La Bestia ha puesto al Partido Republicano en una disquisición ardiente en la que él tiene mucho por ganar y el GOP (Grand Old Party) demasiado por perder. Ahora que es candidato republicano, el GOP tiene que decidir la derrota que defina su futuro: va con Trump y se provincializa como un partido de hombres blancos enojados sin voluntad de entender el mundo a través de la razón o, tras la convención, se parte para dar nacimiento a una fuerza oscura a la derecha de todo mientras lo que queda del viejo partido de Abraham Lincoln acepta reducirse a representar a poco más del 20 % de estadounidenses confundidos que todavía no saben qué camión los arrolló. El GOP debe decidir qué derrota le augura peor futuro.
La estrategia del candidato Trump es escapar hacia adelante hasta que asuma el presidente Trump. Donald J. Trump, Egotist-in-Chief, construirá un puente con su nombre y le imprimirá su estilo al Partido Republicano hasta que los mismos republicanos se sacudan la mugre ideológica. Hay quien dice que Mike Pence está allí para eso, para mantener a Mr. President en la línea de lo políticamente tolerable para el GOP, que es largamente menos tolerable para una buena porción del mundo civilizado. Pence es el último intento del Partido Republicano por no acabar en la miasma política. Porque, sí, Trump es horrible, pero el monstruo de Mary Shelley también fue el hijo de alguien, y ese es el GOP, el padre de la Bestia, principal responsable de su propio retroceso político al Medievo.
Desde Richard Nixon, el GOP está en un proceso de decadencia intelectual. Su mayor momento de gloria de los últimos 40 años perteneció a Ronald Reagan, un galán que sabía actuar su ignorancia. Si algo alimenta la percepción estrambótica que el GOP tiene del mundo, eso es un desprecio profundo por la razón y un clericalismo incombustible. La fe es difícil de eliminar de la ecuación, pues Estados Unidos es una nación de instituciones seculares, pero de prácticas políticas todavía dominadas por cierta moral puritana. Los presidentes asumen encomendados a Dios, la Reserva Federal emite billetes coronados por la frase «In God We Trust» y los legisladores, en vez de controlar la venta de armas, envían rezos a las familias de niños asesinados con metralletas.
El problema es que, sin la fe de por medio, la poca razón que queda en el GOP es fraudulenta. Durante más de 20 años, cuenta Jane Mayer en Dark Money, un grupo de billonarios ha financiado candidatos, universidades y centros de estudios para minar el debate liberal e instalar una agenda neoconservadora que reduzca los impuestos a los ricos y achique el poder del Gobierno para controlar a las empresas. Esos mismos millonarios —los más visibles, los hermanos Charles y David Koch— financian los super-PAC de los candidatos republicanos que comparten su agenda, y ellos son casi todos desde 1980.
No hay otro mariscal de la derrota de la razón republicana que el partido que dice representarla. Las primarias conservadoras han sido un talk show vergonzoso entre imitadores de Rambo y John Wayne, cada debate un capítulo de telenovela con revelaciones escabrosas y peleas que exhiben las miasmas de la condición humana. El GOP ha dejado de criar estadistas para amamantar cowboys, la epítome del individuo incapaz de ajustarse al mundo. Ahora les quedó como candidato uno que es un buscador de oro con el que decorar su nombre y los sillones de la casa. No hay político republicano que no se defina como hombre de acción, como si no serlo y pensar demasiado fuera asunto peligroso. La idea de que la voluntad y la fe son superiores a cualquier elaborado plan intelectual los lleva a concebir la realidad como un adversario que puede ser modificado a base de determinación.
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Los jefes del partido están preocupados porque la retórica de Trump arrincona su arrastre electoral, pero ellos le dieron la llave de la casa. El GOP puso en riesgo su supervivencia al atarse a un mercado electoral tan corto como los hombres blancos de escasa formación, una porción de la población más vieja y pobre y los supermillonarios que les soplan ideas interesadas. Trump fue el traje a medida para ese público. Ahora el discurso del sectarismo recorre libre Estados Unidos. El GOP actúa como un cruzado que debe salvar a la nación de aberraciones como el reclamo de las mujeres a decidir sobre su cuerpo o la solidaridad humanamente necesaria con migrantes que escapan de la miseria. Este Partido Republicano, como está, es un peligro para Estados Unidos, para la democracia y para el equilibrio internacional porque, como un desquiciado atorado de anfetaminas, es antes un peligro para sí mismo.
Déjenme ser claro: no hay otros principios que unan el apoyo a los candidatos del GOP que una mezcla de hartazgo, bruta ignorancia o decidida negación de la realidad. No hay una sola medida del gobierno de Barack Obama —ni una— que no merezca la reprobación de estas mentes brillantes. Confundidos ahora, seguirán confundidos luego, pues tampoco hay una sola figura que garantice una salida razonable al atolladero ideológico del Partido Republicano. Y eso es así, en pocas palabras, porque la razón ha sido superada por el fetichismo.
¿Cómo se desmoviliza ahora a cientos de miles de individuos capaces de actuar como una masa de peligrosa animosidad que quiere ir a la elección con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de esos dirigentes? ¿Cómo se discute el empoderamiento de quien clama a viva voz por un hombre fuerte? ¿Cómo a quien no acepta una nación multicolor? ¿A quien está cansado, con razón, de un sistema de partidos fallido?
Es angustiante, pero, en el momento en que nomine al ganador de sus primarias, el Partido Republicano habrá completado la compra de su membresía al club de las sociedades bananeras. El Frankenstein de cabello de muñeco quedará a un paso de controlar la maleta con códigos nucleares. Parece tarde para esta elección, pero, en algún momento y por su propia supervivencia, el GOP debe recuperar la razón, cerrar el laboratorio de mutantes que lanzó a Trump al centro del show e hizo de los demás un coro de zombis histérico e inquisidor. La tensión entre modernidad y provincialismo no se resuelve con este GOP, sino con conservadores moderados e inteligentes.
Las democracias no progresan con pensamiento único: las oposiciones nos hacen mejores. Intrigan, presionan, joden. Obligan a discutir ideas. Pero solo la razón puede poner en la mesa argumentos. La política monstruosa del GOP es testosterona y brujería. El planeta necesita razón, nunca alienados, jamás un Frankenstein en la Casa Blanca.
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