años antes de mudarse a San Juan La Laguna, a donde llegó sin trabajo, vendiendo “rellenitos” junto a su esposa Sharon López, de casa en casa.
En 2011 Santos conoció Toiras Jessed, una comunidad integrada por latinoamericanos en proceso de conversión al judaísmo ortodoxo, la cual es guiada desde Monsei, New York, por el rabino Avraham Goldstein Shlit"a , de ascendencia puertorriqueña. Durante los tres últimos años Misael había integrado unas 15 familias guatemaltecas a Toiras Jessed, y las había trasladado al municipio junto al lago de Atitlán con el fin de conformar una comunidad. En marzo, según explicó Santos, el rabino Avraham Goldsman le informó que una familia de Lev Tahor había huido de Canadá y se encontraba en Sololá. “Él me dijo que había visto en las noticias que una familia de este movimiento había llegado a Guatemala, y que tenían un juicio pendiente por los niños. Que al cruzar la frontera había saltado la alerta de la Interpol, y que la PGN los había citado en un juzgado de Sololá”, explica Santos y agrega que gracias a su intermediación pudieron resolver el problema en el juzgado.
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Así fue como en los sucesivos meses, las demás familias de Lev Tahor comenzaron a trasladarse desde Ontario a Guatemala y se instalaron en San Juan La Laguna, lugar que encontraron perfecto para vivir en base a las normas impuestas por el rabino Helbans, la forma estricta en el vestir de las mujeres, ajena a cualquier otra rama del judaísmo, denominada por un artículo de un periódico de Israel como los nuevos judíos talibanes, donde explica también su peculiar modo de alimentarse: solo comen animales sacrificados bajo la supervisión del rabino, no comen pollo por considerarlo un animal impuro, no comen la piel de las verduras ni frutas… Pero apenas llevaban tres meses de radicar en ese pueblo cuando el Consejo de Ancianos de San Juan La Laguna, tomó la decisión de expulsarles por las múltiples quejas de los vecinos.
3. ¿Por qué los expulsaron?
El Consejo de Ancianos de San Juan La Laguna ofrece una entrevista en el Salón de Honor de la Municipalidad. Aunque se trata de un poder paralelo, los empleados de la alcaldía quedan al servicio de este grupo de líderes comunitarios y colocan 13 sillas bajo uno de los murales característicos de este pueblo de artesanos. Cuando todo está listo, comienzan a llegar los 13 ancianos. “La atribución del Consejo de Ancianos, como principales del pueblo, es guiar en cualquier asunto que se arregla o cualquier necesidad que el pueblo quiere solucionar”, explica Juan González Méndez, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE) central y miembro del Consejo de Ancianos, el cual está integrado por un total de 75 personas. “Nosotros, como ancianos, nos reunimos y se tomó una decisión: así como llegaron (los judíos), que sea así también su salida, que vayan en paz”.
Uno a uno, los ancianos exponen los motivos que los llevaron a que, en una asamblea comunitaria celebrada el 8 de agosto, tomaran la decisión de expulsarles, aunque ellos prefieren sustituir la expresión por “pedirles que se marcharan”. Hablan de manera pausada y ordenada, agradecen el espacio para exponer sus posturas porque consideran que en Guatemala tanto la Procuraduría de Derechos Humanos como los medios y las redes sociales no han prestado atención. No escatiman en detalles de pequeños altercados o cuitas cuyo cúmulo, agravado por el hecho de que comenzaran a interponer denuncias por discriminación y a acusarlos de racismo en los medios, hizo que tomaran la decisión final de echarlos. A diferencia de los motivos de su persecución en Estados Unidos o Canadá, relacionados con la protección del menor, en San Juan La Laguna los principales argumentos para rechazar a la comunidad ultraortodoxa, según los miembros del Consejo, fueron la falta de respeto a las costumbres del municipio y el miedo a una invasión.
—Ellos tenían una actitud prepotente en contra de nuestra cultura indígena maya. Cuando encontraban a alguien en el camino, no le miraban, sin adiós, sin nada. Aquí vienen turistas que se hacen amigos, saludan; pero esa gente no. Desde las 12 de la noche iban caminando por grupos, rezando en voz alta, aunque hay un decreto municipal que prohíbe caminar por las calles desde las 11 de la noche —explica González Méndez.
Le sigue Pedro Cholotío, el segundo dentro de este Consejo.
—Y lo dudoso que era de dónde viene el dinero para que coma esa gente, porque no trabajan. ¿De dónde sacan el dinero para alquilar? Aquí estamos acostumbrados a trabajar, nuestros jóvenes, nuestros niños también saben cómo trabajamos. No los estamos discriminando, pero ellos se mantienen todo el día en las calles, sin hacer nada. ¿Qué es lo que vienen a enseñar? ¿A que todos los jóvenes ya no trabajen y se vayan con ellos?
