Hace un año, la prensa mexicana informaba de la captura de Elba Ester Gordillo, presidenta “vitalicia” del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación de México, el más grande de Latinoamérica (un millón y medio de agremiados). Variadas y complejas razones políticas subyacen en este hecho que colocó a los sindicatos en el centro de la discusión pública.
A Gordillo se le acusó de malversación de fondos y sus críticos no tienen ningún enfado en señalar el manejo mercantil y mafioso que caracterizó su gestión, durante los 24 años que estuvo al frente del SNTE. No hay duda, las mafias están en todos lados. El hampa se disfraza de partido, de religión, de sindicato, fundación u organismo internacional. El cinismo político se impone y a veces da la sensación de que ni el ojo mágico de Horus se daría abasto ante tal labor de vigilancia.
Si bien en Guatemala solamente el 1.4% de la población ocupada y el 7% de la población asalariada está afiliada a un sindicato*, es un tema que debe preocuparnos, porque nadie merece ser timado en la representación de sus intereses legítimos. Por otro lado, las decisiones que toman los sindicatos del sector público afectan a toda la sociedad, ya sea por la generación de los costos presupuestarios que todos tendremos que pagar, o bien, por la suspensión de servicios que afectan derechos fundamentales, como educación y salud. Además, si nos atenemos al caso más reciente, la contratación de más maestros o salubristas, representa también un beneficio para los sindicatos que verán incrementados sus ingresos por concepto de cuotas aportadas por nuevos agremiados.
Es por ello importante que, al igual que otros actores del sistema político, estos acaten y honren la misión, valores y principios que inspiraron su fundación.
Es una realidad que también estos actores políticos enfrentan grandes limitaciones para adaptarse a los cambios políticos, tecnológicos, económicos y culturales que platean la globalización y que inciden en el mercado laboral. Viejas prácticas reaccionarias y desfasados discursos, los sumen en una especie de inercia conservadora con precarios y a veces, cuestionados, resultados.
En reciente discurso, el líder magisterial guatemalteco, Joviel Acevedo, culpaba a los “dinosaurios” empresarios de los problemas estructurales del país. Hasta donde yo puedo ver, el liderazgo sindical no es precisamente un semillero de nuevas promesas prontas a marearnos con el giro modernizante que el mundo laboral exige. ¿Qué hay de sus prácticas de democratización interna y formación de cuadros? ¿Dictadura de la democracia? ¿Qué hay detrás del liderazgo indefinido? Esta situación les hace especialmente vulnerables a la corrupción y el dominio de intereses particulares.
Y, ¿qué hay de la transparencia y la rendición de cuentas que con peculiar enjundia demandan en marchas y plantones? Va la pena preguntarse con qué frecuencia y cuáles son los procedimientos que los líderes usan para exponer y justificar sus actos; para informar y demostrar honradez en el manejo de las cuotas de sus agremiados; para argumentar y erradicar la opacidad que caracteriza a algunos pactos colectivos, o explicar los largos períodos de hibernación en que caen algunos líderes, mismos que son interrumpidos por exabruptas apariciones públicas para apoyar o desaprobar gobiernos.
La negociación colectiva es la mejor forma de defender los derechos de los trabajadores, pero esta requiere de liderazgos legítimos, representativos, inclusivos y transparentes. Los sindicatos están llamados a acatar las reglas del juego democrático. La superación de los problemas gremiales y nacionales requiere concertación –y no contubernios-, como expresión del esfuerzo colectivo de nuestro sistema político por alcanzar el bienestar social.
*Primer Estudio de Opinión Pública sobre Trabajo Decente y Economía Informal. http://www.asies.org.gt/img/archivos/momento_6-2009.pdf
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