Para nuestra lógica, Hillary fue una candidata dedicada. Con muchas fallas, pero sin dudas preparada para dirigir una nación. Nunca perdió la compostura, su estatura intelectual es incuestionable. Presentó políticas de Estado que detalló hasta el agotamiento. Fue compasiva, inteligente, amable. Evitó caer en todo tipo de bajezas, mantuvo la talla intelectual y moral hasta el final. Fue presidencial de inicio a fin.
Los debates presidenciales fueron el único momento donde ambos candidatos pudieron ser confrontados y comparados frente a frente. Hillary ganó los tres. Fue docente, didáctica, estricta con Trump. Fue irónica con categoría y terminante frente a la ignominia del otro. En el primero fue tan superior que Trump era un sujeto disminuido, enojoso y reactivo. Perdía la compostura con facilidad, interrumpía como un descosido. Hillary fue la maestra que envió al asiento al peor estudiante del curso a que aprenda con cuidado.
O mejor debo decir que esa fue la Hillary que vimos nosotros. Según las evaluaciones post elecciones, los debates apenas incidieron a favor de Hillary en cuatro puntos, de modo que no fueron determinantes para su triunfo —tal parece que evitaron una derrota mayor. Y ese es el punto: la perspectiva de la prensa y los intelectuales liberales, de las clases medias educadas, fue que Hillary ganó sin dudas las discusiones en la TV. Pero para los votantes de Trump y algunos indecisos, su comportamiento calcificó su determinación. Para ellos, Hillary fue pedante, agresiva, distante. Aburrida, intragable. Una diletante de discurso académico, elevado, inhumano. Tan profesional que no parecía humana.
Cuando los moderadores de los debates o los periodistas hacían preguntas difíciles para cuestionar las posiciones —cuestionables— de Trump, sus partidarios no veían un reclamo por transparencia para que un candidato ampliase su punto de vista o aclarase una barbaridad. No veían un llamado a que se retracte de dichos y acciones aberrantes. Veían una trampa, un ataque, una muestra más de cómo la prensa liberal preparaba una avanzada para destrozar al único hombre que decía las cosas como eran. Cuando esos mismos comentaristas cuestionaban a Hillary por su manejo de un servidor privado, veían un staging, una actuación: debían hacerlo, sigue la lógica, para mantener las apariencias. Cuando una decisión está tomada, cuando se afirma un dogma, difícilmente se vea más allá de él —y eso vale también para el método de nosotros, los liberales, durante las elecciones.