Margarita Xojcom González, comadrona y una de las principales del Consejo de Ancianos, interviene en tz’utujil, traducida por Pedro Vásquez, el vocero del consejo.
—El pueblo se sintió invadido, porque cada cierto tiempo estaban llegando más personas de este grupo, lo hacían de noche y poco a poco iba aumentado el número. El último conteo que se tuvo eran 200 personas y cada día estaban llegando más y nosotros tenemos también limitados los recursos en San Juan La Laguna. Nos dijeron que somos racistas y prepotentes, pero el pueblo no se comporta así, hay dos religiones principales aquí, la evangélica y la católica, y nos hemos respetado muy bien, pero ellos no respetaban nuestra religión.
—Uno de los puntos principales —añade Francisca Marcelina Vásquez— es que ellos no vinieron a convivir, ellos vinieron a practicar su religión, pero no interactuaban con la gente de la comunidad. Cuando uno los encontraba en la calle, con algún roce físico involuntario o mirada, ellos lo interpretaban como racismo y discriminación. Denunciaron a las autoridades municipales, provocaron a los jóvenes y los denunciaron.
—La cuestión que se vivió —continúa Francisca Vásquez— es que ellos se bañan en el lago sin ropa, desnudos, y eso no es bueno para los niños, no es una práctica de nuestra cultura como tz’utujiles. Las mujeres, como artesanas que son, trabajan el tinte natural con tejido típico, y eso es lo que más se vende, y por eso también nuestro pueblo es visitado por turistas, pero sus actitudes prepotentes también ahuyentan el turismo, disminuyó la cantidad de turistas. Además de eso, aquí el Gobierno ha lanzado el programa de planificación familiar, de que cada familia tiene dos o tres hijos, que nosotros apenas estamos asimilando como tz’utujiles, pero una mujer de las familias de ellos tiene hasta diez o más hijos, y también se presume que hay embarazos de menores de edad, de adolescentes. Eso manda un mensaje negativo a las adolescentes y viene a interrumpir esa asimilación.
Ingrid Mendoza Tzaj es una maestra de 20 años que da clases en la secundaria de un instituto nocturno de San Juan La Laguna, va vestida con el traje tz’utujil en tonos pardos, con el pelo negro recogido en una larga cola y las cejas bien delineadas. Además de su trabajo como maestra, Mendoza atiende en la tienda que montó la cooperativa de café La Voz, conformada por 15 propietarios. Al igual que el resto de vecinos entrevistados, tiene ganas de defender su municipio como pueblo amistoso y de paz. A diferencia de San Pedro y San Marcos, San Juan La Laguna no ha sufrido la transformación municipal a raíz del turismo, apenas hay dos hoteles y no cuenta con ningún bar o lugar para salir de fiesta, no parece haber consumo de drogas ni excesos en el consumo de alcohol. Lo que les molesta, en San Juan, es que los hayan acusado de racismo.
—Por los comentarios que yo vi en internet, nos decían que éramos racistas, pero uno tiene que informarse bien para hacer un comentario, porque nos decían “pueblo de indios racistas”. Pero el pueblo de San Juan siempre se ha catalogado como un pueblo tranquilo y de paz y ahora nos dicen discriminadores; si ellos dicen que nosotros somos discriminadores, ellos también lo son, porque nos llaman pueblo de indios, ahí ya nos están discriminando.
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Esta joven explica que a ella no le importaba la presencia de los judíos en el pueblo. Asegura que a ella sí la saludaban, aunque reconoce que sí tenían comportamientos muy extraños: por ejemplo, que les daban miedo los perros —“de plano en Canadá no hay perros”, dijo— o lo gatos; o que una vez se asustaron de un “niño especial”. Comportamientos que quizá se resumirían en la falta de contacto con el mundo exterior de los integrantes de esta secta.
Carlos Seijas, sociólogo, miembro de la Unidad de Resolución de Conflictos de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), afirma que estos motivos ocultan el miedo real de la iglesia católica de este municipio, de que el judaísmo se fuera expandiendo y restando adeptos. “Al parecer la misma comunidad estuvo trabajada por las autoridades de la iglesia católica que se vieron temerosas de que se estableciera una comunidad judía en una zona católica, se empezaron a meter estas ideas segregacionistas que no son propias de los indígenas, e iniciaron una lucha que ellos argumentaron como cultural sin precedentes”, explica.
