Los objetivos perseguidos parecen encomiables. Lo cierto es que ni paz ni desarrollo llegaron al mundo, por lo que la organización no parece estar cumpliendo a cabalidad su cometido.
Llegar a eso significa transformar las relaciones de poder reales existentes en el mundo. Eso no se arregla con exhortaciones ni manifiestos. Las relaciones de poder guardan estrecha relación con el desarrollo económico de cada nación y con su poder militar.
En algún momento, durante el desarrollo de la Guerra Fría, mal que bien Naciones Unidas era un espacio donde se discutían algunos de los problemas candentes de la humanidad. Sin llegarse a consensos equilibrados, al menos la organización servía como arena donde los grandes bloques de poder (capitalistas y socialistas) delimitaban sus áreas de presencia. Desintegrada la Unión Soviética se estableció un mundo unipolar, dirigido por Estados Unidos, donde ya ni siquiera había que buscar consensos, porque Washington decidía todo.
Eso duró poco. Unos años después el crecimiento de China como potencia económica y el resurgir de Rusia como potencia militar equilibraron nuevamente la balanza. Si se quiere hacer un balance de los aportes a la humanidad de la ONU, en sus casi 80 años de existencia, está difícil encontrarlos. Ni paz ni desarrollo de los pueblos parecen realidades cercanas.
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En realidad, nunca ha impedido una guerra. La ONU siempre “llega tarde”, cuando los conflictos ya están en curso, o a punto de terminar. El poder de disuasión de Naciones Unidas es nulo: unos cuantos “cascos azules” no constituyen una verdadera fuerza militar. Su incidencia como instancia negociadora es muy cuestionable, pues siempre se inclina hacia el lado de los poderosos. Cosa curiosa: pareciera que siempre está alineada con los poderes económicos, con el mundo capitalista, nunca con el campo popular. Es sabido que la industria bélica es el principal negocio del mundo, generando cifras astronómicas de ganancia a las empresas que producen armamentos. Lo llamativo aquí es que el grueso fundamental de la producción de armas lo aportan los cinco países que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China. Es decir: los encargados de velar por la seguridad planetaria, las grandes potencias nucleares. La ONU, aunque ganara el Premio Nobel de la Paz en 2001, no hace nada para impedir o detener las guerras, más allá de bonitos discursos.
En relación al desarrollo económico-social, la falacia es más grande todavía. El mundo está manejado, en una amplia zona, por enormes capitales de origen estadounidense y europeo, habiéndose impuesto el dólar como moneda universal. Si alguien se beneficia de eso no son las grandes mayorías planetarias, que siguen pasando penurias varias (hambre, enfermedades prevenibles, ignorancia, falta de perspectivas a futuro). Continúan siendo los grandes centros capitalistas, el llamado Primer Mundo, o Norte próspero. El desarrollo no va a llegar nunca –eso es absolutamente imposible– por planes que apelan a la buena voluntad, objetivos trazados en un despacho de burócratas bienintencionados que ignoran la verdadera dinámica de la explotación global. Las relaciones económicas capitalistas son frías: solo interesa no descender la tasa de ganancia. Si para eso son necesarias matanzas indiscriminadas, dictaduras, golpes de Estado, mentiras y tergiversaciones continuas, el sistema lo hace, siempre con el silencio cómplice de la ONU.
Ningún país empobrecido del Sur salió, ni podrá salir, de su postración, de su pobreza crónica estructural, con el auspicio de esta organización internacional. Solo lo logrará cambiando las reglas de juego, las relaciones de poder. Las acciones “políticamente correctas”, con su pretensión de neutralidad, de asepsia y equidistancia sin tomar parte en los conflictos que pueblan la dinámica humana, no resuelven nada. Pero peor aún: la ONU, manejada en lo fundamental por intereses de los grandes capitales, no puede resolver esos mismos problemas, porque está inclinada hacia un lado, nunca el del pobrerío, aunque done comida.
En vez de luchar “contra la pobreza” hay que hacerlo contra la injustica que la provoca.
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