El párroco de San Juan La Laguna, Bartomé Calel, asegura que la Iglesia no tuvo peso en la decisión, aunque aclara que él se incorporó a la parroquia en septiembre y que no presenció la asamblea donde se tomó la decisión de expulsarles. Aunque cree que los integrantes del Consejo de Ancianos, entre los que hay evangélicos y católicos, “fueron manipulados” para tomar la decisión de expulsar a los judíos, “porque ellos son ancianitos”, pero no sabe decir por quién. En San Juan La Lagua, agregó Calel, no todos querían que los judíos se fueran; había gente beneficiada como los propietarios de las 35 casas que estos alquilaban, así como quienes les vendían la comida o las mujeres que llegaban a limpiar en sus residencias.
Los argumentos esgrimidos por los sanjuaneros, agrega Seijas, no son propios de las comunidades mayas ancestrales. “Si uno revisa dentro de las diferentes crónicas, aunque eran parte de su literatura fue quemada, cuando se llevaba a juicios se tomaba registro, donde puede verse como parte de los conflictos con las comunidades españolas es que los indígenas se bañaban en los ríos, lagos y lagunas desnudos, no saludaban a los españoles porque les daba miedo, muchos de los argumentos son errados”, añade el sociólogo.
4. ¿Hubo racismo?
Joel Helbrans es uno de los jóvenes que esperan en el rellano del edificio de oficinas de La Terminal. Tiene 22 años y proviene de Israel, es delgado y, al igual que el resto, tiene la tez pálida. Él tampoco mira a la cara cuando habla, y sus grandes ojos de un marrón claro, bajo unas anchas cejas, se dirigen hacia otro lado. Explica que él fue víctima de agresión por parte de jóvenes de San Juan La Laguna después de una discusión con el dueño de un “tuc-tuc”. Dice que llegó a Guatemala hace cinco meses, con la idea de que este país “era mejor para la religión”. A pesar de lo sucedido, agrega, prefiere vivir en Guatemala antes que en su país, porque “Israel no es libre para la religión”.
En la charla, Misael Santos explica que las acusaciones de los sanjuaneros son falsas. Asegura que ellos no se bañaban desnudos en el lago y que sí saludaban a los vecinos de la comunidad. En cuanto al hecho de no mirar a los ojos o la falta de contacto físico explica que estas son “las normas de recato de la comunidad” y que si rezaban en alto era por “las cuestiones de celebración del Sabbath" —el día santo de los judíos—. Añade que, contrario a lo que afirmó el Consejo de Ancianos, en varias ocasiones fueron víctimas de agresiones por parte de los vecinos y que estos hechos les llevaron a interponer varias denuncias por racismo. “En una página de internet que se llama San Juan HD publicaron cosas antisemitas, como que nos quemarían, que secuestrarían a niños. Ese día pegaron a dos israelíes y a un estadounidense, eran 20 o 30 personas quienes les agredieron”, explicó Santos. Añadió que la mayoría de población no estaba en contra de ellos.
En el Ministerio Público de Guatemala, en la Sección de Delitos contra los Derechos Humanos, se encuentran en la fase de investigación dos denuncias por racismo interpuestas en contra del Consejo de Ancianos por Misael Santos y su esposa. Según información recogida en San Juan La Laguna, existe más de una docena de denuncias interpuestas en el Juzgado de Paz de este municipio y trasladadas al Ministerio Público de Sololá, por discriminación en contra de la comunidad judía, en contra del alcalde municipal, el síndico primero y otros miembros del municipio. En estos se denuncian agresiones físicas a los judíos e insultos por parte de vecinos del municipio.
5. ¿Es legal expulsarlos?
La decisión tomada por el Consejo de Ancianos no es legal de acuerdo a la legislación guatemalteca. La única autoridad facultada para expulsar a una persona de Guatemala es la Dirección General de Migración, según se establece en la Ley de Migración, la cual regula los motivos de expulsión del territorio nacional, pero no señala nada respecto a la expulsión de lugares concretos dentro del país. En la práctica muchos Cocodes (Consejo Comunitario de Desarrollo) y consejos de vecinos establecen derecho de veto y normas de habitabilidad.
Sin embargo, en Guatemala los pueblos indígenas cuentan con leyes que protegen sus usos y costumbres ancestrales basadas en el “derecho consuetudinario”, normas jurídicas que no están establecidas pero que se cumplen porque en el tiempo se han hecho costumbre; en este caso, acatar la decisión de una autoridad ancestral. “Fue una expulsión basada en sus usos y costumbres”, explica Cristian Otzín, abogado y miembro de la Asociación de Abogados Indígenas. “Viendo que no había ninguna posibilidad de diálogo ni de que se acogieran a las normas comunitarias tomaron esa decisión, en base a sus usos y costumbres, creemos que se dio un acto fundamentado en la ley”, agrega Otzín. Este abogado menciona el artículo 66 de la Constitución de Guatemala, que recoge que “El Estado reconoce, respeta y promueve sus formas de vida, costumbres, tradición” y hace referencia al Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), donde figura que “los elementos de los pueblos tribales incluyen, entre otras cosas, organización social y costumbres y leyes propias”. De la misma manera, Naciones Unidas cuenta con la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas, aunque ambos convenios delegan en los Estados la responsabilidad de implementar medidas acordes al respeto de los usos y costumbres de los pueblos ancestrales.
6. ¿Qué piensa la comunidad judía de Guatemala?
La embajada de Israel en Guatemala no ha fijado su posición respecto a estos hechos, mientras que la comunidad judía de Guatemala, una agrupación de judíos guatemaltecos que cuentan con un rabino y un director ejecutivo, emitió un comunicado en mayo de 2014, cuando este grupo comenzó a denunciar en los medios los actos de discriminación por parte de los vecinos de San Juan La Laguna. En este, la comunidad judía condena “enérgicamente” cualquier acto de xenofobia y discriminación “en contra de cualquier grupo étnico, religioso o de otra índole”, aunque guarda distancia de Toiras Jessed y Lev Tahor al declararse “ajena” a ambas sectas. “Esta agrupación tiene prácticas no aceptadas dentro del judaísmo y también rechaza al Estado de Israel, lo cual no es acorde al principio de nuestra organización”, explica Moisés Sabbaj, ingeniero químico y miembro de la Comunidad Judía de Guatemala. “Creemos que llevan las cosas a un extremo que no es acorde a la realidad. Los integrantes de la Comunidad Judía de Guatemala hemos nacido en Guatemala, interactuamos y no rechazamos la vida moderna”.
“Nosotros podríamos llamarlo como una secta extremista muy minoritaria —agrega Sabbaj—. Son judíos, pero tienen una ultraortodoxia que no es la prevalencia. Pretenden llevar una vida como hace seis mil años. No tienen ningún interés mundano en lo absoluto, y sólo están interesados en estudiar religión. Sólo son teócratas. Son antigobierno de Israel, porque solo aceptan el gobierno de Dios. No tienen contacto con nadie, están apartados de toda sociedad. No quieren molestar a nadie ni que nadie los moleste”.
Preguntado sobre Toiras Jessed, la comunidad de guatemaltecos que ha estado conviviendo con Lev Tahor, dice que tampoco tienen contacto con ellos, al menos institucional, y agrega sobre las dificultades de convertirse al judaísmo, algo que la hace diferente a otras religiones.
“Por razones históricas el judaísmo no es una religión proselitista. Convertirse es un procedimiento largo y complicado. La persona tiene que someterse a un proceso, que parte de quien quiere convertirse por una causa de convencimiento real, no de conveniencia familiar, económica o social, sino un convencimiento de corazón. Tiene que estudiar, y después, dependiendo del movimiento religioso la conversión toma diferentes tiempos. El reformista dura unos pocos meses, al judaísmo conservador toma un año; el ortodoxo, varios años. El judaísmo tiene una organización jerárquica, no tiene una organización piramidal como la religión católica, perfectamente ordenada. En el judaísmo no hay una cabeza, no hay Papa, cada comunidad es independiente”, agrega Sabbaj.
Actualmente, aunque no reciben apoyo de la comunidad judía de forma institucional, existen algunos judíos que les han ayudan de manera individual.
7. ¿Quién protege en Guatemala los derechos de los niños judíos?
El procurador de la Niñez y Adolescencia en Guatemala, Erick Cárdenas, afirma que los servicios de Protección de la Niñez en Canadá enviaron una orden sobre el proceso judicial abierto en contra de las familias judías por negligencia. Sin embargo, explica que a diferencia de Canadá, en Guatemala los servicios de protección a la niñez no pueden ingresar en los hogares sin autorización judicial, y que las familias de Lev Tahor no permitieron a la Procuraduría General de la Nación visitar a sus hijos. En Guatemala, a diferencia de Canadá, no existe la obligación de que un niño vaya a la escuela sino solamente la obligación del Estado de ofrecer educación a los niños. Carlos Menchú, coordinador de los Juzgados de Niñez y Adolescencia de Guatemala, dice que de momento el Organismo Judicial de Guatemala no ha recibido ninguna notificación a este respecto.
Esto confirma que el problema en el país no fue con la Justicia, o al menos con la justicia oficial, sino que sus costumbres, basadas en esta lectura arcaica de la Torá, chocaron con la forma de entender la realidad de los vecinos de un pequeño municipio que también se rige por sus costumbres ancestrales. Ahora, en la Terminal, esta comunidad judía pasa sus días despertando la curiosidad de todas las personas que transitan por esta calle. Solo les queda cerrar las gestiones para encontrar una finca y llevar una vida de esta secta acorde con la visión del rabino.
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